sábado, 29 de agosto de 2020

La corrupción ¿es cultura?

 

“Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella” (Joan Baez).

 

Desde que el gobierno de López Obrador inició sus esfuerzos por poner orden en el país, han repuntado las noticias, trascendidos y revelaciones sobre asuntos que desde antes se sospechaban en los corrillos ciudadanos: el sistema funciona gracias a la corrupción, expresada en forma de saqueo al erario, nepotismo, tráfico de influencias, desviación de fondos supuestamente etiquetados a programas sociales, de desarrollo económico, de modernización administrativa, de actualización del sistema legal acusatorio. También en materia del escalafón en el sector público y los mecanismos de premios y recompensas; así como en la forma y motivaciones para dictar sentencias por parte de jueces y ministros, los criterios para ocupar plazas en la burocracia, así como en la forma en que se legitiman los registros sindicales y las formas de ascenso y permanencia de las dirigencias.

 


También tenemos ejemplos importantes de corrupción en el sector privado cuando se inflan precios y se provoca escases de determinados productos con el fin de encarecerlos, sin olvidar los trucos para lograr el despido injustificado de empelados, la contratación temporal y la tercerización del empleo, las subrogaciones, la evasión de impuestos y el absurdo expediente de las pérdidas consolidadas, tanto como la devolución o la exención injustificada del pago de impuestos.

 En los estados y municipios, un gobierno que busca “mochadas” en la concesión de servicios como el alumbrado o la recolección de basura y que compromete las finanzas públicas o que pacta la desincorporación de bienes públicos por compromisos con agentes inmobiliarios privados, es y será corrupto, como lo es el que firma contratos y da concesiones a cambio de mochadas sin reparar en el costo económico y político de sus acciones.

 


Las recientes revelaciones periodísticas nacionales sobre los intereses y relaciones de García Luna, Osorio Chong, Videgaray  o Lozoya; o en el escenario local,  los reportajes de Cayetano Lucero en Vigilia Sonora y las redes sociales sobre el acaparamiento de tierras y aguas o los negocios inmobiliarios que se han logrado a costa del patrimonio público, por ejemplo en el municipio Hermosillo y Caborca, entre otros que padecen la depredación ligada a los apellidos Beltrones, Bours, Coppel, Padrés, Pavlovich o Torres, por citar algunos.  

 El expresidente Peña Nieto dijo que la corrupción era un problema cultural, en una forma cínica y simplista de convertir en “tema” lo que es esencialmente un problema.

 Si hay corrupción es que hay corruptos, y si hay corruptos es que el sistema provee las condiciones, los medios y la justificación para ello. Por eso, contra la lógica de la simulación y el cinismo, la actual administración federal apoya el recurso de la denuncia, la transparencia y el respeto a la ley de cara a un sistema judicial preñado de corrupción, nepotismo y vicios en la interpretación de la ley.

 


Los ataques histéricos y la ola de información falsa o distorsionada que impulsa el prianismo encabezado por los expresidentes Fox y Calderón, en la que concurren la prensa chayotera, el empresariado ganón y apátrida, el ciudadano frívolo y corruptible que se convierte en cómplice gratuito de explotadores laborales o de líderes charros, confirman que la actual administración pisa callos, afecta intereses y despierta la furia de los léperos de siempre.

 ¿Qué hacer ante esta plaga llamada corrupción? Pues atacarla con la denuncia ciudadana y la acusación formal de los agravios; no aceptar ni complicidades ni atropellos; levantar la voz ante las instancias correspondientes y ejercer, finalmente, una ciudadanía responsable, autocrítica e informada.

 Necesitamos tomar en serio eso de que “nada ni nadie por encima de la ley”, por eso tiene que ser una tarea y compromiso colectivo, y una demostración cotidiana de la madurez y conciencia del ciudadano como sujeto político, como hacedor de los cambios y como artífice de la nueva sociedad.

 Sólo así daremos fuerza y vigencia a la idea de que sólo el pueblo puede salvar al pueblo.

 

 

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