Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

lunes, 10 de marzo de 2025

SOBERANÍA SUBROGADA

Sin desarrollo nacional no hay bienestar ni progreso. Cuando hay miseria y atraso en un país, no solo sucumben la libertad y la democracia, sino que corre peligro la soberanía nacional (Arturo Frondizi).

 

Seguramente usted ha pensado que la soberanía nacional no depende de condiciones dictadas por agentes externos y que es reconocida por el derecho internacional, que está depositada en el pueblo y que es defendida en los foros internacionales por el gobierno de legítimamente lo representa; y que  un país soberano ejerce su dominio sobre los bienes y recursos naturales que posee, sin depender de condicionamientos ni acciones intervencionistas externas que afecten el aprovechamiento y disfrute de su patrimonio que estará en todo momento al servicio del pueblo. Un país es soberano, o no lo es.

La soberanía está ligada a la independencia y la libertad, enmarcada en un sistema legal que la garantice y preserve y ejercida por un gobierno que responda a los intereses pasados, presentes y futuros del pueblo. La soberanía pasa por la identidad y el sentido de pertenencia que se manifiesta en la cultura, las tradiciones, costumbres y valores que compartimos como patrimonio identitario. La Patria es un crisol único y diverso.

Sin embargo, la idea de soberanía tiende a cambiar en el momento en que las relaciones entre los pueblos privilegian los aspectos comerciales y económicos que relativizan las prioridades nacionales. A partir de ahí, parecen negociables lo que antes eran valores y principios irrenunciables. 

Es claro que para sostener anímicamente la soberanía se necesita tener una base económica que la explique y la haga necesaria; es decir, un pueblo débil económicamente tendrá bajas defensas emocionales frente al extranjero, cuestión que vemos con claridad en la relación México-Estados Unidos, en la que se destaca la superioridad del extranjero y el escaso margen de maniobra que tiene nuestro país frente al vecino del norte, que representa el destino mayoritario de las exportaciones y la fuente privilegiada de las importaciones financieras, tecnológicas, alimentarias y culturales.

Frente a tal desventaja, el discurso nacionalista tiende a quedar como recurso retórico propio de efemérides y de actos multitudinarios en el Zócalo de la Ciudad de México, donde se defiende la soberanía nacional mientras se sigue afirmando que la mejor opción para el país es la integración con Estados Unidos en un bloque de alcance continental. Se dice que no competimos, sino que nos complementamos, como si esto no fuera el reconocimiento de nuestro abandono productivo.

El problema radica en que la defensa de la soberanía nacional está condicionada al interés extranjero en el marco del acuerdo de libre comercio que se convierte en ley suprema, en tanto que Estado Unidos, el polo dominante del T-MEC, no lance nuevas reglas que, en forma de aranceles, reconfigure unilateralmente dicho tratado.

Los aranceles de Donald Trump han confirmado una vez más las consecuencias políticas de la dependencia económica y la peligrosidad de las relaciones asimétricas que subyacen en el tratado que se tiene con el norte, haciendo que el gobierno “defienda” los intereses nacionales por vía de solicitar prórrogas y ofrecer el cumplimiento de las condiciones impuestas por el extranjero, y todavía celebrarlo como un triunfo del pueblo y gobierno mientras esperamos su calificación aprobatoria por buena conducta.

Ciertamente la soberanía no se negocia, salvo que el significado de la misma pase por el filtro de una semántica diseñada para convertir la subordinación y la dependencia en la única conducta posible, en la única solución viable y en el único destino deseable.  

Cuando el control y la subordinación de un pueblo se toma por asunto resuelto, las manifestaciones multitudinarias y los discursos de autoelogio patriótico sin rastro de planes soberanistas y propósitos de diversificación comercial, son irrelevantes y simplemente anecdóticos, carecen de poder real para emancipar una economía y empoderar una nación por la vía del desarrollo independiente.

La integración económica de América del Norte en forma del TLC en 1994, con sus profundas desigualdades, fue el primer gran acto formal del neoliberalismo mexicano, de cara a la reconfiguración del desarrollo nacional dependiente, con efectos contundentes en la desindustrialización del país, en la ruptura de cadenas productivas, en el abandono del campo y la independencia alimentaria, monetaria y crediticia.

Si esta política se amplía a todo el continente, en un proyecto integracionista que nada tiene que ver y es contrario a la soberanía nacional, ahí sí que valdría la expresión Trumpiana de “hacer América grande otra vez”, y todo por hacer frente a la amenaza de las exportaciones de Oriente, particularmente China. Aquí, una vez más, sudamos calenturas ajenas.

Con ello nos podemos despedir de la idea de libre comercio y dar la bienvenida a la economía neocolonial, y las nuevas relaciones metrópoli-colonia no necesariamente encajan en los supuestos de un país independiente y soberano.    

México no debe ser punta de lanza del neocolonialismo comercial de corte imperial con destino a la subordinación de toda Latinoamérica, proyecto que al parecer es acariciado desde el sexenio pasado, en imitación muy a la mexicana de la Unión Europea, tan absolutamente dependiente de Estados Unidos y tan vulnerable a los vaivenes de su política exterior.

México debe mirar al Sur y al Este, reemprender la política industrial frustrada por el neoliberalismo, recuperar la soberanía alimentaria y diversificar sus mercados, haciendo uso de los múltiples tratados y acuerdos internacionales que tiene. Poner todos los huevos en una sola canasta es absurdo y claramente suicida. La soberanía no se subroga. Se requiere más seriedad y un enfoque soberanista.  



sábado, 1 de marzo de 2025

LA NUEVA OLA DE CALOR

“Si todos tirásemos en la misma dirección, el mundo volcaría” (Proverbio judío).

 

Se considera una temperatura atípica para este mes de febrero y advierten que el termómetro podría registrar de 35 a 40 grados centígrados.

La situación es seria si consideramos el nivel de las presas que proveen de agua a la población, lo que se suma a los pozos en funcionamiento que acusan agotamiento y que arrastran substancias no aptas para el consumo, como arsénico y otros metales pesados que recuerdan el derrame tóxico del minero Larrea, que arruinó la economía y vida de muchos pobladores rivereños de Sonora, sin que alguna autoridad pase de las palabras a las acciones.

Suena a negligencia pura la pésima administración del agua, que privilegia fraccionamientos de lujo y áreas consideradas de interés especial para quienes toman las decisiones en materia de desarrollo inmobiliario.

Está en el aire cuánto más se podrá soportar que del total del agua disponible, el 80 por ciento vaya a la agricultura de exportación de la Costa de Hermosillo y sólo el 20 por ciento sea para los hogares, mermado por un desperdicio del 50 por ciento por fugas y fallas en el manejo del recurso.

Llama la atención de que, mientras las autoridades sostienen que no hay ni habrá tandeos en este verano, algunos vecinos afirman que diario “se va el agua” de 2 a 11 PM. Eriza los pelos saber que el gobierno se propone construir tres presas que sustituyan la Abelardo L. Rodríguez sin plena justificación, pero que ocasionarían una grave distorsión en la disponibilidad y distribución del líquido en perjuicio de las comunidades vecinas, y de la propia ciudad de Hermosillo, que padece escasez y mala distribución.

Una obra hidráulica que puede afectar negativamente el flujo natural del agua, alterar el desarrollo de las actividades productivas y hacer peligrar el abasto necesario es cuestionable, y más si se pone el reflector en las ganancias que se obtendrían de concretarse la idea de un desarrollo inmobiliario en los terrenos de la vieja presa de Hermosillo, aparentemente seca o casi, pero actualmente área de captación natural del agua.  

Estamos en un mundo distópico en el que el verdadero lujo es tener disponibles los recursos básicos para la vida humana, en el que los intereses inmobiliarios están por encima de la seguridad y salud de los ciudadanos, donde tal o cual grupo de apellido con olor a dinero y relaciones políticas puede desviar el cauce de un río, fraccionar y lanzarse a la especulación inmobiliaria en terrenos públicos, sin que haya autoridad que les señale el límite entre la ley y el desmadre inmobiliario.

A golpes de dinero y de actos de autoridad, los codiciosos de siempre cabalgan sobre los lomos de una ciudadanía demasiado preocupada por el crimen organizado, la salud del Papa, el costo de los seguros de gastos médicos mayores, las broncas de las pensiones y el desabasto de medicamentos, el encarecimiento de la vida y las nuevas amenazas de Trump. En este contexto, queda claro que los distractores abundan y la demagogia circula por los medios de evacuación oficial como diarrea declarativa.

El calor hace que el agua y las decisiones ciudadanas se evaporen con mayor velocidad frente a las amenazas de posibles medidas restrictivas que nos venden como necesarias, de que el agua es una mercancía, que el entubamiento, la canalización y las obras de infraestructura son para garantizar el agua por los próximos 30 años, aunque no haya lluvia y la distribución siga siendo mala por inequitativa cuando no arbitraria.

La situación sugiere que no estaría del todo jalado de los pelos llegar a hablar de un cártel del agua de la mano del inmobiliario, como tampoco lo es hablar de opacidad, malos manejos y privilegios en la distribución y acceso a bienes y servicios públicos.

Mientras nos entretenemos con sindicatos que quieren tomar la parte patronal en el teatro universitario, autoridades que se convierten en gestores del interés inmobiliario privado, vuelos sigilosos que espían los movimientos de los narcos “a petición” de las autoridades defensoras de la soberanía, y reformas a la ley del ISSSTE cuestionadas por sus propios beneficiarios que exigen la desaparición de las UMA y el regreso del reparto solidario, la temperatura sube, la paciencia y el agua, como la justicia, se evaporan sin que notemos casi su ausencia… por ahora.

Son tiempos de “cooperación” en el comercio y la seguridad, como antes, pero ahora dotados de un discurso nacionalista que nos hace brillar en un contexto mundial gris y mediatizado que tiembla ante las amenazas de Trump, y que nosotros sabemos adornar con la ilusión de la igualdad y la complementariedad, como si las sardinas invitaran a comer a los tiburones en justa correspondencia por las mordidas prometidas.