viernes, 10 de julio de 2020

Usted se contagia... o se contagia.



“La felicidad para mí consiste en gozar de buena salud, dormir sin miedo y despertarme sin angustia” (François Sagan).

Bueno, pues parece que la consigna mediática general en nuestro país y el mundo es que el que no está contagiado de Covid-19 pronto lo estará, lo que resulta casi tan importante como la noticia de la proximidad de un tratamiento específico o una vacuna que salve el trasero de la humanidad, así que veamos algunos detalles.

En el tiempo que tenemos bajo los efectos físicos, económicos y psicológicos de la epidemia de Covid-19 ha surgido el negocio floreciente de las “pruebas rápidas” y, de manera destacada, de los cubrebocas, mascarillas o como le quiera llamar a ese útil accesorio, y también el no menos próspero de las caretas protectoras que permiten ver la cara de su interlocutor y los gestos que hace.

Como usted sabe, la combinación de cubrebocas y careta da una imagen favorable del usuario ya que demuestra “conciencia social”, tanto como “responsabilidad”, y más si cuenta entre sus objetos personales un frasco de gel-alcohol al 70% porque habla de su cooperación con la salud general y lo bien que sigue las instrucciones que dicta la publicidad comercial y, eventualmente, la autoridad en turno.

Puestos en ese plan tan cumplidor y precavido, lo que digan la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), o la Secretaría de Salud del país es lo de menos, que para eso hay autoridad estatal o municipal que le va a decir dónde, cuándo y cómo se va a enfermar, y qué debe hacer o no para lograrlo.

Ahora resulta que las “pruebas rápidas” y el uso del cubrebocas son dogma de fe para el ayuntamiento, así como todas aquellas medidas que puedan violar los derechos humanos pero que suenen compatibles con la paranoia generada por el alarmismo y la desinformación, curiosamente inducida por la propia autoridad local en aras de “cuidar tu salud”.

Aquí vemos el establecimiento de horarios para circular por las calles sin correr el riesgo de contagio o multa, los procesos de “sanitización” (desinfección) de espacios abiertos en prevención de que el microbio se oculte en un bache en espera de víctimas, la limitación de los ocupantes de un carro particular, para uso familiar, que en la óptica del ayuntamiento puede ser un reservorio del virus, entre otras ridículas ocurrencias.

El miedo inducido en la población surte efectos económicos importantes tanto para los laboratorios privados con las “pruebas rápidas” como para para las empresas farmacéuticas, porque el rumor de un tratamiento desencadena compras de pánico de ciertos medicamentos útiles para cualquier otra cosa menos para prevenir o curar de manera probada la enfermedad de moda, y quienes realmente los necesitan se encuentran con el cada vez más frecuente “no hay”.

Si se ve en la tele o en YouTube que alguien dice que la Hidroxicloroquina, o la Ivermectiva, o la Azitromicina, entre otros que incluyen la Aspirina, son útiles para el Covid-19, seguro que van a desaparecer de las farmacias aunque las autoridades de salud mundiales o nacionales digan que aún no existe tratamiento comprobado e indicado para la enfermedad.

En otro orden de ideas, se ha manejado la posibilidad de que el virus se transmita “por el aire”, sin subrayar la existencia de condiciones particulares como, por ejemplo, la concurrencia en espacios cerrados sin la protección recomendada; o que se han encontrado ciertas evidencias de la presencia del virus en heces fecales, y que resulta alarmante porque cada vez que usted baja la palanca se supone una dispersión de aerosoles que potencialmente pueden contener al temible SARS-CoV-2, sin averiguar si el bicho es funcional o si solamente pudiera tratarse de fragmentos sin poder contaminante.

Usted puede creer y defender la veracidad de estos y otros informes y quizá tenga razón. Nadie se puede poner en el plan de descalificar las posibilidades de explicación de las vías de contagio. Nadie. Pero tampoco alguien puede encaramarse en una verdad por comprobar y darla por cierta e incuestionable.

Difundir una posibilidad como si fuera realidad es inútil para los efectos de la prevención sanitaria, peligroso por sus efectos sociales al propagar factores poco deseables de pánico y alarma entre la población, y francamente no contribuyente a una buena conducción y control de la epidemia mediante la orientación y difusión de noticias útiles y pertinentes. No caigamos en la infodemia. 

Seguramente las autoridades mundiales y nacionales de salud darán por buenas las investigaciones que siendo objetivas, exhaustivas y veraces, arrojen luz en este asunto, y eventualmente recomendarán los protocolos de prevención que sean pertinentes; mientras tanto, la prudencia es más que recomendable.


En la epidemia no ha faltado el manejo político y las llamadas “fake news”, pero también ha estado presente la responsabilidad social que se manifiesta mediante el manejo cuidadoso de la información tanto en medios tradicionales como redes sociales, y eso precisamente puede hacer la diferencia en el ánimo y la conducta de los ciudadanos frente al actual problema.

Si no hay sensibilidad y empatía informativa corremos el riesgo de creer que por el simple hecho de respirar o ir al baño fatalmente nos vamos a sacar la rifa del virus, y que sin importar lo que hagamos el contagio estará presente. Lo mejor es conservar la calma, informarse bien y tomar las precauciones del caso.

Hagamos lo posible por no caer en el alarmismo, o la náusea provocada por los chacoteos de la autoridad tanto por videoconferencia como a bordo de un carro recolector de basura, como lo han visto los hermosillenses (Expreso, 07/07/20). Que haya salud y paciencia.  


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