viernes, 4 de septiembre de 2020

El cadáver del PRI

 

“Cuando más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje” (Aldoux Huxley).

 

Ya ve usted cómo son las cosas, la Cámara de Diputados tiene, por lo pronto, la presidencia en manos de Dulce María Sauri Riancho, de trayectoria inseparable de la cloaca política llamada PRI y sin duda representante de los valores de ese instituto político.


En estos tiempos donde las militancias se escabullen de las definiciones clásicas hay quienes ejemplifican con sobrada suficiencia la cara perversa de la política al modo del viejo régimen, porque relativizan las pertenencias ideológicas en aras de alcanzar mayorías instantáneas para llenar requisitos y lograr hacerse con posiciones como, recientemente, la presidencia de la mesa directiva de los diputados.

Pero, más allá del natural asco que produce el hecho de que el PRI alcanzó el número de legisladores que le permitió ser la tercera fuerza en el seno de la cámara, hay que tener claro y señalar que fue gracias a las manipulaciones, las trapacerías, los acuerdos y el chapulineo coyuntural de los legisladores, ya que, según el resultado de la elección del 1 de julio de 2018, esta posición le correspondía al PT.

El problema se dio a partir del trasiego de diputados que pasaron por alto la voluntad popular y se cambiaron a conveniencia la camiseta, inflando en este caso la nómina del PRI, y donde participaron estelarmente los legisladores del PRD, flamante comodín del Prianismo organizado.

Tan terrible realidad denota la pobreza política de un pueblo acostumbrado a que lo chamaqueen, lo acarreen, lo engañen cada trienio o sexenio, le den despensas, materiales baratos de construcción, tortas y refrescos cada campaña electoral, y en cada acto masivo la consabida camiseta, sombrilla y gorra.


La costumbre que se refrenda en los períodos electorales está claramente reflejada en la presencia del PRI, que por razones de legalidad plasmada en el reglamento ahora preside la Cámara de diputados, donde se legisla por México, sin olvidar que Morena y aliados son la mayoría que decide realmente el sentido de las decisiones, que Morena es la primera fuerza y que el partido no está solo, porque lo avalan 30 millones de votos en una votación histórica plena de legitimidad.

En lo personal, me parece ridículo el solo hecho de que los priistas tengan un papel en la conducción de las sesiones, pero de eso a que manden, dirijan o determinen el rumbo de la cámara de diputados hay una gran distancia.

Si consideramos que, chapulineo aparte, el PRI alcanzó transitoriamente el número de legisladores suficiente y necesario para ocupar el tercer lugar en la composición de las fuerzas electorales, y que por ese sólo hecho le tocaba presidir la mesa directiva, y que la votación era para elegir al legislador que iba a presidir dicha mesa directiva, entonces tenemos dos cosas:

 Primera: Los diputados de Morena simplemente acataron lo que dicta el reglamento, y tuvieron que aceptar que la tercera fuerza era el PRI.

 Segunda: La votación fue para elegir al presidente de la mesa directiva, que le tocaba por la razón antes señalada, al PRI. En este punto lo más sensato hubiera sido la abstención, el “ahí se la echan”, sin embargo, muchos de Morena optaron por votar por ceñirse a la disposición reglamentaria.


Algunos se manifiestan escandalizados, traicionados, decepcionados, ofendidos y decididos a cambiar de partido, siendo que de lo que se trata es de fortalecer a Morena y en todo caso reformar el reglamento que permite que los legisladores cambien de camiseta según vaya el viento, para después regresarse cómodamente a su posición original.

En todo caso, los cambios de fracción parlamentaria deben ser fundados y motivados y claramente explicados, y ser de carácter permanente o con candados que impidan la migración infundada y el oportunismo de coyuntura.

A juzgar por los proyectos en marcha del actual gobierno, es lícito pensar que Morena sigue siendo la mejor opción y que hay que fortalecerla, lo cual no deja de lado la crítica apoyada en el conocimiento y el análisis desapasionado de los hechos, mismos que no necesariamente demuestran que se trate de revivir el cadáver del PRI. Tocamos madera.

 


 

 

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