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Los altos deberes de la presidencia exigen, requieren, demandan un mayor nivel de competencia, porque a las chaparreces del cuerpo no las compensan las indulgencias plenarias, aunque sean por la asistencia al acto solemne de la beatificación del papa polaco. En este tenor, vale la pena volver la vista atrás y nuevamente contemplar la escena de la graciosa colada de Calderón al recinto legislativo cuando la toma de protesta presidencial, lo que revela que infancia gubernamental es destino político: la trastienda es para sacar la basura, no para introducirla.
Pero, si la pequeñez se complementa con afanes neronianos, la quema de Roma no va a ser un accidente sino un daño colateral en la lucha contra la realidad. Las fuerzas armadas serán, entonces, el recurso didáctico que persuada a una ciudadanía en vilo de las bondades de la nada histórica y conceptual que significa el neoliberalismo periférico. La negación hecha sistema borra las líneas de nuestra historia, las luchas por la independencia y por las libertades, los gobiernos emanados de la revolución y los ejes de la contrarrevolución de los años 80, la desnacionalización de los 90 y las gerencias imperiales del siglo XXI. Nuestra actualidad se escribe con faltas de ortografía sobre un universo que pierde parcelas de soberanía y de legalidad. Los derechos humanos son cadáveres para enterrar discretamente, sin esquelas, de espaldas a la sociedad, en complicidad con el poder legislativo, la prensa y los organismos financieros internacionales.
En estos días, queda para el anecdotario católico mexicano, la fervorosa evasión calderoniana rumbo a la Santa Sede, mientras que en el país las siete plagas bíblicas azotan la economía y la política mexicanas, cubren de sangre la macroeconomía y devoran las entrañas de las familias. La visión del México actual nos sugiere la posibilidad de ser la antesala del infierno o, quizá, la versión tercermundista del mismo. Para nuestra desgracia, el averno mexicano es un pantano de demagogia, de corrupción, de violación constante a las leyes, de traición inmisericorde a principios y valores, de sórdida imitación de lo extranjero y de obediencia ciega los designios del capital internacional.
Para la clase trabajadora, está la amenaza de reforma a la legislación laboral, mientras que pende sobre las cabezas de las organizaciones sociales y políticas y el ciudadano común, la criminalización del pensamiento y la acción social, a través de la reforma legal que de facultades al Ejecutivo de actuar mediante las fuerzas amadas contra cualquier oposición, disidencia, o intención distinta a lo que guste imponer el presidente de la república y su partido, con lo que la violación de las garantías individuales se legaliza en tanto que el Estado y el Derecho se reducen al absurdo e ilegitiman.
Las recomendaciones de la OCDE, el FMI, el Banco Mundial y el Departamento de Estado son, para el gobierno de México, dogma de fe. ¿Valdrá este esfuerzo calderoniano una futura beatificación por parte del capital internacional? Lo triste del caso es que la servidumbre tercermundista está para ensuciarse las manos, no para recibir alabanzas. Calderón y el prianismo se empeñan en destruir al país, en una parodia de enanos empeñados en subir una escalera, pero para la gente consciente, la estupidez no puede calificarse de espiritualmente meritoria ni el servilismo es argumento de beatificación.
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