Ahora le quieren ver la cara al ciudadano usando una colección de máscaras teatrales y de encendida verborrea de amor y paz, de besuqueos impúdicos, de apapachos fraternales entre las ovejas y el lobo, de acuerdos entre tiburones y sardinas, entre gringos y latinos, entre las hormigas y el oso de trompa aspiradora y mirada golosa. En este contexto, más vale leer con cuidado el mensaje de los poetas decimonónicos mexicanos, que algo sabían de la perfidia y la simulación que aderezaba la lucha política entre liberales y conservadores. Bajo toda esa paja está un proyecto de nación, un ideario político y una lucha de clases, cuyos antagonismos son inocultables e irreconciliables. Va, por ejemplo, el siguiente poema:
TUÉRCELE EL CUELLO AL CISNE
Enrique González Martínez (1871-1952)
Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
que da su nota blanca al azul de la fuente;
él pasea su gracia no más, pero no siente
el alma de las cosas ni la voz del paisaje.
Huye de toda forma y de todo lenguaje
que no vayan acordes con el ritmo latente
de la vida profunda... y adora intensamente
la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.
Mira al sapiente búho cómo tiende las alas
desde el Olimpo, deja el regazo de Palas
y posa en aquel árbol el vuelo taciturno...
Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta
pupila, que se clava en la sombra, interpreta
el misterioso libro del silencio nocturno.
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