Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

viernes, 24 de octubre de 2014

En estado de shock

Según se ve, en México y en Sonora importa un rábano la vida de los demás. Al menos eso queda demostrado con los hechos no tan aislados de Ayotzinapa y antes los Atenco, y las cada vez más frecuentes muertes callejeras violentas y las que ocurren por desatención en los hospitales.

Las ciudades y áreas rurales de México no pueden presumir de seguridad pública porque cada día se hace presente el actuar sanguinolento del crimen organizado, de la delincuencia ratonera, de la desposesión llevada a extremos que azota el rostro de una sociedad que se esfuerza por ser impasible. Cada vez es más fácil morir en México.

Se puede perder la vida o enfermar seriamente gracias a los esfuerzos conjuntos de las instituciones públicas y privadas: las clínicas y hospitales que dejan morir a sus pacientes porque no les tocaba turno, porque se presumía una borrachera que resultó no serlo, porque no había personal suficiente ni dispuesto a atender la urgencia que pasó por caso rutinario, porque no se le dio la gana al personal del servicio, porque la ambulancia no llegó a tiempo, porque había mucha demanda, porque no se tenía ni materiales de curación, ni medicamentos, ni dinero para ir a comprarlos.

Por otra parte, la gente se muere o enferma porque esa es la cuota que hay que pagar en la ventanilla del progreso, porque un exceso de celo en materia de seguridad industrial y protección del ambiente puede redundar en pérdida de inversiones y empleos, porque la economía exige acelerar el ritmo de producción y la vida humana no es tan sagrada como antes se decía.

El desarrollo de la industria químico farmacéutica exige que la mercadotecnia releve de sus afanes a la medicina: el medicamento no va a responder a la enfermedad sino que la enfermedad debe responder al medicamento que se lanza como cura de un mal que no necesariamente existe. El antiviral Tamiflú (oseltamivir) requiere de una enfermedad que permita vender grandes volúmenes en todo el mundo y la respuesta es crear una pandemia donde no la hay. Todo mundo se siente obligado a vacunarse, se presiona al personal de salud, en todas partes hay cubre-bocas, gel desinfectante medidas extremas para prevenir lo que es una tomadura de pelo a nivel mundial, y así como este antiviral, se encuentra una gama de medicamentos contra enfermedades inventadas como el déficit de atención infantil, la angustia, entre muchas otras.

La vida cotidiana es un océano de oportunidades para demostrar lo manipulable que es una sociedad desinformada. Si usted no tiene ganas de convivir socialmente, quizá sea víctima de un feo padecimiento psiquiátrico para el cual, por fortuna, ya hay una droga. Un buen ejemplo de sociedad drogo-dependiente es Estados Unidos.

 Lo interesante del asunto es que las soluciones no pasan de ser formas de enriquecimiento del que vende gracias a la credulidad del que compra. En ningún momento se ve la responsabilidad del gobierno o las empresas en el desbarajuste social y económico que vicia las manifestaciones políticas formalizadas en los grandes partidos nacionales, de triste y ridículo desempeño.

Si en el sector oficial existen desgarres en el ropaje, ¿qué decir de empresas cuya importancia económica ha sido bendecida por la complacencia gubernamental? Se puede argumentar que generan empleo, que la permisibilidad del sector público es un gran atractivo para los inversionistas, que la entidad necesita de ese empujón económico para derramar bienestar y justicia. Sonora puede atestiguar que las empresas pueden ser altamente nocivas y contaminantes, a tal punto que el futuro de una región entera puede declararse muerto, como es el caso, sin exageración alguna, del río Sonora y Bacanuchi, gracias al derrame tóxico de Buenavista del Cobre, de Grupo México. Sin agua limpia, sin actividades productivas rurales, sin futuro, a cambio de unos pocos pesos en el presente, los habitantes reclaman apoyos, cumplimiento de la ley, seriedad en el manejo del problema que corroe las entrañas de las tierras que proveen sustento y arraigo.

En el plano nacional, el crimen organizado y la voracidad empresarial compiten por los espacios económicos y políticos, dejando una estela de muerte y destrucción, como es el caso del control de comunidades enteras mediante el terror, el asesinato masivo de ciudadanos, el secuestro y la mutilación; por otra parte, los ecos de Atenco se unen al clamor de Ayotznapa, tanto como lo hacen los deudos de Pasta de Conchos con los afectados del derrame tóxico de Buenavista del Cobre, del Grupo México. Las experiencias pasadas se unen a las presentes, en un amasijo pestilente que huele a impunidad y a viciosa complicidad oficial.

En este orden de ideas, el discurso oficial es por lo menos sospechoso, demasiado evidente en su ánimo de solapar, maquillar, diluir, confundir, manipular y joder a la opinión pública. A pesar de la inercia sonorense, en los últimos tiempos las marchas ciudadanas en reclamo de justicia han llamado la atención nacional e internacional, conmoviendo a la prensa propia y extranjera. Es de celebrarse el apoyo ciudadano a los familiares de los 49 niños víctimas del incendio de la guardería ABC, el interés solidario de personas e instituciones a los afectados por el derrame tóxico, la indignación que mueve a paros y marchas por la tragedia de Ayotzinapa, donde los estudiantes universitarios en apoyo a los normalistas, abandonan su trivial modorra y muestran la fuerza de la unión solidaria por la justicia.

Queda claro que una sociedad anclada en lo políticamente correcto, en la anodina comodidad de lo socialmente intrascendente pero funcional al estatus quo, no tiene más futuro que el que se decida en los centros de poder guiados por el dinero y el abuso. Tiempo de superar el estado de shock inducido por el sistema dominante, hora de romper cadenas y ver hacia adelante, en pos de un futuro que debemos construir todos.


martes, 21 de octubre de 2014

Pequeñas tragedias citadinas

La vida en la ciudad ofrece infinitas posibilidades de topar de frente con la estupidez, el reumatismo mental, la artritis neuronal y el vértigo profundo de las ideas pestilentes y corrosivas que pasan por lugares comunes en esta tierra de nadie.

A cada paso, al doblar la esquina, en medio de la calle, a pocos metros de su casa, en su café favorito, en los centros comerciales, en los eventos sociales, acecha la pendejada envuelta en carne, dotada de cabeza, tronco y extremidades, credencial para votar con fotografía y alguna referencia escolar, comercial o política. Somos seres asediados por la irracionalidad rampante, los vicios culturales y una buena dosis de indolencia vacuna. Pondré a consideración del culto y resistente lector algunos ejemplos ilustrativos de los aspectos arriba señalados.

Un buen día se me ocurrió desayunar en algún cafetín del centro. ¿Para qué sufrir la glamorosa experiencia de ir a la zona hotelera y disfrutar de los servicios casi siempre profesionales de sus cómodos restaurantes? ¿Qué caso tiene verse carcomido por la certeza de que las cosas estarán en su punto y que el mesero atenderá con amabilidad, prontitud y precisión milimétrica los deseos del cliente?

Descubrí un café de apariencia modesta aunque higiénica, con tres meseras y sólo dos mesas ocupadas, por lo que ingresé con la idea de que sería atendido en un tiempo razonable, es decir, de inmediato. Tomé uno de los menús de una mesa de la entrada y me senté al tiempo que saludé a la empleada que se acercaba. “¿Me da un té?”, pedí con cortesía de recién llegado. La mesera duda, se retira a consultar y, tras breve conferencia en la cocina, regresa para notificarme que no cuentan con la bebida (a pesar de que está en el menú). “¿Tiene café descafeinado?” La chica me mira con vaguedad, y dice sin emoción: “no hay”. Se retira rumbo a la cocina nuevamente y me quedo con el menú en la mano, como un arma descargada en medio de la batalla. No preguntó ni por broma si deseo otra cosa, si voy a desayunar, si mi propósito es esperar el día del juicio final sentado en una mesa del local. La prudencia y un vistazo a la realidad sugieren una rápida e irrevocable retirada, sin chistar, sin voltear atrás, sin plazo para regresar en lo que queda del siglo. Por fortuna, cruzando la calle hay otro comedero.

La céntrica calle Matamoros ofrece una pequeña colección de locales de mala, regular y a veces buena gastronomía. Hay un hotel que cuenta con servicio de restaurante donde, a veces, su oferta coincide con la demanda. El local está vacío. Pregunto: “¿Tiene té?”. La chica que atiende, retorciéndose como si en efecto hubiera interés en la satisfacción del cliente, responde: “fíjese que no tenemos”. Consulto el menú y hago mi pedido. Pasan los minutos, lentos, burocráticos y, finalmente, aparece la vianda. La mesera ofrece una disculpa porque la cocinera confundió la orden y el platillo salió con otros elementos. Al final termino con un café normal, debidamente surtido de cafeína, y un desayuno que apenas me permite ignorar la tele, que vocifera las últimas del ébola y el miedo que debemos sentir ante la posibilidad de contraer la terrible enfermedad que está dispersándose con lucrativa velocidad.
Por si la dosis de horror no fuera suficiente, tenemos la desaparición de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, que hiela la sangre, hace talco el entusiasmo, pero también provoca el asco, la indignación ciudadana, la exigencia de justicia. Sin duda, el neoliberalismo no sólo es capaz de provocar ataques de risa loca con sus supuestos económicos, sino también ganas de dinamitar al FMI y al Banco Mundial, y poner una lavativa de chiltepines a cada merolico que insista en convencernos de las bondades de las privatizaciones y la pérdida de soberanía que está sufriendo México. ¿Qué de bueno puede tener el abrir una economía hasta en los sectores que son estratégicos para su desarrollo independiente? ¿Le estamos jugando a ser un súper-tianguis con precios de regalo por aquello de atraer inversiones, ser modernos y no “decepcionar”  a los perversos y ridículos piratas y depredadores gringos? Bullshit!
  
Como una especie de maldición gitana, mientras yo sufro los embates de los decibeles, la cajera (que también atiende las mesas) dedica sus horas a contemplar la pantalla de su teléfono celular, enviar alguna breve frase y perderse en las maravillas de la comunicación por microondas. Su concentración no le permite registrar el hecho de que ha subido en automático el sonido de la tele, por estar condicionada su conducta a la relación cliente-volumen de sonido: “Si hay algún cliente, de inmediato debo subir el volumen de la tele, se necesite o no se necesite, se solicite o no se solicite”. Los intentos por concentrarme en la lectura del periódico y masticar alguna materia comestible no logran más que pequeñas y esporádicas victorias. Casi al borde del colapso mental solicito la cuenta. No hay duda de que la calle puede ser más amistosa. Me invade el ruido del tránsito, lo cual resulta ser reconfortante.

En la sucursal bancaria solamente había un par de clientes ya instalados frente a las dos ventanillas en servicio. Pensé que el tiempo de espera sería muy corto. Error. En la ventanilla que se suponía a punto de desocuparse, el cliente se tomó su tiempo en contar los billetes, revisar los papeles que traía, buscar en su bolsillo algún documento, decidir en qué bolsa iba a guardar el dinero, manipular su nariz en busca de algún acomodo pertinente, mientras que la cajera se entretenía con algún intercambio anecdótico divertido con su compañera de al lado. Finalmente, el cateto se hizo a un lado y la chica atinó a rumiar la frase: “bienvenido, pase”.

Contaba con algo de tiempo y el ánimo lo suficientemente permeable como para ignorar el cercano expendio de lotería. Para el mexicano común, comprar cachitos es, sin duda, parte del deporte nacional de la caza de la fortuna, donde el esfuerzo debe ser consistente, serio, continuado y paciente. En pocos minutos me puse frente a la ventanilla: “No hay lotería porque el dueño no ha surtido. Es que ha estado enfermo”, me informa la empleada. Como de todos modos hay que pagar el tradicional “impuesto al pendejo”, me llevé un Melate. En un país donde la desidia ostenta categoría de ley, la vida puede ser tan ridículamente predecible que hasta la conducta se vuelve una paradoja socialmente codificada. Uno propone, la vida presenta los hechos como quiere y la suerte dispone, al final, las extrañas rutas por donde ha de discurrir el día.

Agotado el margen de tiempo a desperdiciar de la mañana, emprendí el camino hacia mis quehaceres. Las horas por venir deben ser tan buenas y productivas como me dé la gana, en oposición a los horrores de lidiar con servicios que no lo son tanto, que están condicionados a otra voluntad que ignora tiempos y necesidades, que le vale gorro el cliente, usuario o el simple mirón ocasional. En la ciudad, el concepto de servicio no existe, está fuera de los alcances y la voluntad de quienes viven de eso. ¿No es una paradoja?

martes, 14 de octubre de 2014

Elena en la Unison.

Sin duda, hay personas que honran a las instituciones donde se encuentran, por casualidad, invitación o voluntad propia; de manera permanente o eventual, transitoria o definitiva. Elena (Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores) Poniatowska Amor, nacida francesa, princesa descendiente de una casa aristocrática polaca y mexicana por adopción, a partir del 10 de octubre es Doctora Honoris Causa por la Universidad de Sonora. Antes había recibido de manos del rey de España el  Premio Cervantes de linajuda prosapia, ambicionado por escritores propios y extraños.

La invitación a la ceremonia en la que se le otorgó el título máximo posible en el sistema universitario mundial, circuló por diversos canales, despertó expectativas, comentarios y vivo interés, sobre todo entre quienes saben su significado. En la página oficial de la Universidad de Sonora se dio cobertura suficiente al acto, trascendente como todos los que tienen por objeto reconocer el mérito de alguien que  no necesita de ello, porque ha sido faro luminoso en la andadura de muchos literatos, cronistas, biógrafos, periodistas y simples personas de buena fe lecto-escritora. La señora Poniatowska se recomienda sola. ¡Pocos como ella!

Recibí la noticia-invitación en mi correo, la leí con atención, sonreí agradecido por saber que algo de sensibilidad cultural se atravesó en las mentes planas, uniformes y cerradas de los altos burócratas universitarios. La explicación vino casi de inmediato: La División de Humanidades y Bellas Artes que dirige el talentoso y capaz Dr. Fortino Corral, tuvo la buena idea y la convirtió en iniciativa. ¿Qué sería de la Universidad si no hubiera personas que conservan, pese a la pestilencia burocrática que azota a la institución, viva la llama del ser universitario? En ese momento aplaudí con entusiasmo la iniciativa y decidí no asistir a la ceremonia por el horror altamente posible de tener que oír alguna ridícula perorata, como elogio a la ameritada escritora y periodista, en boca del siempre infaltable palurdo que, dotado de una ligera capa de cultura prefabricada para la ocasión, da en exhibir las insondables miasmas de la apariencia institucionalizada.

Cabe aclarar que muchos asistieron por ver a la señora Poniatiwska, al menos de lejos, y sentirse parte de los homenajeantes, de los muchos implicados emocionalmente con su obra variada e interesante, de los que sienten que forman parte de algo cuando se reúnen en un recinto académico, de los que acuden a fundirse en la masa delirante del momento elogioso, de los que van para decir “yo estuve ahí”, “la vi así de cerquita”, “me tocó saludarla”, mostrando la mano-instrumento de la salutación con un orgullo que resistirá los embates del agua y el jabón por una buena temporada. El espíritu de masa, de ser parte de un colectivo, auditorio, asamblea o circo, pocas veces tiene una justificación más evidente: la dama es querida sin necesidad de tratarla, admirada sin la obligación de conocerla, comentada sin el esfuerzo de saber de sus trabajos y sus días. La señora es simplemente Elena, y ya entrados en gastos, Elenita.

El significado de “doctor”, de acuerdo con su acepción latina, es el que sabe, el que está enterado de un cierto tipo de cuestiones que se conocen mediante el esfuerzo y la experiencia, el gasto mental y a la consistencia. Supone un conocimiento amplio de un territorio del conocimiento científico, artístico o tecnológico.

El doctorado es el nivel o grado en que se conoce con suficiencia la sustancia de una disciplina o arte. En ese carácter, el doctor instruye, enseña, orienta y guía la puesta en práctica de un proyecto, proceso, obra o conjunto de tareas. Elena nos ha enseñado a ser humanos, a comprometernos con causas perdidas, a privilegiar lo cotidiano y darle una dimensión capaz de trascender tiempo y espacio; también a ser libres y amar el impulso de la voluntad más allá de las barreras de estas o aquellas burocracias; a saber equivocarse con sinceridad; a sonreír y ver con serena empatía los avatares del pueblo cuando lucha, y a comprometerse de pensamiento, palabra y obra con quienes sólo tienen la palabra que empeñan con honor. Maravillas de la integridad personal sin maquillaje.

Si la Universidad de Sonora reconoce la obra y la persona de Elena Poniatowska, ¿con qué parte de ella se identifica? ¿Cuál de sus enseñanzas se ha comprometido a tomar como guía? ¿Cuál de los ejemplos de vida y trabajo va a convertirse en el faro que oriente su futuro quehacer? ¿Trabajará sin interferir en la vida interna de los sindicatos? ¿Respetará los contratos colectivos de trabajo? ¿Merecerá la atención y consideración cada integrante de la comunidad universitaria, profesores, estudiantes, empleados manuales y administrativos? ¿Recuperará credibilidad respetando y defendiendo la autonomía universitaria? ¿La administración se empeñará en hacer que la institución recupere la dimensión humana que ha perdido en aras de una eficiencia más formal que real?

De ser así, ¿habrá transparencia, honestidad e integridad en las futuras negociaciones de los contratos colectivos? ¿Habrá justicia y humanidad en las revisiones salariales? ¿Se dejarán de lado las apariencias y se trabajará realmente en beneficio de la docencia, la investigación, la extensión y la difusión de la cultura?


En caso de ser así, el Doctorado Honoris Causa de Elena Poniatowska se sostiene en la integridad de la institución que lo otorga, y no sólo en los méritos implícitos en la trayectoria de la notable homenajeada. 

martes, 7 de octubre de 2014

Con olor a viejo

El olor penetrante insinuaba descomposición, tiempo y abandono. Su presencia reclamaba mi atención con insistencia de testigo de Jehová, Mormón o fanático evangélico, de suerte que termino por ceder al imperativo olfativo. Tuve que voltear para enterarme de su fuente: hombre viejo, entrado en carnes, camisa a cuadros y pantalón de mezclilla, ambos en avanzado estado de decoloración; bastón metálico ajustable y actitud a tono con el conjunto. En la Casa del Jubilado y Pensionado del Isssteson, la música alternaba en difícil competencia con la cháchara bulliciosa de sus concurrentes habituales, trabados en un esfuerzo de socialización situado en dos coordenadas: el ocio y la necesidad de anclarse a la vida mediante la palabra.

Tanto en los alrededores como en el interior del edificio, el flujo y reflujo de representantes de la tercera edad era continuo, como un río que recibe y transporta el desecho tóxico de la edad hacia su desemboque, pasando por la ventanilla del cobro de las pensiones, el consultorio médico, la peluquería, los múltiples puestos de dulces y artesanías, las tarjetas con ofertas de préstamo a cuenta de nómina, de membresías de tiendas trasnacionales, y el inagotable reparto de volantes, trípticos, periódicos sindicales, oferta de chile molido, curtido, miel y tortillas de harina, entre muchos otros atractivos que distraen y abultan los bolsillos, llenan las manos e ilustran la idea de que el comercio informal es un complemento necesario en la vida del retirado.

En medio del oleaje humano, pude distinguir la cara del profesor que iba a saludar. Mi amigo aparentemente atendía un puesto de orientación sindical. Saludo cordial y comentario sobre la condición de jubilado: “No son los mismos alumnos ni la misma escuela”. “El interés por aprender y el respeto institucional ya no existen”. “La vocación que tuvimos ya no tiene de dónde agarrarse en la nueva realidad”. “A nadie le importa la educación, sólo las apariencias y las infinitas formas de corrupción”. El rostro reflejaba hartazgo, decepción, y la firme convicción de que la política corporativa del SNTE atrapa a los logreros y a los ingenuos, los usa y luego los arroja como pañal desechable al basurero del olvido, cuando no de la ignominia. La promesa de un café y la despedida sirvieron de vía de escape de esa cruda realidad que el gobierno se empeña en ignorar.

¿Por qué al jubilado se le cobran impuestos por la ridícula pensión que recibe? ¿No es un abuso de lesa humanidad el insistir en trasquilar el escaso monto de dinero que recibe cada mes y por el cual trabajó tres décadas? ¿No es cierto que cada quincena se le descontó de su cheque la aportación correspondiente a servicios médicos y jubilación? ¿Quién puede ignorar que el pensionado y jubilado dejó en el servicio público los mejores años de su vida, recibiendo sueldos cada vez más castigados por la inflación, el congelamiento salarial, el alza continua de los bienes y servicios, además de sufrir las largas filas de espera, la deficiencia de los servicios y la carencia de medicamentos y materiales de curación en las clínicas gubernamentales?

El cobro de impuestos a las pensiones es un abuso y la más clara confesión de que al gobierno le importa un rábano tanto la salud como las condiciones de sobrevivencia de su personal retirado, y a las deficiencias en los servicios se añade la  inseguridad financiera del instituto, pues nadie sabe, a la fecha, en qué se gastaron y en manos de quién quedaron los 1500 millones del fondo de pensiones y jubilaciones del Isssteson que desaparecieron y que no se han podido comprobar en la ya reprobada cuenta pública de 2013.

La vejez es un tema guardado bajo el manto de la cursilería oficial y la mentecatez burocrática, ya que, mientras el trabajador está activo, se le hace la vida de cuadritos. Incluso, algunos han tratado de ligar el aumento de la “productividad” al salario: a mayor explotación ligero aumento de ingreso. El sistema no está contento si al empleado se le paga el salario pactado en los contratos colectivos o aquél establecido por las disposiciones legales del caso; se busca la manera de golpear sus percepciones en términos reales, sea mediante el aumento de los precios de los bienes de consumo, sea a través del aumento de las cuotas de los servicios públicos, o en forma de privatizaciones de empresas o funciones antes públicas. Ahí cuelan la electricidad, agua, gas, gasolinas, alimentación, transporte, registro civil, educación, salud y asistencia pública.

Las organizaciones de trabajadores son vistas con sospecha y todo lo que se pueda hacer para su deterioro o desaparición es aplaudido entusiastamente por los organismos empresariales. La idea de justicia social no pasa por las alfombradas antesalas de presidentes, gerentes, directores o rectores, uncidos todos al carro del neoliberalismo nopalero y periférico que sufrimos como se sufren las hemorroides o las verrugas faciales: puede haber remedios pero, en cierto punto de su evolución, lo que se requiere es una visita al quirófano.

Hace relativamente pocos días, llegó la fecha en la que los trabajadores jubilados se presentan a la Universidad de Sonora para firmar su constancia de sobrevivencia. Entre los trabajadores asistentes, hubo quiénes fueron incapaces de acudir sin el apoyo de un pariente, como otros que exhibieron su vitalidad matizada por las canas, la calvicie, el ligero renqueo-contrapunto de pasos y tropiezos por el pasillo del lugar, y otros de reciente baja del servicio lucían sonrisas de cortesía y miradas furtivas como viendo el futuro personal encarnado en no pocos ejemplos. “Como me ves, te verás”. 


Las rondas de firmantes se sucedieron una a una, y en cada caso se compartieron sonrisas, bromas, buenos deseos de volver a encontrarse el año que viene. La calidez de los saludos y las expresiones de humanidad llenaron a oleadas el recinto de la Biblioteca Central. Entre trabajadores podrá haber diferencias, salvadas por la prudencia, pero se echa por delante la idea del compañerismo y la solidaridad. Bonito ejemplo, en medio de la absurda despersonalización que sufre la institución en aras de la modernidad: es el número de expediente por encima del nombre de la persona, es la negación de la individualidad a cambio de la eficiencia robotizada que es programada, pactada y vigilada por una administración enajenada por las apariencias que debe guardar ante instancias ajenas y extraacadémicas.

No hace mucho, los académicos sindicalizados hicieron reformas a su estatuto, incluyendo una nueva delegación que es la de Pensionados y Jubilados. Se reconocen los derechos y obligaciones de los sindicalistas en retiro y se trata de rescatar algo de lo que el académico jubilado pierde al retirarse. Un aspecto menor pero ilustrativo es la expedición de la credencial institucional donde la Universidad de Sonora acredita que el portador es jubilado.

Por curiosidad investigué este asunto y el empleado de la unidad de credencialización de Servicios Universitarios me informó que en una ocasión se expidieron credenciales con un número provisional, no el oficial correspondiente al expediente del empleado en retiro, porque Recursos Humanos no se quiso responsabilizar y actualmente no se expiden credenciales.

¿A qué tipo de responsabilidad le tiene miedo la Universidad, si queda claro ante cualquier instancia que el trabajador jubilado o pensionado es eso y nada más? ¿Cuál es el problema de expedir credenciales con ese carácter usando el número de empleado que corresponde y que además es el que aparece en los comprobantes de pago?  ¿No es realmente cierto que la institución aprecia y reconoce a sus jubilados? ¿El expediente asusta a los funcionarios?

Entre los dichos y los hechos, el olor a viejo penetra la conciencia de las burocracias, anticipa rechazos y promueve disimulos. ¿Somos una sociedad moderna, civilizada, solidaria y responsable de sus miembros? ¿Apreciamos el valor de la experiencia como activo valioso para el presente y el futuro de la nación? ¿Importan el trabajo y el conocimiento creado o aplicado por las anteriores generaciones? ¿Existen las personas, instituciones y sociedades sin antecedentes? ¿Somos plantas sin raíz? ¿Surgimos por generación espontánea? ¡Con razón estamos mal!


martes, 30 de septiembre de 2014

Testigo de cargo

Es probable que el hartazgo unifique los criterios ciudadanos, y quizá la podredumbre que el sistema arroja a puños sobre la cabeza y entorno de los habitantes de Sonora termine por persuadirlos de que, por más buenas intenciones que el gobierno diga tener, las cosas empeoran y cuando lo hacen dejan salir otros motivos de inconformidad que se van acumulando en estratos de jodidez inacabable.

Mientras que los problemas periodísticamente relevantes del pueblo llano se debaten en las refrigeradas aulas y salas académicas y, eventualmente, en las oficinas gubernamentales y de los partidos políticos, la ciudadanía en general sufre no sólo el desprecio y la falta de interés por sus condiciones de vida, sino la monserga de las explicaciones y las propuestas que huelen a ociosidad, a lucimiento meritocrático, a apariencias cubiertas, a mascarada carnavalesca.

La evidente separación o, más bien, distanciamiento entre la realidad vivida y la pedantería arropada en la teoría o el programa burocrático salido de algún invernadero oficial u oficioso, se hace más profunda y dolorosa en la medida en que a nadie le llega realmente el agua al cuello, salvo los directamente afectados. Las víctimas son objeto de estudio, de análisis, de comparación, de la retórica que caricaturiza la realidad y significa puntajes para los investigadores, ocupación transitoria para los burócratas, material apetecible para la prensa orbital de los despachos de primer nivel oficial, y una sonora mentada de madre  para los ciudadanos con sentido de las proporciones y capaces de ser solidarios con los afectados. Se ha perdido la decencia, el respeto y descuidado las formas.

El tema del derrame tóxico de la minera de Cananea, ha producido más declaraciones que resultados, ha servido de comprobación de la modorra e inoperancia que se añade a los otros defectos del actual gobierno, sea federal o estatal, y ha permitido que se integren comités, comisiones, grupos de trabajo y hasta un oportunista y raro fideicomiso. También ha hecho posible que los alcaldes de los pueblos afectados tengan voz y presencia en los medios de información, y que, a pesar de los intentos en contra, salgan a flote los detritus de la política a la mexicana, practicada viciosamente tanto por el PAN-gobierno local como por el PRI-gobierno nacional.

La inmensa torta de desechos flota sobre las conciencias de los pobladores rivereños, tanto como de los ciudadanos preocupados por la desfachatez oficial. Sonora tiene varios pendientes, cuestiones viejas y recientes que apuntan a ser temas de conversación dolorosa y nostálgica, asuntos que los pretextos y el tiempo ayudarán al gobierno en su labor de adormecer y diluir los rostros de los culpables: Murillo Káram de la PGR dice que no está para fabricar culpables, que hay cinco peritajes aunque sólo uno apunta a que el incendio de la Guardería ABC fue intencional. El olor a quemado se matiza con otro que identificamos como el de la impunidad.

Por otra parte, las dependencias cuyo trabajo es el agua y la ecología prometen respuestas, pero de inmediato dejan ver su imposibilidad de poner orden y castigar al culpable del desastre ecológico y económico sonorense. El senador panista Búrquez ha dicho que sería “una estupidez” cancelar la concesión a Grupo México. ¿Cómo tocar al capital? ¿Cómo poner en la balanza a decenas de miles de habitantes y un futuro regional prácticamente perdido frente al señor Larrea, empresario favorito del panismo? Ahora la prensa nos informa que el titular de la Secretaría de Economía no considera procedente el retiro de la concesión, porque prefiere “remediar”.

Por otra parte, mientras el empresariado cobijado por Concanaco declara que un aumento al salario mínimo sería “criminal”, y que la solución es una mayor competitividad y productividad,  los trabajadores se ven acosados por una idea que termina siendo dominante: la esclavitud asalariada planteada por el marxismo, ¿no era una invención política de resentidos contra las bondades del sistema? ¿Realmente existe? ¿Para que haya justicia social debe darse necesariamente un cambio de sistema? ¿Los que acusan al trabajador de ser el culpable de su propia pobreza y marginación, lo dicen por la paciencia y tolerancia de éstos hacia la explotación, o porque confían en su ignorancia y docilidad?

Sonora es una entidad federativa castigada con el asesinato de 49 infantes, sumida en la rapiña inmobiliaria, en la injusticia laboral, en la represión más ridícula a los ciudadanos que luchan y se manifiestan contra la voracidad que actúa a la sombra del poder; lesionada gravemente por un derrame tóxico que nunca debió ocurrir, atenazada por un futuro desolador en sus actividades productivas regionales, insultada por la desfachatez y demagogia gubernamentales; explotada en sus recursos naturales y abaratada en el exterior como destino de inversiones fáciles y redituables. Es el escenario de un desastre ecológico, político y social, y la prueba irrefutable de que con demagogia y engaños no se progresa ni se hace gobierno.


Ante el desolado panorama, cada ciudadano afectado en sus intereses, en su calidad de vida y expectativa de progreso y bienestar, es un testigo de cargo contra un gobierno que no sólo ha defraudado a los votantes, sino que se ha burlado fiera y cruelmente de la confianza de algunos y de la paciencia de todos. 

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Llueve sobre mojado

Con las recientes lluvias y el paso de tormentas y huracanes por las costas mexicanas del noroeste, queda claro que el país, y más concretamente la región noroeste, no está para esos trotes. El agua reveló deficiencias, dejadeces, ineptitud, complicidades y manoteo de recursos a la sombra del poder.

Destaca, desde luego, la tragedia ambiental provocada por el criminal derrame de un reservorio tóxico administrado por Grupo México, al que siguen otros derrames que hasta ahora merecen atención periodística marginal, debido a que aún no han impactado en forma tan espectacular como el primero a los habitantes del río de Sonora y Bacanuchi.

Las autoridades han sido ambiguas en sus demostraciones de competencia, ya que ha habido más palabras que acciones en poner orden en el tiradero que hizo Buenavista del Cobre. Por una parte queda claro que el contenido del derrame es tóxico porque nadie puede asegurar que el ácido vertido sea bueno para la salud, y menos los metales pesados que son arrastrados por la corriente y que se depositan en el fondo del río, algunos de ellos comprobadamente cancerígenos, otros causantes de graves daños en riñones, hígado, piel, entre otros.

A las tímidas acciones del gobierno se añaden las declaraciones, jaloneos y pifias del gobierno local, víctima de una situación que no se había presentado en la historia sonorense: un mandatario asediado por los pleitos políticos y legales derivados de la disposición del agua, para algunos indebida y para otros necesaria, como es el caso del Acueducto Independencia. Le confieso que en mi caso particular de opinante sin compromisos ni ligas políticas con nadie, es decir independiente, cualquier cosa que se emprenda para garantizar la disponibilidad de agua todos los días y las 24 horas del día, para una comunidad como la hermosillense, merece apoyo, desde luego sujeto a la realidad y al marco que proporcionan las leyes vigentes.

Al asunto del acueducto se le añade la posesión de un “represo” con capacidad de 3 millones de metros cúbicos de agua, lo que contrasta fuertemente con la situación de muchos de los lugareños vecinos del rancho del gobernador Padrés, quienes no sólo carecen del vital líquido sino que no pueden acceder a éste por carecer de los permisos de perforación correspondientes, además del efecto inmediato del acaparamiento del recurso por parte de los felices propietarios del rancho Pozo Nuevo.

Es innegable que el actual gobierno ofrece muchos claroscuros en la gestión, y que más de uno puede alegar que el actual sexenio está caracterizado por el nepotismo y el tráfico de influencias, además de la opacidad financiera que afecta su credibilidad, de suerte que no falta quien vea con buenos ojos el juicio político al gobernador Padrés. Por el contrario, los panistas queman incienso en el altar de Padrés y comprometen su relación con el gobierno federal en aras de apoyar al mandatario estatal.

Al respecto, pudiera pensarse que los pleitos entre gobierno y PAN ofrecen un panorama de polarización e intranquilidad política, pero la experiencia histórica de los últimos 30 años demuestra que la unión entre el PRI y el PAN es duradera y provechosa para ambas partes, así como para sus pajecillos electorales como son el Verde Ecologista, Panal y fracción chucha del PRD. La ideología neoliberal es el fuerte cemento que los une y les permite hacer negocios con cargo a la república.

Las recientes reformas constitucionales y de la legislación secundaria dan fe de que la dupla fundida en el PRIAN representa la más grande traición a la patria, el más descarado saqueo de nuestros recursos estratégicos y el más fiero embate a los recursos naturales de México. En este sentido, los pleitos, amenazas y jaloneos entre las fracciones neoliberales no pueden ser considerados expresiones de proyectos distintos sino de ajustes en el plan maestro que conduce a la entrega nacional al capital extranjero.

Así las cosas, ante el desastre sonorense la autoridad parece lenta en la toma de decisiones para resolver el problema económico y social que afecta a las comunidades rivereñas, se presenta como verbalmente justiciera al prometer la aplicación de la ley, pero al mismo tiempo da juego al conjunto de intereses económicos y políticos que representa estelarmente Larrea (entre otros beneficiarios del sistema) que no ha dejado de protagonizar la defensa de lo indefendible, como lo es la negligencia criminal y voracidad con que maneja sus negocios, así como su destacado desprecio hacia la vida humana y el ambiente.

Las aguas sonorenses presentan turbulencia, y se remueve el lodo y la porquería sedimentada por sexenios de complicidades y redes familiares dedicadas al saqueo estatal. Los apellidos de los panistas y los priistas se cruzan, mezclándose en una curiosa trama de parentescos ligados a la política y los negocios que hacen posible el acaparamiento del agua que para otros está prohibida, la prosperidad de los negocios privados a la sombra del poder público y la más obscena disposición de recursos para fines no necesariamente registrados en las partidas, como son el desfondo milmillonario del Isssteson, el manejo turbio de los recursos para el transporte y la educación, y el desprecio a los trabajadores y sus organizaciones. Es claro que en el estado no hay gobierno pero sí una muy chapucera y voraz administración. En este contexto, ¿qué es lo que realmente defienden los señores dirigentes del PAN nacional y local? ¿Qué valores creen postular y ejemplificar?

Si la aprobación de las contrarreformas neoliberales de Peña Nieto representa, según lo declaró la dirigencia panista, “una victoria cultural del PAN”, ¿qué clase de cultura es la que promueve y practica esta organización?

En Sonora, la inminencia de desastres ecológicos mayores está en la mente de todos, pero algo de lo que también sucede y que quizá merezca una mayor atención por ser la clara representación del desaseo gubernamental tanto federal como estatal, es lo que ocurre en materia de concesiones, de manejo financiero, de omisión en el cumplimiento de las leyes, de complicidades y tráfico de influencias, de los excesos de un modelo privatizador en una estructura de gobierno con propósitos declarativamente sociales, de profundas asimetrías entre ricos y pobres, de ausencia de democracia y transparencia, de reiteradas prácticas de manipulación y engaño.


La tragedia ecológica de Sonora lo es también en el terreno de la política, de las relaciones entre actores sociales, de la credibilidad del gobierno a los ojos del pueblo que es el mandante, el depositario original de la soberanía, la fuente de todo poder legítimo y legal. Sin duda alguna, en el estado llueve sobre mojado, y la proximidad de la temporada electoral augura nuevos desastres.  

martes, 16 de septiembre de 2014

Jineteo en Sonora

Ya se sabe que en los tiempos de Bours Castelo, la figura del gobernador se asociaba más a las artes equinas y a los negocios privados que a la sobria y republicana conducción del gobierno local. Si bien es cierto que ambas actividades consisten en llevar las riendas, es fácil para el ciudadano común distinguir las diferencias entre el estado y un caballo.

Como los gobiernos tienen fecha de caducidad, pronto nos encontramos con que el nuevo gobernador prefirió tomar las riendas del estado en plan de jinete sexenal y, desde luego, promotor y beneficiario de algunos de los negocios que a la sombra del poder estatal se pueden, aunque no se deben, realizar.

Seguramente usted recuerda las famosas y onerosas cabalgatas que el gobernador Bours encabezaba, marcando una moda política de fuerte sabor campirano, de evidentes resabios porfirianos, de vana y rústica pedantería, de pasarela absurda de las posesiones equinas que montaban como timbre de orgullo y abundancia.

La crianza de caballos como lujo feudal no desapareció de los gustos y preferencias de la Casa de Gobierno con la transición sexenal. El actual gobernador panista es jinete montado en la silla de Sonora.  

Es posible que la frase “poderoso caballero es don dinero” tenga sentido y sirva de orientación a la conducta de ciudadanos comunes, ayunos en educación cívica, ignaros sociales, parias políticos y viles y vulgares ratas de drenaje, pero tratándose de quien representa la autoridad y es cabeza de las instituciones políticas y administrativas de la entidad, la cosa se pinta de otro color y huele distinto.

Desde luego que no soy quien para señalar, acusar y juzgar a quien lleva las riendas del estado en materia de gustos equinos. La afición por los deportes caros no deja de ser cosa de una baja autoestima, de una necesidad frenética de autosatisfacción cuando se trata del simple hecho de gozar de la posesión del animal y la eventual monta ante un público que babea de entusiasmo, envidia o simple actitud lacayuna. Lo que llama la atención en esto que llaman “Nuevo Sonora”, no tiene que ver con excentricidades que en los tiempos actuales son fácilmente asociadas a quienes se dedican a negocios no del todo claros.

Diversos actores sociales y comerciales de la entidad han manifestado su preocupación y molestia porque como proveedores del gobierno local no han recibido el pago oportuno por sus servicios. Los comerciantes se han quedado con un portazo en mera jeta y una amarga experiencia al no poder hacer efectivas sus facturas. Tener que seguir haciendo negocios con quien no paga ni a tiempo ni tarde es factor de que las empresas tengan que reducir su expectativa de sobrevivencia, el pago de sus empleados y el eventual recorte de los mismos. Como se puede ver, el golpe a la economía familiar es directo.

Circulan anécdotas que ilustran con bastante claridad la pesadilla comercial que supone tratar con un deudor empedernido, cuya conducta afecta a empresas de diverso tipo y tamaño, desde farmacéuticas que desisten de surtir medicamentos a los hospitales y clínicas del estado, proveedores de artículos de oficina y hasta los medios de información.

En el caso de los medios informativos, la situación reviste particular importancia, ya que no sólo está presente la necesidad de guardar las formas y actuar según lo políticamente correcto, lo que obliga a los periodistas a aguantar la censura que viene no de sus jefes de  redacción sino de quienes aportan el capital de trabajo. La prensa sujeta a la expectativa del pago de la propaganda y las inserciones de contenido político-electoral, corre el peligro de quedar atada de manos, carente de autonomía e inútil como apoyo a la transparencia y la democracia.

Cuando el gobernador declara que no hay dinero y háganle como quieran, la relación entre actores sociales, políticos y comerciales ha sufrido un desgarramiento que de entrada no se nota, pero que pronto pasa facturas de desconfianza, inseguridad, indignación y daño a la estabilidad política y social de la comunidad. Crece por dentro, como un cáncer que entra en proceso de metástasis y contamina al cuerpo social y estalla de muchas maneras.

La irregular gestión financiera de Sonora se puede ilustrar de diversas formas, donde destaca el desfondo sin aclarar del Isssteson, la anarquía que existe en los programas estatales, la queja de empleados de distinto nivel de que en sus oficinas no hay ni para clips, que la operación es muy deficiente y que el gobierno está prácticamente en estado agónico. Mientras tanto, frente a la carestía de agua, nos enteramos que el gobernador es poseedor de un rancho que cuenta con presa privada cuya capacidad de 4 millones de metros cúbicos de agua fácilmente pudiera solucionar el abasto de varias comunidades (http://noticieros.televisa.com/mexico-estados/1409/pozo-nuevo-padres/).  

En las conversaciones de café y de pasillo ha trascendido que los proveedores de servicios tienen que dejar la mitad del costo de sus proyectos para ser considerados a participar, que en las entrevistas con ciertos funcionarios, el paso de una oficina auxiliar a otra de mayor nivel implica el pago de una cantidad de dinero, lo que se ve complementado por las evidencias de que los acreedores no recuperan completo el dinero que el gobierno les debe, sino el 70 por ciento del monto, gracias a las gestiones de una empresa privada ligada al gobierno que compra su deuda, CP3, SA de CV (http://m.excelsior.com.mx/nacional/2014/09/14/981619#). En pocas palabras, el gobierno jinetea los recursos estatales y no pagar deudas se convierte en el gran negocio privado sexenal.

Al parecer, las artes de la monta y el placer que de ella deriva, no se limita a los caballos que amorosamente cría el gobernador Padrés, sino que abarcan la conducción del gobierno y el manejo del erario.

Ante esta situación, ¿podemos en Sonora, sin parecer ingenuos o idiotas de nacimiento, hablar de transparencia, honestidad y buen gobierno?