Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

miércoles, 28 de enero de 2015

Cálido invierno

Como usted sabe, los eventos políticos de la temporada sugieren incrementos en la temperatura social, dadas las demostraciones de vivo interés de ciertos candidatos de llegar a ocupar los puestos que les aseguren ingresos económicos crecientes, posibilidades de hacer ahorros e inversiones, aumentar su círculo de amigos y seguidores y, desde luego, perfilarse como aspirante a otro puesto de elección que signifique un avance, si no en lo político si en lo económico. Lamentablemente, debemos reconocer que la política no es como antes y que el servicio público depende de factores cada vez más relacionados con cuestiones digestivas antes que sociales. Es decir, la posibilidad de comer mejor que el año anterior en cantidad y calidad es poderoso impulso para muchos, además de que salir en la foto y ser tomado como referente de opiniones y actitudes por  muchas personas pendientes de la televisión y con deseos de parecerse a alguien juzgado mejor en términos de poder y prestigio.

Con el cuento de que ahora tenemos más opciones político-electorales, las ganas de figurar  en este juego escapan a las naturales formas de contención de los impulsos emocionales centrados en la lealtad, la honestidad y la firmeza de convicciones, porque lo que realmente cuenta es aparecer en la foto y dejar de lado los escrúpulos. El discurso acerca de lo que hay que hacer y cómo hacerlo es lo de menos, basta con criticar lo que se ha hecho y ofrecer una vaga idea de lo que se puede hacer usando como argumento central la adjetivación negativa contra los demás. El uso de los escándalos recientes parece alimentar la hoguera de los discursos flamígeros contra los opositores, ya que la historia personal y política ocupa un discreto lugar frente a la glamorosa pasarela de las candidaturas fotogénicas y el apoyo cosmético de las pequeñas multitudes que militan en los abrevaderos populistas tanto de derecha como de una izquierda nominal, generalmente perdida en el ocultamiento de pasados chapulinescos y algunos historiales de oportunismos a granel, cuando no empaquetados en envases de coyuntura con cargo al olvido del gran público convertido cada tanto en elector.

Así como es un milagro de la naturaleza ver la migración de las hormigas de un lugar a otro por obra de los fenómenos naturales como lluvias, tempestades y terremotos, ahora nos podemos solazar con el flujo electorero que va de unas siglas en demolición a otras aparentemente restauradas, seminuevas o de reciente edificación. Las ratas son otro ejemplo de fuga por sobrevivencia, incentivada por el instinto y curiosa capacidad de adaptación. En el escenario político tenemos personajes de uno y otro sexo que hacen gala de su capacidad migratoria: algunos van del PRI al PAN, o de éste al reciente resumidero político llamado Movimiento Ciudadano; otros navegan airosos de los dos partidos que han llegado a la presidencia al PRD, aunque recientemente se ha visto la huella migratoria de éste instituto a Morena.

Desde luego que es lícito pasarse de un partido a otro, en “búsqueda de democracia”, pero no se vale, por ser poco creíble y púdico, hablar de honestidad, convicción y compromiso social si cada cual se lanza a una nueva aventura electoral en un partido distinto simplemente porque en el anterior no le resultaron las cosas como quería. En este punto es imposible dejar de mencionar a Javier Gándara, que fue priista hasta que sus aspiraciones chocaron con otros intereses en la estructura del partido, y cambió de camiseta persiguiendo el pueril sueño de ser el presidente municipal y ahora gobernador, confiado, como se ha conjeturado por la frustrada alianza local entre PRD y PAN, en su capacidad de compra. Guardando las proporciones, otro caso es el de Alfonso Durazo, ahora en la bancada de Morena pero con origen en el PRI de donde saltó al PAN en el período de auge del esperpento trasnacional conocido como Vicente Fox, para luego declararse decepcionado y caer en los brazos electorales de una izquierda ligth, receptiva y moderada como promesa de cumplimiento de sueños electorales para priistas-panistas resentidos.

Lo anterior lleva a la pregunta con olor a respuesta de sobremesa: ¿Ya no hay políticos que lo sean por convicción ideológica? ¿Todo es cuestión de diseño de imagen y mercadeo de posiciones? ¿Los candidatos son las nuevas ficheras en el table dance electoral? ¿El discurso sobre los problemas y soluciones de la ciudad y el estado están basados en cuestiones sabidas pero ignoradas por todos? ¿Quién apoya a quién?, ¿el candidato a las masas o éstas al candidato? Lo anterior viene a colación porque parece que Dios llega al barrio o al auditorio cuando aparece el candidato prometiendo apoyos, panes y pescados a los ahí congregados, en vez de ser un individuo con una oferta de cumplimiento de promesas a cambio del apoyo ciudadano.

Al parecer, se tiene la brújula perdida y es imposible saber dónde está el arriba y el abajo en las relaciones de poder. Como que no nos hemos tomado en serio eso de que el poder reside originalmente en el pueblo y que éste puede cambiar en el momento que juzgue necesario la forma de gobierno. Es decir, no hemos entendido lo que es la democracia y el poder electoral. Por eso el voto no se ejerce o se desperdicia al no decidir quién debe ser el elegido para ejercer tal o cual responsabilidad. Estamos acostumbrados al tráfico de influencias, a la compra de votos y al manoseo electoral. ¿No va siendo hora de asumir las responsabilidades propias de una sociedad madura? ¿No hemos crecido lo suficiente?


Si este invierno ha sido relativamente cálido, esperemos que el verano sea caliente, con temperaturas que fundan la gélida apatía, el congelado conformismo y la frigidez de la modorra electoral. En un país víctima de la deshonestidad, la corrupción y el fracaso económico, la calentura política debe reflejar la intensidad de la lucha por vencer la enfermedad neoliberal, como acaba de ocurrir en Grecia. Cosa de atreverse a cambiar. 

martes, 20 de enero de 2015

Los partidos... partidos

De todo hay en la viña del señor, de todo, pero debe tener ciertos límites. De repente se ve como lo más natural que un dirigente de partido de izquierda se empeñe en hacer alianza con otro para llevar al poder a un candidato de derecha; al rato nos enteramos de que un dirigente político de extrema derecha se da la mano con su homólogo de a veces izquierda y a ratos de centro que tira a la derecha. Un poco más tarde nos topamos con que ese partido que es de centro, pero que oscila convenientemente, acogerá en su seno electoral a una reciente ex-panista y ex-presidente municipal de Hermosillo para contender por el cargo, cada vez menos honroso, de Gobernador del Estado. En la actualidad presenciamos el desquiciante caso de los partidos comodín y de los izquierdistas de derecha, por lo que uno se pregunta, ¿qué jodidos pasa en la política? ¿Ya no hay ideología en los partidos? ¿Se han convertido en una especie de changarro electoral que vende las mismas porquerías? ¿Ya no hay competencia basada en diferencias de programa y proyecto de país?

El efecto Televisa aderezado por los innúmeros despachos de diseño de imagen, encuestas electorales, edecanes y equipo para banquetes y reventones, tienen en su poder el mercado de personalidades y ahí sí la competencia es feroz, aderezada por los ingredientes básicos de cada contienda electoral en tiempos del neoliberalismo nopalero: los compadrazgos, los arreglos por debajo de la mesa y las afinidades familiares que recomponen la posición de los candidatos (¿clientes?) en la contienda. Pero la  competencia comercial termina siendo aburrida, ya que el mensaje y los rostros a él asociados podrán variar ligeramente, pero en el fondo se aprecia una escamante uniformidad que apuesta a la flojera mental de los posibles consumidores de imagen y a la poca atención que merecen sus promocionales.

En este contexto vemos, por ejemplo, aparecer pendones, bardas o anuncios espectaculares con la efigie de un empresario con sonrisa plastificada, ajeno a la dura realidad de que mal come gracias a su salario que encoge en cada vuelta de tornillo sexenal, a la par que aumenta el costo de la vida. El hombre fotográfico sonríe como si de veras pudiera experimentar algún tipo de empatía con el populacho, al que vende productos básicos en mercaditos electoreros con barniz de buenaondismo flantrópico y se emboza tras aplicaciones de silicona periodística que tapan los huecos de autenticidad.

Aunque la basura plástica, que apareció inopinadamente y compone en forma anticipada un cuadro patético de contaminación visual, fue retirada en ciertas ciudades, persiste la dudosa encomienda de ligar la imagen publicitada con el futuro que toca las puertas del estado y la ciudad. El cansancio y el asco se combinan al contemplar la evidente aberración pre-electoral que ya huele a burla y agandalle, y que es un aviso de lo que van a llegar a ser las campañas electorales que se desarrollen en tiempo.

Supongo que muchos ciudadanos están a la espera del juego de sartenes, la bajilla de plástico, las sombrillas con el logotipo del candidato o el partido donante, las gorras y camisetas, las promesas y sorpresas que se derraman generosamente por barrios y colonias, por plazas y lugares de congregación borreguil, en la periódica exhibición de la política changarrificada y el precarismo cívico y electoral, siendo que la ciudad y el estado requieren de ciudadanos con una clara alergia a las maiceadas, resistentes al virus de la tarjeta de débito, a la comilona popular a cargo de tal o cual candidato, a las zalamerías del líder acarreador de ciudadanos-bulto que llenan espacios y atiborran locales. Se requieren ciudadanos capaces de decidir por quién votar o no votar, y dispuestos a vigilar y defender su voto.

En los días por venir se pondrán en evidencia las lealtades fingidas, los compromisos fugaces y las palabras empeñadas por alguna cantidad irrisoria que mueve a olvido y a anécdota curiosa. El cinismo adornará los discursos oficiales, mientras que las propuestas de campaña serán nuevas ediciones de una inacabada farsa sado-masoquista que se perpetra contra la conciencia de los electores. Las promesas que se cumplen no son sino aquellas que se refieren al aumento de los precios, a la mayor fiscalización de los dichos y hechos ciudadanos, dejando de lado la democracia y el celoso cumplimiento de la ley. Los ciudadanos tendrán que soportar los constantes y a veces ridículos cortes televisivos repetidos machaconamente durante semanas, en un intento deplorable de convencer por cansancio a una población cada vez menos segura de la veracidad de las afirmaciones y la seriedad de las promesas.


Lo más fácil sería mandar todo al demonio y montarse en una férrea posición abstencionista o anulista. Craso error. ¿A quién si no a los mismos que nos joden beneficiaría esto? Seguro existen muchas razones para el escepticismo y la apatía, pero los absurdos legislativos recientes, como las contrarreformas de Peña, sólo podrán ser corregidos mediante el ascenso del pueblo a los órganos legislativos, lo que obliga a impulsar mediante el voto a personas que, a lo largo del tiempo, hayan demostrado su compromiso con la defensa del patrimonio nacional y familiar, del progreso y el bienestar para todos. En estas condiciones, no votar por berrinche equivaldría a caer en una indeseable situación de complicidad con el sistema, en renunciar al derecho a decidir para que los de siempre sigan haciendo lo que quieren. Si ha pensado que votar es un desperdicio, ¿no votar qué es? ¿Por qué no atreverse a votar por una propuesta distinta al PRI-PAN-PRD y satélites? ¿Votaría usted, en cambio, por el PT o por Morena? Puede ser interesante.

martes, 13 de enero de 2015

Mal inicio de año

Con el inicio del año los problemas acumulados se incrementan y adquieren tintes dramáticos en la geografía local, nacional e internacional. Desde luego que para los lectores informados de manera cotidiana gracias a la consulta de los diversos medios de información, este aspecto no es nuevo ni causa asombro, en cambio, para quienes suponen  que las noticias son peores que las series policiacas gringas o las películas de terror orientales quizá la afirmación inicial revista cierto interés y novedad.

El ciudadano que comparte su tiempo y neuronas en los ejercicios diarios de manipulación de su Smartphone, Tablet o computadora personal dedicado a “navegar” por las ondas que cruzan nuestro espacio electromagnético gracias al prodigio de la digitalización, y centra su atención en las páginas de pornografía lúdica como son los portales de chismes, música y series anodinas de espectáculos y deportes, quizá no sienta el pasmoso vacío que se genera en las conciencias cuando son víctimas de la sádica acción de la manipulación y su hermana teibolera que es la desinformación. Pero, como todo vacío que se respete, muy pronto es llenado con algo que se retuerce en la conciencia, perfora la moral y tiraniza las costumbres. La colonización de las conciencias es dulce al principio pero pronto se transforma en coma diabético conceptual, en aneurisma cognitivo y, llegado a extremos, en apatía política y desgano electoral. Supongo que usted habrá sabido de una suerte de campaña por la anulación del voto o, entrado en gastos, por el abstencionismo dinámico de los electores.   

Cabe reconocer que la iniciativa es atractiva, porque proporciona al actor la sensación de que está haciendo algo por cambiar las cosas que le son lesivas como ciudadano de pleno derecho. ¿Por qué votar por un corrupto? ¿Por qué ir a las urnas siendo que de todos modos ya está arreglada la votación? ¿Por qué votar por partidos y personajes que no me representan? La propuesta parte del supuesto de que existe una base moral que guía las acciones de la política institucional, y que si casi nadie vota por los candidatos registrados y se nulifica el voto, los corruptos van a entender que son rechazados y la pena de saberlo va a tener efectos demoledores en sus conciencias y eventualmente decidirán cambiar, caminar hacia la luz y ser buenos de ahí en adelante. La sociedad habrá cambiado y un futuro de bienaventuranzas se abrirá para todos.

La idea del imperativo moral en el mediano o largo plazo es más atractiva para el planchado del pantalón de la democracia que los afanes de votar y meterse en el brete de defender el voto con el sofoco de las movilizaciones, los jaloneos judiciales y las mentadas de madre en los espacios y tiempos que procedan.

Desde luego que cada cual está en su derecho de decidir si va a votar o no, si lo va hacer por los de siempre o si va a animarse a experimentar e “invertir” su voto en una aventura que como puede que resulte satisfactoria puede que no. Es perfectamente lícito que alguien decida anular el voto, animado por una especie de fe religiosa, algo así como una reivindicación moral que dispara balas de salva contra la inequidad y la inicua perversión de los políticos, contra sus argucias y engaños, contra sus gestos de generosidad y precios bajos, demagogia y ganas de joder y seguirlo haciendo, pero, de acuerdo al diccionario, “nulo” significa “que carece de validez legal”, “incapaz”, “inepto”, “ninguno”. En este caso, las buenas conciencias de los que anulen se verán custodiadas por la guardia pretoriana de la inexistencia jurídica.

Por otra parte, el ciudadano puede abstenerse de votar por diversas razones, todas ellas dentro del ámbito de las decisiones personales, de las que es dueño y único responsable. Lo mismo vale no estar de acuerdo con ninguna de las opciones, no tener interés en participar, preferir atender otros compromisos, o simplemente disfrutar de un día haciendo lo que le dé la gana. La abstención es un acto tan voluntario como nulificar el voto, aunque tanto uno como el otro significan renunciar  a un derecho político positivo, es decir, que tiene efectos en la realidad electoral.

Lo cierto es que la inercia electoral ha logrado caracterizar a Sonora, y en particular a Hermosillo, como una entidad conservadora, cargada a la derecha, donde la mayoría electoral hace posible que el poder se reparta entre dos opciones mayoritarias: PRI y PAN, aunque de un tiempo acá el PRD figura como fuerza electoral significativa. Si consideramos que estos tres institutos son suscriptores del famoso Pacto por México que Peña Nieto impulsó al inicio de su mandato, es probable que lleguemos a concluir que son las tres caras de una misma realidad clientelar neoliberal, y que, por exclusión, habría que considerar otras opciones no declaradas como tributarias de esta matriz ideológica. Si han fallado las opciones de derecha y centro izquierda negociable, entonces va siendo hora de probar con las opciones progresistas cargadas hacia la izquierda del espectro político-electoral, como por ejemplo el PT o el recién llegado Morena.


Aunque los pronósticos económicos y socio-políticos hacen de este un mal año, no deja de resultar interesante la oportunidad de romper con la inercia y votar en un sentido distinto, nuevo, que tenga los elementos esenciales para que la ciudadanía recupere los espacios perdidos: rumbo ideológico definido, credibilidad, congruencia y transparencia. ¿Usted se animaría a votar por otra opción, distinta a las tradicionales? ¿Romper la inercia y dejar de guiarse por la costumbre? El pueblo en acción puede hacer la diferencia, en cuyo caso no sería tan mal año. 

martes, 6 de enero de 2015

Relámpagos de enero

El año que inicia merece la desconfiada bienvenida de muchos, aunque también la esperanzada salutación de algunos. El resto bien puede permanecer impávido ante la fatalidad del hecho, sabedores de que la sucesión obligada de los días nos hará llegar al puerto de lo previsible. En este caso, un nuevo año de promesas y amenazas, como también de indignación ciudadana y mentadas de madre lanzadas con cada vez mejor puntería en el campo de tiro político nacional.

El ciudadano mexicano común ya empieza a ver tras las sonrisas plastificadas de los promocionales oficiales, tras los gestos de convicción patriótica sostenidos con Botox, y alcanza a penetrar más allá de la firmeza conceptual, obra del viagra del poder centralmente ejercido y debidamente patrocinado por las cuotas transexenales de las empresas de calado internacional, para mirar con renovado asombro cuánto ha crecido el gusano barrenador del neoliberalismo nopalero mexicano.

En la medida que sus ojos se acostumbran a la perversidad, puede notar las sutiles aristas de la mentalidad que, huyendo de la razón y el decoro, logró sobrevivir sin oxígeno en las aguas putrefactas de un sistema diseñado para matar y confundir. Así, la ruina nacional no será ni producto del azar ni terrible maldición gitana, sino que tendrá las credenciales actualizadas y con plena vigencia por el 2015 de un gobierno que actúa como chivo en cristalería.

¿Qué son, por ejemplo, los asesinatos de Tlatlaya, el derrame tóxico de Sonora y la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, para la suave y exitosa marcha de la república redimensionada a colonia de explotación trasnacional bajo la égida de EE.UU.? Como dijo el Primer Copete de la nación, habrá de superarse el trauma viendo hacia la luz de una nación abierta a las inversiones extranjeras y colaboradora en eso de la seguridad imperial. El terrorismo, si es de Estado, es una forma acentuada del ejercicio de la fuerza por quien tiene el derecho. Los ciudadanos y sus formas de organización están bajo la sospecha de que lo que ejercen es cosa de “revoltosos” y por eso deben ser reprimidos en salud, aunque el mensaje presidencial llame a la unidad entre izquierdos o derechos, chaparros y altos, delgados y gordos, en aras de volver a las tersas prácticas del aborregamiento colectivo (http://www.sinembargo.mx/31-12-2014/1205223).


En su infinita sabiduría, el supremo gobierno alecciona, ilustra y establece que la paz social y el progreso de México dependen del grado de manipulación que tenga esa masa informe llamada sociedad civil, y que la auténtica ciudadanía se manifiesta y demuestra con el resignado talante del guajolote en vísperas de la cena decembrina. La fortaleza y el carácter se demuestran, según esto, cuando se carece de estos dos atributos y, al mismo tiempo, todos se unen en torno al televisor-oráculo que marca las horas y los días en que el ciudadano promedio renuncia a su calidad de actor político crítico y propositivo. La tele es, sin duda, el mejor remedio para los miles sociales y económicos del país, por eso se regalan millones de pantallas por parte del gobierno. ¿Cómo privar al ciudadano del mensaje de Televisa o TV Azteca? ¿Cómo no impedir el colapso mental del telespectador al no tener acceso pronto y expedito del enervante telenovelero o futbolero? ¿Qué clase de país y de ciudadanía tendríamos si se privara de su dosis diaria de telebasura?

El 2015 oficial nos convoca a domesticar la disidencia, a disolver la protesta, a trivializar el drama económico nacional. Los agravios sufridos son materia de olvido. Hay que superarlos.

¿De qué sirve el esfuerzo oficial por la apertura comercial y política con el extranjero, si se tiene una población aun anclada en el nacionalismo? ¿Cuál es la utilidad de vender al país a precios de remate, si existen grupos de ciudadanos con reclamos patrimoniales históricos y colectivos? ¿Para qué sirve reformar la Constitución en materia económica y de seguridad, así como en la distribución de competencias entre gobierno federal, estados y municipios, si hay voces que señalan la centralización de la política y la administración pública como la negación del federalismo y la reducción de las libertades ciudadanas?

La excitativa presidencia puede tener por base las siguientes interrogantes: ¿Por qué la gente no entiende cómo siendo país petrolero somos importadores de gasolinas cuyo precio ya es superior al de las comercializadas en Estados Unidos, pero que esto nos convierte en buenos vecinos y clientes comerciales del país del norte? ¿Cómo es posible que el ciudadano común no celebre el éxito de los políticos y sus familias, capaces de poseer residencias valuadas en millones de dólares y autos de precio inalcanzable? ¿Qué mala entraña revelan los habitantes que protestan por unos cuantas decenas de miles de muertos y desaparecidos, siendo que México hoy navega en aguas de la modernidad y la competitividad? ¿Que acaso no somos la envidia de muchos al tener una primera dama salida de las pantalla de la televisión? ¿No nos convence el hecho de que el presidente es joven y guapo, y no cuente con documentos que prueben su paso por la universidad? ¿Acaso no recordamos que Televisa en voz de Adela Micha aclaró que leer libros no era necesario para gobernar? ¿Por qué tanta codicia si con $70.10 pesos diarios sobra y basta para vivir, según ha puntualizado el gobierno en los pronunciamientos de Rosario Robles, secretaria de Desarrollo Social? Además, la eliminación de los subsidios significa acercarnos a la realidad económica de acuerdo con las leyes del mercado, según la interpretación lineal del gobierno, que seguramente encontrará alguna ventaja en el hecho de que nuestro salario es 10 veces inferior al de EE.UU. y nuestras gasolina Magna es 56 por ciento más cara que la de ellos.


En fin, en el 2015 en curso tendremos aumento de precios en los bienes y servicios, un salario que sigue perdiendo capacidad adquisitiva, la criminalización de la protesta ciudadana, una mayor injerencia extranjera en la economía y la política; creciente deterioro de las instituciones públicas y los órganos “ciudadanos” en materia electoral y una mayor centralización de funciones antes a cargo de los estados y municipios, como la seguridad pública, la educación y la salud, y nuevos y emocionantes casos de impunidad que se sumarán a los anteriores. ¿Usted duda que se esté moviendo a México? 

lunes, 22 de diciembre de 2014

¿Tras el 2014, podemos esperar algo mejor?

En estos tiempos que corren, el pensamiento y la acción neoliberales nos persuaden de que la luna puede ser de queso y que la economía funciona muy bien, a pesar de que la objetividad sugiere lo contrario. Así las cosas, el ingreso y la calidad de vida pueden disminuir en términos reales, pero la noticia de que las ganancias suben, ayuda a que los organismos encargados del arreglo estadístico nacional nos alegren la vida con promedios que presentan alguna imagen alentadoramente borrosa en materia de empleo e ingreso. ¿Qué sería de nuestra existencia si la realidad se nos presentara sin los siempre imaginativos colores y sabores oficiales? Algo similar ocurre con las siempre opresivas cifras de las muertes por causas ajenas a lo natural. 

Actualmente, tenemos una gran expansión de los asuntos funerarios, que abarcan minas, como Pasta de Conchos, así como la agreste campiña guerrerense donde un día sí y otro también se encuentran nuevas fosas con restos humanos, lo que da cuenta de una prolífica compulsión criminal que mata y entierra para ocultar temporalmente sus víctimas. A cualquiera le da la impresión de que en México la versión del Plan Colombia llamada Iniciativa Mérida (aprobada por el Congreso de EE.UU. el 30 de junio de 2008), contribuye eficientemente para acrecentar la inseguridad que carcome al país, particularmente en las zonas campesinas con gran biodiversidad en las que la economía rural y la organización comunitaria pueden ser un obstáculo cultural para el avance trasnacional a que se subordina el gobierno.

Tras los terribles sucesos ocurridos en Nueva York el 11 de septiembre 2001, que algunos expertos han calificado como un autoatentado, se desató una histeria que respondía al fantasma del terrorismo en el suelo patrio. Los medios de comunicación instalaron en la mente del gringo común la idea de ser la próxima víctima de un bombazo, de una fea y letal bacteria en el agua, el aire y hasta en el papel higiénico. A consecuencia de ello, el mediocre gobierno de Bush se reposicionó gracias al terror inducido y nuevas leyes hicieron de camisa de fuerza para las garantías constitucionales que protegen las libertades e intimidad del ciudadano gringo, quedando todo mundo en calidad de posible sospechoso de sedición. El Gran Hermano se convierte en realidad gracias al militarismo de la ultraderecha republicana encaramada en el poder, y la sórdida tarea de dominación mundial tiene sus mejores páginas. Atacan e invaden Afganistán, Irak y Libia, mientras que otras naciones de la región caracterizada por su riqueza petrolera, ven pisoteada su soberanía y disminuidas sus expectativas de paz  y progreso.

La maquinaria de guerra occidental liderada por EE.UU., hace funcionar la economía gracias a la destrucción y muerte de los ciudadanos de las naciones intervenidas, a la par que se crean empresas de asesores y de compañías constructoras que pronto las controlan política y económicamente, cercando la producción petrolera y expandiendo redes de dominación geopolítica.

En México, no hay un teatro de guerra convencional pero, en aras de un torpe colaboracionismo, bajo la cobertura de la Alianza para la seguridad y prosperidad de América del Norte (ASPAM) creada el 23 de marzo de 2005, Felipe Calderón emite una declaratoria de guerra “contra el crimen organizado”, dejando una estela inacabada de sangre tanto en el medio urbano como en el rural. El número de muertes asociadas a la guerra de Calderón es de aproximadamente 116 mil 100 personas. En los primeros 20 meses de su gobierno se registraron 18 mil 451 asesinatos intencionales, mientras que con Enrique Peña  Nieto la cifra alcanzó los 29 mil 417 homicidios dolosos en el mismo período.

La intervención del Ejército y la Armada nacionales en funciones propias de las autoridades policiales, han añadido un elemento preocupante en la ecuación del terror, ya que se han convertido en activos protagonistas del drama que vive la población civil en las zonas de conflicto, figurando como agresores y no como salvaguarda de la seguridad de los pobladores. Lo triste del asunto es que, cada vez con mayor frecuencia, la población civil es víctima de agresiones y ejecuciones extrajudiciales, tanto por elementos de las fuerzas de seguridad como por miembros de las fuerzas armadas.

Sin el ánimo de ser exhaustivo, señalaré algunos acontecimientos relevantes que ilustran el terrorismo que ha inducido el Estado, sea por omisión o por comisión.

En 1993 iniciaron los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua. Las víctimas eran jóvenes de clase trabajadora de entre 12 y 25 años de edad. Con la firma del Tratado de Libre Comercio, el auge de la industria maquiladora ocasionó una expansión de la ocupación de fuerza de trabajo femenina y, al mismo tiempo, una escasa valoración de la misma bajo la idea de ser fácilmente sustituible y, por tanto, prescindible. Desde mediados de la década del 2000, la atención se ha desviado hacia el narcotráfico.

El 28 de junio de 1995, en Aguas Blancas, municipio de Coyuca de Benítez, Guerrero, un grupo de campesinos demandaba la libertad de Gilberto Romero Vásquez que se encontraba desaparecido, además de agua potable, escuelas, caminos y hospitales. La manifestación  fue reprimida duramente por la policía con el resultado de 17 campesinos muertos y 21 heridos.

El 22 de diciembre de 1997, en Acteal, Chiapas, un grupo de paramilitares equipados con armas de uso exclusivo del ejército disparó contra indígenas tzotziles de la comunidad de “Las Abejas”, resultando 45 muertos, entre los que se encontraban niños y mujeres embarazadas. Existen testimonios que declaran que los militares armaron y animaron a los agresores a atacar a los indígenas, con el fin de acabar con la base social de los zapatistas.

El 15 de septiembre de 2008, estallan dos granadas durante la celebración de la ceremonia del grito, en Morelia, Michoacán. En los hechos, mueren tres personas y en la madrugada del 16, fallecen cuatro heridos graves; se reportan oficialmente 132 heridos, entre los cuales varias personas perdieron las extremidades. Tres ciudadanos declarados sospechosos de los atentados son secuestrados, torturados y obligados a confesar su participación en el atentado. Según el periodista Miguel Ángel Granados Chapa, la “Familia Michoacana” fue la que entregó a los tres inculpados a la PGR. 

El 31 de enero de 2010, en una residencia del fraccionamiento Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, Chihuahua, se celebraba una fiesta en la que se encontraban reunidos alrededor de 60 estudiantes de secundaria y bachillerato. A ella llegó un grupo de al menos 20 paramilitares fuertemente armados y masacró a 16 estudiantes y dejó heridos a 12. El gobierno se apresuró a anunciar que se había debido a un “ajuste de cuentas” entre grupos dedicados al narcomenudeo. El 11 de febrero, Felipe Calderón se presentó para encabezar el acto oficial llamado “Todos somos Juárez” con el propósito de reevaluar la estrategia contra el crimen organizado, que no convenció a los familiares de las víctimas quienes protestaron y fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad.

El 16 de julio de 2010, explota un coche-bomba en Ciudad Juárez, encontrándose en el lugar restos del explosivo C4 (fabricado en EE.UU.) y de un celular. El atentado dejó  cuatro personas muertas y un número indeterminado de heridos.

En Tlatlaya, estado de México, el 30 de junio de 2014, un grupo armado de 22 civiles fue ubicado en una bodega que pronto estuvo bajo el control del ejército. Los ocupantes se rindieron y, aun así, los soldados ejecutaron a 15 civiles desarmados, eliminando a los heridos con tiros de gracia en una clara ejecución extrajudicial.

En Ayotzinapa, municipio de Iguala, Guerrero, entre el 26 y 27 de septiembre de 2014, ocurre la represión policial, captura y desaparición de 43 normalistas rurales, hecho que  derrama el vaso de la pasividad del pueblo mexicano y horroriza al mundo. Las protestas y reclamos de justicia recorren México y el extranjero en una ola imparable de indignación, mientras que el gobierno cae en contradicciones respecto los avances de la investigación, lo que refuerza la sospecha de que fue un crimen de Estado, con el añadido de que se criminaliza la protesta y se legisla para amordazar las voces ciudadanas. 


¿Estaremos en presencia de una estrategia de dominación trasnacional cobijada por los gobiernos neoliberales? ¿El gobierno de México obra en beneficio de los planes de control de los recursos naturales donde el petróleo, el gas, el agua y la biodiversidad ocupan un lugar central? ¿Tenemos un gobierno que agrede y expulsa a los pobladores rurales para allanar el terreno de los inversionistas extranjeros? ¿Tenemos un gobierno que acata consignas del exterior y despliega acciones que infunden terror y confusión en la población? ¿Es un gobierno que mata? En este contexto, ¿será posible hablar de una feliz Navidad? ¿De seguir igual, podrá ser un próspero año nuevo? 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

El gobierno que no fue

Los tiempos en que la gente podía confiadamente salir de noche, dormir con las puertas del domicilio abiertas, beber agua “de la llave” sin el temor de envenenarse, mandar a los chicos a la tienda de la esquina a la hora que fuera, dejar el carro sin candado, dispositivo electrónico inmovilizante y alarma o maldiciones gitanas al posible ratero; transitar libre y confiadamente por las calles y ver a la policía sin sentirse posible desaparecido o paciente de hospital, o cruzarse en el camino de jóvenes desaliñados sin el riesgo de ser candidato a asalto, vejación o muerte, parecen tan lejanos como lo son aquellos en los que el pueblo veía a los funcionarios de gobierno como modestos representantes del sistema y la administración de la cosa pública, respetables y no muy distantes del resto de la comunidad.

Las familias podían contar con los buenos oficios de algún ciudadano que servía en alguna dependencia oficial, para resolver pequeños problemas de carácter administrativo, ser orientados confiablemente y, dado el caso, ser apoyados en alguna gestión. La gente se conocía directamente o por medio de las infaltables relaciones de vecindad o parentesco. Se era amigo de la secretaria del señor director, del procurador, del jefe de la policía, del ministerio público fulano, del comandante zutano. Algunos presumían que tomaban café con el secretario de gobierno o con el mismísimo gobernador en alguna coincidencia en su cafetería favorita del mercado municipal.

Otros tiempos en los que la leperada quedaba a la vista más tarde o más temprano, y donde la gente se cuidaba y cuidaba a los demás de los resbalones y caídas propios del ejercicio de la función pública. Tiempos transparentes con sabor a pueblo, a relación de vecindad, a confianza que se refrendaba cada día y en los que el funcionario se cuidaba de delinquir y quedar expuesto a la severidad del juicio ciudadano. Más temible que la cárcel, más trascendente que el castigo oficial estaba la exhibición pública del defecto, la falla y el desliz. El control de la conducta y la calidad del servicio estaban en la propia conciencia cívica, en los valores y principios de quien tenía un cargo. El control de confianza corría por cuenta del ciudadano vigilante y del funcionario con respeto y autoestima.

Desde luego que ha habido en todas las épocas ovejas negras o grises. Nadie puede asegurar o siquiera sugerir que hubo tiempos en que la sociedad pudo confiar plenamente en sus dirigentes, o que las elecciones eran químicamente puras y limpias. Siempre ha habido léperos, ratas y viciosos, pero ninguno de ellos optó por el cinismo y el desprecio a la opinión pública como ahora se hace de manera sistemática. A nadie se le ocurrió hacer del descaro y la corrupción el entorno ideal para gobernar o ejercer cargos en la administración pública. Había cochis pero no tan trompudos.

De los años 80 para acá, la creciente influencia de los gringos en los asuntos públicos nacionales y el creciente subdesarrollo cívico y emocional de la clase político-empresarial ligadas a la trivialidad neoliberal, han traído consigo un cambio cultural que nos hace imitadores compulsivos de la vacuidad anglosajona, del descaro suelto y ridículo que huele a enervante y a ambición ramplona por poseer lo ajeno, de la manipulación grosera y torcida de la verdad y la viciosa tergiversación de la realidad propia y ajena. Los peores momentos de las series televisivas de factura anglosajona pasan por ejemplos de comportamiento social, de suerte que los escándalos privados saltan a lo público y los públicos revelan la purulenta realidad de lo privado. Al asalto de las instituciones de la república sigue la debacle educativa y cultural. Ahora tenemos figuras públicas emanadas de la farándula y políticos diseñados en un estudio de televisión.

La pestilencia política se expresa con gestualidad de zombi, de monigote deforme y autocomplaciente dedicado a las innobles tareas de la traición y el engaño institucionalizado, a la caza del voto mediante la compra o la componenda. Los partidos políticos terminan siendo inhóspitas regiones ideológicas y prósperos negocios electorales, por eso pueden coaligarse los opuestos, como el PAN y el PRD.

En tanto que los partidos funcionan como puestos de fritangas políticas, los gobiernos emanados de ellos sólo pueden ser establecimientos comerciales dedicados a la comercialización del engaño y la entrega de nuestros recursos al interés trasnacional, mientras que la economía no cumple su papel porque la política económica carece de objetivos de desarrollo propios. Al fomentarse la pobreza y la marginación, crece la criminalidad y el desaliento. Por eso la ciudadanía se cansa. Por eso hoy sale a las calles reclamando justicia y verdad. Carente de voluntad de respuesta, el gobierno reprime, criminaliza la protesta y coarta la libertad de expresión, redefiniéndose como un estado protofascista.


En ese contexto, la ciudadanía ve como rencorosa desconfianza al que la golpea, veja y hostiga. La represión se vuelve la única vía de contacto entre pueblo y gobierno y la naturaleza de las relaciones deja de ser civilizada para pasar a evidenciar una brutalidad impensable en un país donde las leyes formalmente protegen al ciudadano. Será por eso que el gobierno promueve iniciativas de reforma al marco legal en materia de seguridad, a las que el poder legislativo da su venia sin abordar los aspectos sustanciales de lo que está pasando en nuestra sociedad. Por eso nadie habla de golpe de estado dentro del aparato que sirve al poder, como lo hacen ya ciertos analistas independientes. ¿Cómo puede haber oposición si los partidos mayoritarios dejaron de serlo para funcionar como unidades de gestión legislativa neoliberal? ¿Cómo confiar en la lealtad y patriotismo de las fuerzas armadas si hacen el trabajo sucio del terrorismo de Estado?

¿Cómo ignorar que desde los doce años de poder presidencial del panismo hasta lo que va del retorno del PRI a Los Pinos, las víctimas de la represión han sufrido agresiones que afectan no sólo su integridad física sino también su dignidad? En los últimos años, cada vez es más frecuente que la tortura se añada la represión. Al respecto, Carlos Fazio en su libro Terrorismo mediático (Debate, 2013) señala que “la tortura es un instrumento político de la dominación violenta ejercida a través del Estado que busca crear un clima de miedo en la población. Es una actividad intencional y premeditada, programada de manera sistemática y científica para la producción de dolores físicos y psíquicos, que, además, constituye un asalto violento a la integridad humana.”

Cabe recordar que desde la docena trágica panista la seguridad nacional ha asumido la agenda antiterrorista de Washington, unciendo al carro del Comando Sur a nuestras fuerzas armadas, y subordinando al gobierno a esquemas de colaboración que afectan la soberanía nacional y que, en lo político, han permitido el relajamiento legislativo en materia de defensa del dominio de la nación sobre los recursos naturales y, en general, exacerbado la polarización de la vida económica. En este caso, se tiene un gobierno obsequioso con el extranjero y represivo y autoritario con los nacionales. Si no fuera así, ¿qué otra cosa podría explicar la política deliberada de atemorizar a la población? ¿A quién le sirve el miedo?


  En el bienio presidencial de Peña Nieto se han multiplicado y puesto bajo los reflectores de la nación y el mundo los renglones torcidos de la subordinación neoliberal nopalera. No podemos seguir así.