“Los traidores son mal vistos incluso por aquéllos a quienes sirven”
(Tácito).
Como
ha quedado demostrado, la opinión, necesidades y circunstancias de los
ciudadanos, cuyos intereses son formalmente representados en el Congreso del
Estado por los diputados, no cuentan para nada ni influyen ni orientan el voto
de los legisladores. El Poder Legislativo del Estado Libre y Soberano de Sonora
padece de autismo.
Al
parecer, son más apegados a los impulsos digestivos y a la disciplina impuesta
por sus respectivas formaciones políticas, sin negar que algunos actúan y
deciden el rumbo del interés colectivo “a título personal”. En el submundo de
la politiquería aldeana y patrimonialista, el trabajo legislativo es bien visto
y se valora de acuerdo a la obediencia de consignas y la “línea” del pastor
político, de suerte que la elección al cargo es el momento único en el que el
ciudadano tiene que ver con la suerte del diputado. Lo demás corre por rumbos
ajenos y lejanos del pueblo elector.
¿Para
qué otras cosas sirven las votaciones si no para elevar políticamente a alguien
de quien se ignora casi todo? ¿Qué responsabilidad tienen los diputados con
“gente que ni conocen” y cuyas demandas no asumen como propias? ¿Qué problema
puede haber con decir en la campaña una cosa y, ya en el cargo, hacer otra? ¿El
diputado representa a los ciudadanos de su distrito o al partido por el que se
postula? ¿Quién determina sus prioridades?, ¿la gente común, su dirigencia o
los intereses personales que se evidencian en la coyuntura? Lo anterior viene a
propósito de la votación que hizo posible el aumento en la tarifa del agua en
Hermosillo a sufrir empezando el nuevo año.
Nos
preguntamos, ¿qué hicimos mal los habitantes de Hermosillo, además de votar por
los mismos?, y de inmediato salta la respuesta: hemos acostumbrado a los
políticos a hacer lo que se les viene en gana, actuando de manera “modosita”,
con demasiada prudencia como para ser tomados en serio. Usted dirá con razón
que se organizan marchas, que hay mítines, que se publican pronunciamientos en
las redes sociales. En efecto, hay constancia suficiente de la inconformidad
ciudadana, pero aun así los diputados siguen ignorando a los electores ya que
no afectan o impiden las acciones que se critican.
¿Cómo
hacer que la voz y voluntad ciudadanas estén presentes en los votos de quienes
legalmente son sus representantes? Evidentemente hay que cambiar de estrategia
para hacer valer los derechos que la Constitución consagra.
Los
ciudadanos verdaderamente “empoderados” buscarían organizar asambleas donde se
convoque a los representantes en el congreso y el cabildo para pedir
explicaciones sobre los asuntos públicos en los que intervienen y manifestar su voluntad con claridad y contundencia; lo anterior supondría una organización
de barrio, colonia o sector que funcionaría de manera horizontal y
transparente, convocada por un comité vecinal rotativo que se encargaría de los
aspectos organizativos y logísticos. Los diputados y regidores tendrían que
sujetarse a los acuerdos de los vecinos de su distrito, so pena de ser
señalados como indignos de su representación.
Al
parecer, aun no se entiende que un representante, llámese diputado o regidor,
no es autoridad por sí, en tanto que sólo posee las facultades que el pueblo
elector le delega en los términos de las leyes vigentes. El diputado no se
manda solo, sino que debe honrar en todo momento y lugar la representación que
se le confirió mediante el voto.
Si el
pueblo ve que los supuestos representantes traicionan su confianza y trabajan
para satisfacer otros intereses, está en pleno derecho de retirarles la
confianza y, por obviedad, promover que les sea retirada la responsabilidad que
no han sabido cumplir.
Es
necesario que a las marchas y mítines se agreguen medidas como plantones frente
al Congreso, módulos de información permanentes en plazas y lugares de reunión
popular, formas organizadas de difusión en redes sociales, visitas
domiciliarias informativas, movilización periódica de vecinos, sindicatos
independientes y solidarios y contacto permanente con los medios de información
locales y regionales. De ser necesario, plantones frente a las oficinas y
domicilios de los diputados y otros funcionarios involucrados. Los ciudadanos
podrán participar de acuerdo a sus posibilidades en un esquema incluyente y
equitativo regido por la solidaridad y la búsqueda del bien común.
Por
otra parte, nuestra entidad es víctima de la irresponsabilidad ecocida del
empresario Larrea quien con su actividad extractiva ha envenenado el Río
Sonora, pero tal crimen de lesa humanidad no sería posible si no fuera por una
comunidad que prefiere el desahogo verbal y los paliativos a las decisiones
firmes y contundentes. ¿Qué fideicomiso puede pagar el daño sufrido por Sonora,
en lo ambiental, lo productivo y en la salud de ésta y las futuras
generaciones? ¿De qué manera se obliga a los representantes populares en el
Congreso a garantizar el remedio y las medidas legislativas para evitar que se
siga dañando el agua y la tierra de los sonorenses?
Por
el lado de la llamada sociedad civil, ¿dónde están las acciones permanentes y
continuas en favor de los afectados? ¿Cuáles organizaciones sindicales y ONG
participan decididamente contra los abusos y complicidades de los delincuentes
ambientales? ¿Qué instituciones de salud y qué profesionales independientes
están interviniendo con sus recursos científicos, técnicos y materiales? ¿Qué
hacen las cámaras empresariales en favor de la comunidad? ¿La cúpula
empresarial solamente se pronuncia en apoyo a quienes ostentan el poder sexenal,
o son capaces de participar en acciones por el bien común?
En
este sentido, es ejemplar la labor científica y humanitaria que desarrollan
académicos universitarios como Reina Castro Longoria y Antonio Romo Paz, entre
otros agremiados del STAUS, en favor de hacer explícita la verdad sobre las
consecuencias del derrame tóxico minero de agosto de 2014, y de la salud de las
comunidades afectadas, entre las que se cuenta Hermosillo.
Si
durante el período del panista Javier Gándara se contrató a una empresa
española para construir y operar una planta tratadora de aguas, en beneficio de
productores agrícolas y ganaderos, ¿por qué los consumidores domésticos del
líquido deben pagar por algo que no les corresponde? ¿Cuál es la razón válida que
obliga al ciudadano común a subsidiar a una empresa privada extranjera?
Si la calidad del agua es, por decir lo menos,
cuestionable, y además se deberá pagar un aumento en la tarifa no sólo
desproporcionado sino evidentemente injusto, que huele a encubrimiento de
raterías y favoritismo empresarial, Sonora merece replantear la respuesta
ciudadana en favor de su propio bienestar y progreso, lo que implica abandonar
la comodidad de la inercia, el conformismo y la pasividad, y aceptar una verdad
inquietante: “sólo el pueblo puede salvar al pueblo”.
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