Al parecer ingresamos por la puerta
grande a la estupidez convertida en moda, lugar común conductual o simple
compulsión hacia la imitación de usos y costumbres del hombre blanco y barbado
que reparte pornografía y armas en el mundo. De nueva cuenta nuestra vocación
de colonizados emerge poderosa y se manifiesta en forma de ataques de babeante
irracionalidad contra niños y jóvenes en las escuelas. Ahora toca el turno de
los ataques y provocaciones contra personas en el aula donde una niña ha sido
la víctima.
Como usted estará informado, recientemente
una niña fue atacada por un chico y terminó privada del conocimiento en el
suelo de su salón de clases, ante la ausencia de maestros o empleados que
pudieran poner fin a la irracionalidad de un muchachito alentado por sus
compañeros por ser “el hombre” y ni modo que le fuera a ganar una mujer. Los
perpetradores en grado de complicidad grabaron las escenas y las subieron a
internet, de suerte que se pueden apreciar en youtube, con toda su deleznable
carga de subdesarrollo emocional ( http://www.youtube.com/watch?v=LHc_yRxFR6s
). La filmación ha sido vista por un número creciente de personas que por morbo
o simple deseo de informarse acuden a las redes sociales con más asiduidad que
a votar en las elecciones o participar en las manifestaciones ciudadanas en
vivo y a todo calor por las calles de Hermosillo. Las autoridades usualmente
incompetentes y declarativas prometen investigar lo que es visto por miles
gracias a la filmación hecha mediante teléfono celular, lo que corrobora la
ignorancia sistemática de que adolecen los burócratas de turno.
Otro hecho que se ha repetido lo
suficiente para dejar de ser un caso aislado es el de los piques entre chicas a
la salida de la escuela secundaria, donde se desgreñan a placer rodeadas de una
pequeña multitud de babeantes animadores, que ven extasiados los golpes y
arañazos que se propinan dos mujercitas que se disputan los favores de algún
galancete con espinillas y hormona alborotada en un cuerpo adolescente y
típicamente tercermundista. La audiencia vociferante revela otra faceta de la
dilución de valores que no hace muchas generaciones eran incuestionables: “a la
mujer se le respeta”; “delante de una dama no se dicen majaderías”; “el hombre
no lo es tanto si se atreve a lastimar a una mujer o faltarle al respeto de
alguna manera”. “Las mujeres van a la derecha de los hombres en las banquetas;
las damas son primero”; hay diferencia entre hombre y macho, donde el segundo
se distingue por basarse solamente en sus atributos físicos, mientras que el
primero pone por delante su conciencia. Ahora, con el pretexto de una igualdad
bárbaramente entendida, los chicos hablan y gritan estupideces delante de las
chicas y éstas lo celebran y eventualmente imitan; así las cosas, son comunes
los juegos de manos entre jóvenes de diferente sexo e incluso las agresiones se
toman como manifestaciones lícitas de la libertad e igualdad entre sexos. Las
consecuencias sociales y familiares están a la vista.
No hace mucho, me tocó presenciar un
altercado entre dos mujeres automovilistas. En un crucero, una de ellas cortó
levemente la circulación de otra, que se estacionó para bajarse e insultar a la
culpable del incidente y que, prudente, aguantó en su carro la andanada de
groserías, a la par que ofrecía disculpas. Me llamó la atención el desaguisado
porque suponía que las mujeres podían tener una mejor actitud, más prudente en
comparación de la masculina. La realidad me sacó del error, en medio de un
caudal de vulgaridad y patanería. Hay quienes consideran la vulgarización
femenina como expresión de su liberación, pero ¿de qué supuestamente se libera
sino de su feminidad?
Para desgracia de los impulsores de
las modas sobre los roles sexuales o “de género” como tramposamente se les
llama (como si el género a que pertenecemos no fuera el humano y las
diferencias físicas y mentales no obedecieran al sexo de cada cual, con las
consiguientes diferencias en la química cerebral y el la conducta familiar y
social que se asume, según el caso), hay diferencias que no se van a eliminar
con discursos sobre igualdad que dejan de lado la equidad y la propia
naturaleza humana. En este punto de nuestro desarrollo social, o subdesarrollo
según se vea, cabe pararse a reflexionar sobre lo que estamos haciendo con
nuestros hijos, parientes, vecinos; pacientes o alumnos. ¿Dónde quedó la
responsabilidad familiar, escolar y social sobre la educación y la salud de los
jóvenes? ¿Cuántos videojuegos permitimos que se cuelen en la mente de los
chicos, con su enorme carga de sexo y violencia? ¿Qué valores estamos
ejemplificando e instilando a través de la crianza y la formación escolar?
Ahora se insiste en la no discriminación,
en el respeto a la diversidad con mayor acento en la sexual, nos solazamos con
ello pero parece que dejamos de lado lo esencial: acabamos por diluir
diferencias que son esenciales para la identidad de los chicos y su convivencia
civilizada en una sociedad cada vez más compleja. En una sociedad plural y
creciente en número de integrantes, la palabra respeto debe acompañarse de
tolerancia, lo que no es posible si está en cuestión la identidad de los
sujetos. Dicho de otra manera, a partir de la conciencia de lo que somos,
podemos entender y respetar a los que son diferentes. Una sociedad sin
elementos parametrales de conducta es presa de la confusión de papeles y el
desastre social empieza con la agresión escolar y termina con la familiar y
social, aunque el origen de cualquier manera lo encontramos en dos dimensiones:
familia y escuela.
Las agresiones escolares son
inadmisibles. Las familias y las instituciones educativas deben actuar
enérgicamente y buscar mecanismos para lo que debe ser una buena educación. En
cuanto a los jóvenes culpables, quizá sea más afortunado llamarlos víctimas de
una sociedad que ha descuidado su patrimonio moral y ético. Estamos a tiempo de
enmendar errores. Seamos consecuentes y hagamos de la familia una escuela de
vida.
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