“La felicidad para mí consiste en gozar
de buena salud, dormir sin miedo y despertarme sin angustia” (François Sagan).
Bueno, pues parece que la consigna mediática
general en nuestro país y el mundo es que el que no está contagiado de Covid-19
pronto lo estará, lo que resulta casi tan importante como la noticia de la
proximidad de un tratamiento específico o una vacuna que salve el trasero de la
humanidad, así que veamos algunos detalles.
En el tiempo que tenemos bajo los
efectos físicos, económicos y psicológicos de la epidemia de Covid-19 ha
surgido el negocio floreciente de las “pruebas rápidas” y, de manera destacada,
de los cubrebocas, mascarillas o como le quiera llamar a ese útil accesorio, y
también el no menos próspero de las caretas protectoras que permiten ver la
cara de su interlocutor y los gestos que hace.
Como usted sabe, la combinación de cubrebocas
y careta da una imagen favorable del usuario ya que demuestra “conciencia
social”, tanto como “responsabilidad”, y más si cuenta entre sus objetos
personales un frasco de gel-alcohol al 70% porque habla de su cooperación con
la salud general y lo bien que sigue las instrucciones que dicta la publicidad
comercial y, eventualmente, la autoridad en turno.
Puestos en ese plan tan cumplidor y
precavido, lo que digan la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la
Organización Panamericana de la Salud (OPS), o la Secretaría de Salud del país es
lo de menos, que para eso hay autoridad estatal o municipal que le va a decir
dónde, cuándo y cómo se va a enfermar, y qué debe hacer o no para lograrlo.
Ahora resulta que las “pruebas rápidas”
y el uso del cubrebocas son dogma de fe para el ayuntamiento, así como todas
aquellas medidas que puedan violar los derechos humanos pero que suenen
compatibles con la paranoia generada por el alarmismo y la desinformación,
curiosamente inducida por la propia autoridad local en aras de “cuidar tu
salud”.
Aquí vemos el establecimiento de
horarios para circular por las calles sin correr el riesgo de contagio o multa,
los procesos de “sanitización” (desinfección) de espacios abiertos en
prevención de que el microbio se oculte en un bache en espera de víctimas, la
limitación de los ocupantes de un carro particular, para uso familiar, que en
la óptica del ayuntamiento puede ser un reservorio del virus, entre otras ridículas
ocurrencias.
El miedo inducido en la población surte
efectos económicos importantes tanto para los laboratorios privados con las
“pruebas rápidas” como para para las empresas farmacéuticas, porque el rumor de
un tratamiento desencadena compras de pánico de ciertos medicamentos útiles
para cualquier otra cosa menos para prevenir o curar de manera probada la
enfermedad de moda, y quienes realmente los necesitan se encuentran con el cada
vez más frecuente “no hay”.
Si se ve en la tele o en YouTube que
alguien dice que la Hidroxicloroquina, o la Ivermectiva, o la Azitromicina,
entre otros que incluyen la Aspirina, son útiles para el Covid-19, seguro que
van a desaparecer de las farmacias aunque las autoridades de salud mundiales o
nacionales digan que aún no existe tratamiento comprobado e indicado para la
enfermedad.
En otro orden de ideas, se ha manejado la
posibilidad de que el virus se transmita “por el aire”, sin subrayar la
existencia de condiciones particulares como, por ejemplo, la concurrencia en
espacios cerrados sin la protección recomendada; o que se han encontrado
ciertas evidencias de la presencia del virus en heces fecales, y que resulta
alarmante porque cada vez que usted baja la palanca se supone una dispersión de
aerosoles que potencialmente pueden contener al temible SARS-CoV-2, sin
averiguar si el bicho es funcional o si solamente pudiera tratarse de
fragmentos sin poder contaminante.
Usted puede creer y defender la
veracidad de estos y otros informes y quizá tenga razón. Nadie se puede poner
en el plan de descalificar las posibilidades de explicación de las vías de
contagio. Nadie. Pero tampoco alguien puede encaramarse en una verdad por
comprobar y darla por cierta e incuestionable.
Difundir una posibilidad como si fuera
realidad es inútil para los efectos de la prevención sanitaria, peligroso por
sus efectos sociales al propagar factores poco deseables de pánico y alarma
entre la población, y francamente no contribuyente a una buena conducción y
control de la epidemia mediante la orientación y difusión de noticias útiles y
pertinentes. No caigamos en la infodemia.
Seguramente las autoridades mundiales y
nacionales de salud darán por buenas las investigaciones que siendo objetivas,
exhaustivas y veraces, arrojen luz en este asunto, y eventualmente recomendarán
los protocolos de prevención que sean pertinentes; mientras tanto, la prudencia
es más que recomendable.
En la epidemia no ha faltado el manejo
político y las llamadas “fake news”, pero también ha estado presente la
responsabilidad social que se manifiesta mediante el manejo cuidadoso de la
información tanto en medios tradicionales como redes sociales, y eso
precisamente puede hacer la diferencia en el ánimo y la conducta de los
ciudadanos frente al actual problema.
Si no hay sensibilidad y empatía informativa
corremos el riesgo de creer que por el simple hecho de respirar o ir al baño fatalmente
nos vamos a sacar la rifa del virus, y que sin importar lo que hagamos el
contagio estará presente. Lo mejor es conservar la calma, informarse bien y tomar
las precauciones del caso.
Hagamos lo posible por no caer en el
alarmismo, o la náusea provocada por los chacoteos de la autoridad tanto por
videoconferencia como a bordo de un carro recolector de basura, como lo han
visto los hermosillenses (Expreso, 07/07/20). Que haya salud y paciencia.
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