Cuando un sindicato toma medidas
represivas contra sus propios miembros y exige la asistencia de éstos a sus
actividades prometiendo sanciones, es tiempo de replantear su existencia, sus
métodos y sus principios. La represión y amenaza se explica mejor del lado de
los patrones.
La organización sindical represora es
propia de un estado autoritario que controla y mediatiza a los sindicatos,
convirtiéndolos en instrumentos de control de la clase trabajadora.
En la asamblea del STAUS donde se
dieron a conocer los ejes del pliego petitorio de la revisión salarial de 2014,
hubo una propuesta que por lo menos llama la atención sobre la vulnerabilidad
sindical ante las tentaciones del autoritarismo patronalizante que charrifica a
las organizaciones y las hace dejar de tener el sentido social y clasista que les
es propio. Un miembro propuso a la asamblea que aprobara sanciones contra los
integrantes que no asistieran a marchas, mítines y demás actos sindicales. Incluso
se llegó a plantear la necesidad de algún mecanismo que monitoreara o
fiscalizara el cumplimiento de esta exigencia en el nivel de las delegaciones
para efecto de “descontar un día de salario integrado” a los infractores.
Se llegó a señalar que no era justo
que unos pocos estuvieran luchando por una mayoría que no cumple, que no lucha
por sus demandas y que “el que quiera azul celeste, que le cueste”. No faltó la
alusión a los pensionados y jubilados, que estaban ausentes porque nadie les
indicó que la organización sindical requiere de su presencia para luchar por el
derecho elemental de una vida digna tras el retiro.
Lo verdaderamente intrigante fue la
exigencia de que se votara la propuesta
de las sanciones, poniendo a la asamblea en el poco envidiable papel de
verdugo sindical, en un olvido trágico de que la lucha sindical es por los derechos
colectivos y no individuales. En la lógica de los nuevos inquisidores, cada
quien debe luchar por lo suyo, con lo que la organización sindical carecería de
sentido.
¿En qué se puede basar la suposición
de que el sindicato es una especie de patrón de los trabajadores con el derecho
de descontar días de salario? ¿Qué tipo de facultades administrativas supone
que puede ejercer contra los trabajadores? ¿Por qué un sindicalista violenta la
solidaridad gremial al, prácticamente, decretar una cláusula de exclusión de
derechos a quienes supuestamente infringen el pase de lista con que se
charrifica el sindicato?
¿De cuándo acá los trabajadores
sindicalizados cambian el objetivo de sus luchas y lo enfocan contra sus
propios compañeros? ¿En qué cabeza cabe suponer que la dirigencia o la asamblea
general pueden dejar de luchar por los beneficios económicos y sociales que a
todos corresponden por derecho? ¿La discrecionalidad en el reconocimiento de
derechos será ahora la tónica, decidida “democráticamente”?
Al parecer los “pocos que siempre
asisten” suponen que los faltistas lo hacen solamente porque les da la gana, y
sienten que el peso de la lucha recae solamente sobre sus hombros. Olvidan que
la lucha se libra en diferentes frentes como son en la calle manifestándose, en
el aula informando y sensibilizando a los estudiantes, en los medios de
comunicación informando y aportando elementos de juicio a la sociedad, así como
plantando cara al gobierno y la administración universitaria por sus malas
prácticas políticas y administrativas. Cabe recordar que en la lucha sindical
no todo es hacer bola en un recinto, marchar con el puño en alto, llenar plazas
o auditorios, tomar oficinas o plantarse fuente a ellas. Cada actividad tiene
su propio peso y no todo mundo está en las mismas condiciones para hacer de
todo.
El compromiso y la militancia sindical
tiene como ingredientes la conciencia de clase, la disponibilidad de tiempo y
salud, la convicción de que la lucha tiene sentido, la confianza en la
honestidad y el liderazgo de las dirigencias, entre otros factores. No pocos
docentes no asisten a la marcha o al mitin porque están atendiendo estudiantes,
en el aula o en la asesoría de cubículo o pasillo. Mientras que unos ya
salieron de su actividad docente, otros pueden estar en pleno proceso. En esta
virtud, el querer asumir que todo mundo está en la misma disposición y
oportunidades es un grave error. La unidad en la diversidad es la esencia de la
universidad, mediada por la inteligencia y con el objetivo común de hacer o
difundir la ciencia y la tecnología, las artes y las humanidades. No se puede
pedir uniformidad en algo que es esencialmente heterogéneo y pluriparticular.
En este caso, la acción de las
dirigencias debe ser, antes que fiscalizadora y represiva, altamente
comunicativa, completamente transparente, firmemente decidida a cumplir con el
deber de luchar por el mejor interés de sus agremiados. La buena práctica política
seguramente acaba eventualmente por llenar auditorios y colmar asambleas y
manifestaciones.
Sería triste y francamente aberrante
que el sindicalismo universitario asumiera como propias las prácticas hostiles
del sindicalismo charro, de pase de lista y cumplimiento aparente, a cambio de
la torta y el refresco. En los sindicatos universitarios se espera convicción,
buen manejo político, respeto por la dignidad de los miembros y, sobre todo,
completa solidaridad gremial.
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