Opción múltiple |
Como el quehacer gubernamental ahora es cosa de buena fe, de creencias impolutas e inalterables, de enjundias y prestigios familiares, resulta que el enemigo principal es, ni más ni menos, la cruda realidad, la espantosa situación de los millones de habitantes que en el país y en el estado vivimos, y la precepción de que las cosas no van bien y que no habrán de mejorar, de que el desempleo no se revierte gracias a la derrama de saliva, de jaculatorias y de fervorines que con entusiasmo albiceleste se sirven pronunciar los gobernantes del partido del populismo de derecha mejor conocido como PAN.
Que ya se está viendo luz al final del túnel legal dedicado al acueducto Independencia, es una buena noticia. Que sigue a la baja el empleo y que las broncas del transporte urbano consagran como víctimas a las clases de a pié, es una mala noticia; que las heladas no fueron cervezas sino eventos climáticos que afectaron las cosechas, malas nuevas; que la dependencia gubernamental dedicada a proteger a las clases socialmente vulnerables predique con el ejemplo de la caridad en vez del empleo y el ingreso popular, mal negocio. Que la salud sea un bien con dedicatoria a la clase turística internacional, mala cosa. Que la urbanización de Hermosillo no tome en cuenta a los peatones y privilegie al automóvil, peor situación.
¿Lo nuevo? |
El prurito de la novedad inaugurado por Vicente Fox como expresión oral, escrita y mímica del cambio y el venturoso destino de la nación bajo el imperio de la imaginación instalada en las nebulosas alturas del Prozac, parece tener vigencia transexenal y aterrizar desde la nube del gobierno federal como gota destilada de espirituoso optimismo en el gobierno del estado. Las maravillas de la evasión pronto colmarán las expectativas de los ciudadanos ansiosos del narcótico efecto del “ahora sí”, del “sí se puede”, del “gobierno del cambio”, del “nuevo Sonora” de la porra, la matraca y la serpentina anticipada de los bienes terrenales del hombre logrados mediante promesas y exhortos que alimentan sin colesterol ni molestas cargas digestivas a los famélicos entusiastas de la demagogia.
Lo que está siendo documentado por los acuciosos cronistas de la realidad -estadísticos, periodistas, analistas, académicos- no se parece al escenario que pintan con saliva las huestes del entusiasmo prefabricado, porque las cosas no son como se platican y el hecho de estar en un país y una entidad donde las intromisiones extranjeras, las balaceras, los asaltos, los muertos y heridos son parte de la cotidianidad y se integran al paquete de problemas con que carga el ciudadano común. Urge la fórmula que resuelva el dilema entre la demagogia, el engaño y la ignorancia supina, y el insoslayable fracaso de las políticas neoliberales en sus versiones y matices prianistas (aun considerando que pudiera caber la distinción entre la vagancia priista y la voracidad y el mal gusto panista). Lo que queda en el ciudadano es la expectativa del cambio, su necesidad y urgencia, pero sobre todo, su congruencia y autenticidad.
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