Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

sábado, 21 de diciembre de 2024

PELIGRO DE ATAQUES DE RISA

 “La historia nos ha enseñado que el hombre y las naciones se comportan sabiamente cuando han agotado todas las alternativas” (Abba Evan).

 

Todos sabemos o percibimos que estamos en un mundo peligroso. Las noticias de una posible hecatombe nuclear a nombre, claro, de la libertad y la democracia, nos ponen los pelos de punta y añaden un toque de adrenalina a nuestra rutina cotidiana.

La lucha desaforada por los mercados y el control de el petróleo, los minerales estratégicos y otros insumos importantes para la industria trascienden el campo diplomático para ingresar al de la confrontación armada.

Los principales países petroleros o consumidores de hidrocarburos pugnan mediáticamente por la sustitución de su principal insumo en aras de bajar el contenido de dióxido de carbono en la atmósfera, mientras se niegan a firmar el Protocolo de Kioto y otros acuerdos que pondrían en peligro su industria.

Los países que encabezan la lista de fabricantes y mercaderes de armas pronuncian discursos a favor de la paz en la ONU, el G7 y otros foros internacionales mientras hacen planes estratégicos donde interviene la OTAN, los medios informativos y los voceros gubernamentales para orientar a la opinión pública sobre el nuevo significado de “terrorismo”, “defensa”, “soberanía”, “seguridad nacional” y, por no dejar, “derechos humanos”.

Los impulsores de las llamadas energías limpias en su discurso dejan de lado varias cosas importantes como, por ejemplo, que nada se puede mover sin la presencia de los hidrocarburos, esenciales en la producción de energía, en la fabricación y funcionamiento de maquinaria, equipos, ropa, medicinas y muebles, entre muchos otros usos.

Somos una especie que recicla y aprovecha materias creadas por la transformación de muchas otras a lo largo de millones de años, de las que dan cuenta la geología, la química, la biología, entre otras disciplinas que hurgan en la materia y sus formas, pero parece que aún no nos enteramos de qué es lo que hace posible la vida en el planeta.

Tenemos una muy vaga idea acerca de la importancia del carbono y, desde luego, del dióxido de carbono para la existencia de la vida en el planeta, y nos agarramos fuertemente de la idea simplista de que el estado del clima es producto de la acción humana, sin más factores que considerar.

Vivimos pegados al monitor de la televisión, a la pantalla de la computadora, del teléfono y la tableta inteligente como ventanas al mundo y sus realidades, dejando de lado al cerebro, la memoria, la experiencia y la capacidad de discernir nuestro contexto y aquello que lo influye y conforma. Creemos que la democracia viene de fuera y dejamos de ser independientes.

Creamos y reforzamos membretes, formas de organización que terminan despegándose de su objetivo para convertirse en entidades con vida propia, independientes de quienes las integran, y adoptamos nuevos conceptos y tratamientos sociales sin más sentido que el de la autocomplacencia.  

La transformación de lo social en individual y lo público en privado se ve incluso en los sindicatos, grandes o pequeños. Tras cada membrete no es raro encontrar un interés mezquino, individualista y excluyente que se disfraza de colectivo y democrático.

Así pues, las banderas sociales y sus expresiones políticas terminan siendo la cara de estructuras clientelares, patrimonialistas y corruptas, porque, entre otras cosas, desaparece la libertad de expresión que se califica como un peligro para la permanencia o existencia del organismo. La crítica y la autocrítica se toman como expresiones de odio que sólo sirven para socavar los cimientos de la organización.

La disidencia, por tanto, ya no es expresión de la salud democrática del grupo, sino el afán destructivo de minorías celosas del bienestar logrado por las dirigencias. Así pues, el concepto democracia sólo se aplica cuando se trata de la acción del grupo dominante, con lo que tenemos la centralización de los conceptos y la privatización de su sentido.

Para ejemplificar este salto, imaginemos que para lograr la democracia es necesario que el sindicalismo asuma las funciones patronales; por ejemplo, impulsando a un dirigente sindical universitario a la rectoría de la institución que lo tiene contratado.

En otro escenario, pudiera aparecer como impulsor de la soberanía alimentaria un empresario de la rama de productos transgénicos; o como cabeza del sector salud, un empleado de las transnacionales farmacéuticas.

O pretender ser nacionalistas cuando trabajamos en dar concesiones que permitan la injerencia del extranjero en el territorio y la vida económica nacional; o levantar la bandera de la soberanía cuando se participa en ejercicios y acciones militares organizadas y dirigidas por un gobierno extranjero, o suponer que integrarse con el norte fortalece la independencia y el desarrollo nacional.

O creer que mejoramos la educación al incorporar la ideología de género desestimando las bases biológicas de nuestra diversidad. O que impulsamos la inclusión generando mecanismos de marginación legal selectiva por razones de género.

Si normalizamos la incongruencia, es improbable que podamos mejorar las condiciones de vida que tenemos, aunque seguramente provocaríamos un ataque de risa a quienes representan el sistema que formalmente decidimos combatir.


 

viernes, 13 de diciembre de 2024

¿UNA REFORMA NECESARIA Y PERTINENTE?

 “La igualdad es como la gravedad, una necesidad” (Joss Wheldon).

 

Me entero de que los diputados federales aprobaron una iniciativa de reforma constitucional donde se incluye la palabra “presidenta” en el artículo 80 y demás relativos.

Recuerdo la afirmación que hizo la doctora Sheinbaum en el acto protocolario de su asunción presidencial, cuando habló de que “lo que no se nombra no existe”. Confieso que me dejé llevar por el encanto y la contundencia de tal afirmación.

Según esto, las cosas no tienen existencia en la realidad hasta que alguien las señala y establece cómo llamarlas. Entonces, un mundo sin conceptos, sin nombres, sin palabras carece de existencia mientras que la geografía, la geología, la biología, entre otras, no se encarguen de nombrar y alumbrar las cosas.

Aquella afirmación filosófica de que “la realidad es independiente de nuestra conciencia” queda como anécdota, después de tan categórica revelación en el discurso inaugural del nuevo gobierno porque aquí el nombre crea la cosa.

En este sentido, una vez que la palabra “presidenta” aparezca en el texto constitucional reformado, sabremos que quien gobierna es una mujer, asunto que había quedado pendiente a pesar de que muchos lo sospechábamos cuando votamos por ella el 2 de junio.

Creo que, gracias a la reforma en marcha, podremos estar tranquilos y seguros de quién nos gobierna, porque ahora podremos nombrarla y darle existencia, según se desprende de la afirmación presidencial.

Lo que mete ruido, aunque bien podemos ignorarlo, como tantas otras cosas, es que la presencia de la doctora Sheinbaum no indicaba otra cosa que una mujer representando el proyecto de la 4T encabezado por Morena, y que quedaba claro que elegiríamos a una mujer para ocupar la titularidad del Poder Ejecutivo Federal.

Los 36 millones de votantes sabían, sin duda, que la elección marcaría un hito en la historia política del país, y muchos lo entendimos como una muestra de la madurez alcanzada por el electorado nacional, donde el 56 por ciento de los votos en su favor fueron de hombres.

Desde este punto de vista, la supuesta invisibilidad de la mujer que alcanzó la mayoría electoral y asumió la presidencia parece no tener mucho fundamento, y los esfuerzos reformistas constitucionales emprendidos por diputados y senadores se perfilan como una muestra obsequiosa que poco tiene que ver con la separación de poderes y la claridad de las prioridades nacionales.

Me parece que siempre ha quedado claro que la mujer es tan importante como el hombre, que a lo largo de la historia tenemos muestras relevantes de su participación en los asuntos públicos; que el texto constitucional consagra la igualdad legal entre uno y otro sexo es claro (al que recientemente le fue añadida la palabra” sustantiva”, lo que rompe el supuesto de la igualdad al poner énfasis en los derechos de la mujer).

La más reciente reforma subraya un hecho que cualquiera ya había visto como normal, incluso como deseable. A nadie se le pudo haber ocurrido declarar inexistente a una mujer como titular de tal o cual cargo, en tiempos en que ellas pueden asumir cualquier responsabilidad pública y existen y actúan sin que sea necesario torcer el brazo de la gramática y el diccionario.

Cualquiera pensaría que tras el voto mayoritario y la toma de protesta quedaba más que claro que Claudia Sheinbaum asumía la titularidad del Poder Ejecutivo nacional, pero ahora nos enteramos que era necesario agregar una “a” a los actos protocolarios de su gobierno para darle existencia como tal.   

En este contexto, quizá la más asombrada en llegar a puestos de importancia nacional es la propia mujer que reclama un tratamiento especial que acabe con cualquier duda de su identidad. Pero el problema no es de los electores, sino de la propia persona que requiere de estos reforzamientos, revelando que la ideología se sobrepone al sentido común.  

Es claro que estamos en un período donde la redundancia legislativa revela inquietudes y dudas existenciales, a pesar de que la realidad indica las seguridades del éxito logrado. En serio, ¿la reforma era necesaria y pertinente? 

 

 

 

viernes, 6 de diciembre de 2024

UN SALTO SINDICAL CUALITATIVO

 “En cada farsa hay un farsante” (frase de consumo personal).

 

Crece la atención pública sobre la sucesión rectoral, al borde de que, a querer o no, nos asomamos a las tripas de la máxima institución educativa en el Estado y descubrimos, para sorpresa de muchos, que uno de los suspirantes a ocupar el sillón rectoral es, ni más ni menos, el actual secretario general del sindicato que agrupa al personal académico, el STAUS.

Nadie pone en duda la legítima aspiración de cualquier miembro de la comunidad académica de ocupar el nivel máximo de la cadena alimenticia universitaria, la representación legal, la cabeza de la administración universitaria y, dicho de forma clara, la parte patronal de la institución frente a sus sindicatos.

Estamos ante el curioso caso de un sindicalismo que, al parecer, promueve el ascenso de uno de sus miembros distinguidos a ser la contraparte en las confrontaciones y negociaciones entre dos factores esenciales del proceso productivo universitario: fuerza de trabajo académica y administración institucional.

Tenemos el caso en el que uno de los polos de la relación, representando aquí al factor trabajo, pretende saltar cualitativamente a la esfera de la parte patronal, es decir, a la representación simbólica del capital.

Aquí el problema es de idea del significado y los intereses que representa, o debiera representar el sindicato frente a quien administra y dirige la estructura de control institucional, lo que incluye la capacidad para decidir el destino de los recursos técnicos, materiales y humanos, y establece procedimientos y normas internas de funcionamiento.

Una cosa es la administración institucional, lo que incluye las relaciones con el gobierno y la sociedad, la administración de los contratos colectivos de trabajo, el modelo curricular, los programas académicos, los correspondientes a las materias, formas de evaluación, aparato logístico y, en general, los mecanismos y procedimientos para que la institución funcione de acuerdo a sus propósitos legales y otra es velar por los intereses de una parte del todo, como son los derechos y expectativas de los trabajadores universitarios.

Así pues, independientemente de que el suspirante sindical a la silla rectoral pueda tener el derecho, la capacidad y los méritos para ello, lo cierto es que no se acaba de esclarecer porqué, teniendo la representación de los intereses de los trabajadores académicos universitarios se quiera pasar al otro lado de la mesa, donde se pone en evidencia la diferencia de objetivos, intereses y conductas, por ser dos partes sujetas a contradicciones que por su naturaleza son las más de las veces antagónicas.

La primera impresión es que a alguien no le ha quedado claro cuál es el papel histórico de los sindicatos y cuál es el sentido de su existencia y lucha permanente.

Lo verdaderamente lamentable sería que tuviéramos un sindicato que ha perdido la brújula, que ha renunciado a su esencia y se ha convertido en una extensión de la administración universitaria con la cual se puede establecer un sistema de puertas giratorias, ajeno a principios y valores colectivos y apegado a aspiraciones personales o de grupo. El poder como objetivo, o la idea que algunos puedan tener de su significado, no deja de ser una trágica paradoja en el marco de la organización de los trabajadores.

Suena bastante raro que desde la organización sindical se ceda ante la tentación de poder manejar no sólo relaciones políticas sino el presupuesto institucional, y asumir un lenguaje que pudiera ser incluyente, “democrático”, pero que apenas encubra la calidad en pugna de los intereses que representa frente a los de los trabajadores.

La situación actual de un sindicalismo confuso y claudicante se pone en evidencia con las aspiraciones de algunos de sus miembros representativos, en una clara contradicción donde se ponen en juego los valores y principios de la acción sindical de cara a los intereses representados por la administración universitaria, finalmente correa de transmisión de la ideología dominante y las conductas “socialmente correctas”, pero lamentablemente acríticas y reaccionarias a todo cambio verdadero.

Finalmente, “cambiar para no cambiar” es la consigna del conservadurismo de ayer y de hoy.