“La libertad sin una autoridad fuerte e incólume, no es libertad al cabo de poco tiempo, sino anarquía” (Antonio Cánovas del Castillo).
Entre más se vive más cosas absurdas se ven. Tenemos que, en las oficinas públicas, por ejemplo, existen empleados heredados de otras administraciones que pasan el día pastando en la planicie burocrática que les garantiza cobijo y sustento, sin dar muestras de compromiso y responsabilidad.
Burócratas de medio pelo que, agarrados del sindicato o sin él, pasan página todos los días en busca de llenar la tripa sin mucho esfuerzo ni dedicación: buscar la justificación del no hacer entre los originales y las copias de demandas laborales que se canalizan por la vía de la “conciliación” en favor del patrón, firmar por ausencia cuando el titular no delega dicha capacidad, hacer favores en trámites cuyas características e instancias están claramente determinadas por la ley, a cambio de la mochada o la promesa.
Hacerse de la vista gorda ante las faltas de los subalternos es propiciar un ambiente de corruptelas y complicidades, tóxico para la vida pública de la entidad y el país.
Faltar a sus obligaciones sin dejar de hacer acto de presencia, grillar lo necesario y actuar en modo lameculista cuando la ocasión lo amerita, sobre todo en los períodos de transición político-electoral. Y el etcétera corre por cuenta de usted.
Se arranca una rama del árbol de la democracia cuando el acarreo y los “estímulos” monetarios o en especie superan con ventaja a los motivos ideológicos; incorporarse a un partido político en ascenso para parasitar y reproducir la misma historia de vicios arraigados en la mente del chapulín electoral no abona al avance de la democracia y el buen gobierno.
Las adhesiones políticas de coyuntura y los supuestos compromisos que se establecen o se dan por establecidos arranca una rama del árbol de la política como pensamiento y acción del buen gobierno; lo hace estancarse, pudre sus raíces y corrompe su desarrollo.
El usar la autoridad de tal o cual posición publica en beneficio de intereses privados es como una plaga que debilita al cuerpo social y pervierte la moral pública; un policía que se encarama en la interpretación a modo de las normas es tan peligroso como el ministerio público o el juez que ve por sus intereses antes que los de la justicia y la ley.
El dar por sentado que los bienes comunales son espacio para las perversiones personales afecta el patrimonio de la sociedad y envilece la convivencia.
Al respecto, resulta repugnante enterarse de que una familia (adultos y menores) con hielera provista de bebidas alcohólicas, se complacieron en arrancar ramas de un guayacán en el Cerro Johnson, así, sin razón ni lógica más allá del placer de depredar un árbol, que es un bien natural al servicio de la comunidad (Proyecto Puente, 03.08.2022).
Esto es tan encabronante como los ocasionales actos vandálicos en espacios como La Sauceda, el Parque Madero, o las plazas públicas de la ciudad.
Arrancamos o talamos árboles, cortamos ramas y arbustos, dejamos basura en cualquier lugar en donde se nos ocurra, producimos contaminantes porque resulta redituable y porque las sanciones, si las hubiera, pueden resolverse con la justificación de que “se estaban divirtiendo”; o que “se están generando empleos” y “atrayendo inversiones” importantes en la actividad de que se trate.
Así tenemos una mancha mortal de contaminación en el Río Sonora, producto de la actividad minera de Grupo México que devino desastre ecológico el 6 de agosto de 2014, actualmente gozando de renovada impunidad y cumpliendo aniversarios vergonzosos.
Los vicios de un sistema depredador forman parte de nuestra cultura productiva, de manera que el emprendedor tiene enfrente el ejemplo dominante y las recetas del modelo neoliberal, chorreando hipocresía y caos, desperdicio de recursos y contaminación.
Si la economía marca las grandes diferencias entre el capital y el trabajo, la política hace explícitas sus prioridades y sus luchas. Así tenemos a los defensores furibundos del sistema capitalista que simulan ser defensores de la Patria, frente a los que del lado del pueblo defienden los derechos sociales, laborales y políticos de las mayorías nacionales.
En el nivel social como en el individual, se da la lucha por los espacios económicos y políticos, de suerte que una ciudadanía inconsciente, acomodaticia y depredadora es simplemente la imagen caricaturizada del sistema que agobia al país y al mundo.
El arrancar una o varias ramas al árbol del futuro pasa por la irracionalidad de una visión sin contexto, por tanto, sin futuro desde el punto de vista del progreso humano. Pero así estamos.
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