“Una mentira lleva a otra” (Terencio).
Soplan los
vientos de invierno y las cobijas y ropa abrigadora se convierten en el tema
obligado de nuestros afanes cotidianos. Si durante el año logramos acumular una
buena cantidad de insatisfacciones y reclamos, ahora en la temporada decembrina
los problemas parecen dejarse embeber de jarabe para la tos y cierta dosis de
tolerancia edulcorada. Los villancicos, el glamur de las reuniones etílicas,
los tamales, el champurro y los churros se convierten en imperativo categórico
de una sociabilidad aletargada por la jodidez ambiente que despierta y bosteza
ante las buenas nuevas oficiales: que Sonora “tiene plan y rumbo” arranca
sonrisas y motiva a chascarillos sarcásticos, a ataques de risa por el despropósito
declarativo, producto de un lameculismo mercenario y deleznable.
Somos los mismos
que Grupo México desposeyó de un río con una larga cauda de vida, sembrando
veneno y desolación, pero seguimos en las mismas. Seguimos colgados de la
brocha de los discursos, las declaraciones triunfalistas, los periodicazos
cotidianos, los tacos de legua y el jolgorio etílico que aletargan la
conciencia, pero los aires festivos parecen tener un efecto lubricante que
atenúa el escozor de la burla y el ultraje.
Estamos en la
temporada donde reinan los frentes fríos, los nublados y los pretextos de
reunión social que incitan a ver con otros ojos los esfuerzos de las ficheras
académicas vestidas de “asesor” que no sólo aplauden el bodrio sexenal, sino
que aprovechan la inopia intelectual y técnica del gobierno para ordeñar las
generosas ubres de las dádivas y canonjías de coyuntura con la oferta de
espejitos y cuentas de colores para el pueblo, y contemplamos el penoso
espectáculo de una oferta de rumbo y soluciones que no parten del análisis
sereno de la realidad estatal. La ignorancia es buen negocio, después de todo.
Por los rumbos
del sector comercial citadino se ve otras caras y otras voces, llenas de
expectativas que no ocultan sus afanes de sobrevivencia: comerciantes del
centro y sur del país nos venden, entre otras cosas, piezas de una gastronomía
vagabunda, alegre y memoriosa, representante plenipotenciario del otro México
que nos complacemos en ignorar cuando se trata de las protestas de los maestros
y de los muchos otros agraviados por las “reformas” neoliberales y los crímenes
de lesa humanidad con que el sistema nos persuade y convoca a la desmemoria y
la indolencia.
En Hermosillo,
las calles del centro se ven abarrotadas y el contacto humano involuntario
adquiere proporciones épicas. La multitud de humanidades en colisión constante
son un espectáculo dantesco, que permite apreciar el valor de la individualidad
en lucha con otras por el mismo espacio en el mismo tiempo. Por desgracia, el
arte sutil del robo por contacto ha caído en desuso, ya que desde que se
descubrió que cualquier imbécil armado y amenazante podía hacerse de las
pertenencias de otros, las habilidades manuales de los cacos no fueron
necesarias y sí cualquier arrogante, burda y desprolija manifestación de
violencia. Otros tiempos, menos cultos y más inmediatistas.
En días
normales, la inseguridad corre por cuenta de las corporaciones policiacas en
sinergia con la delincuencia organizada o silvestre, dando un toque urbano a
las interrelaciones ciudadanas, que se ven incentivadas por el riesgo percibido
al salir a la calle, circular en horas inapropiadas o meterse en lugares donde,
sin duda, acechan peligros y riesgos que nos colocan en la ola del crecimiento
urbano. En este escenario, la civilidad se cubre el rostro y asume una
identidad desconocida, no vaya a ser que se le confunda y agreda por
practicantes de la cultura del abuso y agandalle.
En la época
navideña, el consumismo nos envalentona y, al sonar de las monedas y el crujir
de los billetes, nos lanzamos a la aventura cíclica de la liquidación del
aguinaldo. Nos armamos del valor inyectado por la hipodérmica del poder
comercial televisado, impreso y difundido por radio, en una cacofonía que
termina por ablandar el último bastión de sensatez y precipitar la caída de la
prudencia y la austeridad para hacernos decir alegremente: “¡lo compro!” Cierto
es que mañana será otro día y que sólo se vive una vez, pero ¿por qué acabar de
una vez pa’ todo el año?
Mientras que la
ciudad se conmociona al son de las campanas de Belén y beben y beben los peces
en el río, los habitantes de Sonora padecemos por anticipado el síndrome de
abstinencia a que obligarán las alzas en la tarifa del agua, la mentada de
madre municipal avalada por el Congreso que finalmente nos demuestra que no nos
representa y sí a los mismos depredadores que “ya se fueron”. El agua está
siendo convertida en una mercancía y su acceso quedará limitado por la
capacidad de compra de los “clientes”, en un mercado cautivo y aborregado que
lame sus heridas y toma, por la temporada, chupitos de alcohol azucarado. ¿Será
posible que la actitud “modosita”, “prudente” y “madura” finalmente se llame
por su nombre: ¿méndiga cobardía, deshuevamiento colectivo, apatía pestilente y
complicidad con los abusones y rateros?
Son tiempos de
generosidad y desprendimiento, de compartir las bienaventuranzas y dones
logrados en el año, pero ¿tiene que ser unilateral la acción de compartir?
¿Solamente el pueblo debe aportar su tolerancia, apoyo y beneplácito a la
acción o inacción gubernamental? ¿Debemos perdonar a Grupo México y reconocer
que su poder corruptor es tan amplio que lo mismo influye en investigadores
académicos que en funcionarios públicos? ¿El olvido de agravios y daños está
bien por la temporada?
¿Debemos creer
que es una buena noticia la instalación de empresas industriales que
seguramente requerirán de agua en cantidades que hacen falta para consumo
humano? ¿Quiénes en realidad pagarán el precio de tener más maquiladoras en
Sonora? ¿Cuándo se pensará en la conveniencia de desarrollar iniciativas
industriales propias y ecológicamente viables? ¿Hasta cuándo la creación de
“500 empleos directos” puede dejar de ser argumento y decidirnos a empezar a
planear nuestro desarrollo de acuerdo a la realidad de los recursos naturales,
técnicos y humanos disponibles? ¿Cuándo regresaremos a la planeación pública
basada en rigurosos diagnósticos sectoriales y al desarrollo de programas
congruentes con nuestros recursos y las expectativas de mejora y bienestar?
Seguramente
todos estamos animados de buenos deseos, de sueños y esperanzas por un mejor
estado, ciudad y país. Debemos felicitarnos por las intenciones de salud y
bienestar, pero también por el conocimiento de la realidad que debemos
modificar. ¿Por qué no hacerlo?
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