“Al
margen de la ley nada; por encima de la ley nadie” (AMLO, conferencia matutina, 31 enero
2019).
Recientemente
leí una reflexión que creo vale la pena rescatar: “Estamos ante una generación
de gente emocionalmente débil, donde todo debe ser suavizado. Porque “todo” es
ofensivo… incluida la verdad.” Está firmada por Ferrer, supongo que se trata de
David Ferrer García, profesor, escritor y poeta español contemporáneo.
Si
una veintena de mujeres toma la sede de la CNDH, en vez de manifestarse frente
a la Fiscalía General, ¿tendremos que dar por hecho que su acción es
justificada, independientemente de que pueda ser una reacción extrañamente
tardía al ultraje de una menor ocurrido hace cuatro años, y que se ocasionen
daños a las instalaciones y a su contenido?
No
necesariamente, porque a estas alturas muchos advierten que la toma es
desproporcionada y vandálica y que bien pudieran haber protestado durante el
gobierno de Peña Nieto ante las autoridades competentes, además de que se
niegan a entregar las instalaciones y a participar en una mesa de diálogo.
A
lo anterior habría que agregar que pretenden destinar el edificio de la CNDH
como albergue “para muchas mujeres de todo el país” que tengan el mismo
problema porque, dicen, esta es una acción “okupa” y están disponiendo de un
bien público.
Como
sabemos, las acciones “okupa” originalmente se dieron en Europa,
particularmente en España, consistente en la ocupación de edificios abandonados
por personas que carecían de habitación, por lo que llamar “okupa” a la toma de
un edificio público que cumple una función social es por lo menos absurdo
cuando no perversamente intencionado, como lo es la sustracción y destrucción de
expedientes. ¿Quién o quiénes resultan beneficiados con el caos? La respuesta la
puede encontrar siguiendo la liga: https://youtu.be/4pG94dVQvo0
Algo
similar ocurre en el país con otros eventos donde la causa del feminismo se ve
reinterpretada por grupos como los incubados en instituciones como el ITAM, que
ven apropiado volcar sus impulsos destructivos contra edificios públicos,
comercios e incluso ciudadanos cuyo pecado es ser de sexo masculino porque
estaban, según el criterio gringo, “en el lugar equivocado y a la hora
equivocada”, con lo que pasamos de la lucha de clases a la lucha de sexos,
perdiendo toda perspectiva que suponga una transformación socialmente
progresista e incluyente.
En
Hermosillo tenemos varias muestras: el asalto vandálico a Catedral, al Congreso
del Estado, al edificio del Poder Judicial, y daños a varios edificios públicos
y privados, además de pintas en paredes y monumentos, en un contexto político
nacional y local en el que las mujeres tienen peso y paridad electoral y donde,
por mencionar algunos ejemplos, tanto el gobierno del estado y de la capital del
país, así como la Cámara de Diputados y nuestro municipio son presididos por
mujeres.
Dichas
acciones “feministas” curiosamente no se daban en los sexenios anteriores donde
las mujeres marchaban ejerciendo su derecho a la manifestación, pero no
vandalizaban. Al parecer, ahora es el momento propicio para las expresiones de
irracionalidad destructiva y provocativa, justamente cuando está el gobierno de
la 4T, por lo que las pulgas del neoliberalismo se le cargan a un gobierno que
dialoga y que postula que “todo por la razón y nada por la fuerza”.
Los
hechos referidos se puede relacionar con la histérica emergencia de grupos
opositores ultraconservadores y fundamentalistas de la derecha de campanario que
acusa al gobierno de llevarnos al desastre y, lo que es peor, al comunismo; o
como el grupo de gobernadores del PAN y otros ideológicamente afines que lo
mismo piden la renuncia del coordinador de la lucha contra la epidemia, Dr.
Hugo López-Gatell, que forman una “alianza federalista” que decide salir de la
CONAGO, que es la asociación civil de los gobernadores de México.
A
lo anterior habría que agregar la virulencia de Felipe Calderón y su partido
familiar “México Libre”, lo que parece estar siendo demostrado por la presión
que se da entre estas feministas “okupas” para apoyar al esperpento
político-electoral borolista, según nota del portal Revolución tres punto cero
(Daniel Serrano, 8 de septiembre de 2020).
Cada
vez es más evidente que la política se ejerce en las instancias judiciales y en
las calles mediante el financiamiento de grupos radicales que levantan banderas
en muchos casos legítimas, pero cuyos objetivos no son necesariamente los que
exhiben, a partir de las acciones caóticas y delictivas que emprenden.
Al respecto, el gobierno de López Obrador celebra la libertad de expresión y dice que
no a la violencia, no a la represión porque “no somos los mismos”. Por mi parte
diría que está bien que “no seamos los mismos”, pero que justamente por eso se
espera que se cumpla la ley y se garantice la paz pública, lo que implica el
diálogo constructivo entre pueblo y gobierno, no la complacencia ni la evasión
de responsabilidades que solamente dan fuerza al delincuente.
A
veces da la impresión de que la ley sólo se puede aplicar en ciertas
circunstancias y con las debidas excepciones, por razones de lo políticamente
correcto en su interpretación más libre y acomodaticia, quizá para evitar que
cualquier acción de orden público pueda ser desvirtuada por parte de quienes
proclaman a berridos que vivimos en una dictadura o que el gobierno tiene una
visión patriarcal de la sociedad y la familia.
Así
pues, mientras el imperio de la ley y el estado de derecho pasan a ser meras
figuras retóricas, los delincuentes pululan con pasamontañas negros y exhiben
sin inhibiciones su vulgaridad destructiva, pateando el interés público para
dar paso a la mezquindad beligerante de los enemigos del cambio.
Nuestra
sociedad sufre los embates de una generación hipersensible, egoísta y
autocomplaciente, acostumbrada tanto al eufemismo como al agandalle: en la
política por ejemplo se puede dotar de palos a campesinos chihuahuenses y
lanzarlos contra la Guardia Nacional; los delincuentes de cuello blanco se
pueden llamar perseguidos políticos, y los
tramposos pueden lograr la presidencia de la Cámara de Diputados mediante el
chapulineo de legisladores que hacen temporalmente una mayoría artificial en
beneficio de cierta fracción parlamentaria, la del PRI, independientemente del lugar
que hayan alcanzado en las pasadas elecciones federales.
En
consecuencia, se tienen mayorías efímeras y coyunturales que tuercen la voluntad
del electorado y la democracia en México, y movimientos cuyas acciones son
formalmente punibles pero que la carga emocional y desinformativa que
compartimos logra convertir en caricatura reivindicativa.
En
una sociedad dominada por la simulación, la ignorancia y los convencionalismos,
la verdad es molesta e indeseable y en abierta oposición al imperio incuestionable
de la subjetividad y el capricho. Aquí, en efecto, “todo es ofensivo… incluida
la verdad”.
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