“La habilidad es a la astucia lo que la destreza es a la estafa” (Nicolas Chamfort).
Ya ve usted que nadie puede escapar a la seducción de la comunicación en tiempos en que los medios electrónicos y las maravillas digitales caben en la palma de la mano.
Difícilmente hay alguien que se resista a consultar sus redes sociales (sic) con la frecuencia que sea tan necesaria… o innecesaria, en el curso de día laboral o de descanso.
El día y la noche tienen una tesitura similar cuando de conectarse se trata y navegar por la anchurosa autopista de la información, paraíso de la infodemia y la construcción de paraísos digitales que transforman la vida y sus milagros en una serie de fenómenos pringados de avisos comerciales, sugerencias de contenido y toda la basura conceptual, emocional y conductual que usted pueda aguantar, en un consumo diario que inadvertidamente lo deforma, reformatea y lanza a la carrera de opinantes “bien informados” donde la meta es un “like”, manita arriba y todos los repostes posibles porque compartir es lo de hoy.
De primera intención, parece que el usuario tiene una disposición morbosa a hacer pasarela mediática a escala liliputiense, decirle al mundo que existe, lanzar opiniones, afirmaciones, rumores y denuncias lubricadas con el sebo de la autocomplacencia.
La frase de “publico, luego existo”, adquiere significado y propósito en la vida cotidiana de muchos, donde pertenecer a una comunidad digital en forma de chat, grupo o afiliación por “amistad” o contacto en “X”, Mega o similares da estatus legal en el mundo de las relaciones sin contacto físico, sin trato directo, sin idea de la calidad del interlocutor.
Tenemos “amigos” que pueden sumar legiones, sin embargo, no sabemos ni de colores, olores o sabores en la asepsia de una comunicación mediada por un monitor y un teclado.
La humanidad y la vida corren por carreteras separadas de la autopista digital y la comunicación se reduce a lugares comunes en las interacciones personales, en el intercambio de vacuidades cordiales, de formalismos huecos, de memes, emoticones y frases hechas.
Si bien es cierto que las redes sociales sirven para darnos la ilusión de la comunicación y ponernos al día de las novedades familiares, amistosas o noticiosas, también lo es que constituyen un campo fértil para los defraudadores, delincuentes cibernéticos, acosadores, odiadores por encargo, propagandistas de diversa ralea, troles, “bots”, sin olvidar a los hackers y sus maquinaciones perniciosas.
Las redes sociales son el nuevo campo de batalla que enfrenta a la ingenua confianza del usuario con la malicia y perversión del delincuente, del ganón disfrazado que roba o asume identidades, que se apropia de cuentas en aplicaciones comunicacionales como WhatsApp, entre otros.
A usted le pueden llamar por teléfono para pedirle un código que supuestamente le enviaron por WhatsApp, para efecto de entregarle un paquete de una empresa comercial. Lo que el delincuente busca es que usted abra su aplicación para así penetrar y apoderarse de su cuenta.
Lo que sigue es que usted pierde el control de su aplicación, sus contactos reciben solicitudes de dinero en forma de transferencia a una cuenta. Si la víctima atiende el pedido queriendo hacerle el favor porque supone que es usted quien le envía el mensaje, se consuma el fraude y la víctima puede despedirse de su dinero, y usted, eventualmente, de su confianza.
En este caso, usted debe comunicar a las autoridades el fraude, reportar el número del que le hablaron, de ser posible, la cuenta bancaria señalada como destino de la transferencia, dar aviso a sus contactos y, a la brevedad, tratar de recuperar la cuenta, contactando a su proveedor digital e instalar, en su caso, la seguridad en dos pasos de WhatsApp. De ser necesario, cambiar su número de cuenta.
Así pues, las maravillas comunicacionales producto de la revolución digital, pueden arrojar frutos amargos y envenenados por la codicia y mala leche de ciertos usuarios.
Las miserias de la comunicación en redes donde se hace presente el abuso, la violencia y la mala voluntad, se crean y transforman en el mismo escenario donde se dan los saludos, felicitaciones, memes, videos y avisos que nos cuentan qué desayunó el contacto, sus padecimientos y visitas al médico, los ejercicios que hace, los años que cumple, los fallecimientos y nacimientos, la vida y milagros de gente que se comunica y confía.
Estar siempre alerta en cada llamada de números desconocidos y, en su caso, la denuncia de los abusos perpetrados. Son medidas necesarias que están en manos de los usuarios. Hagamos de los medios un espacio digno y seguro.
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