“Todo está perdido cuando los malos sirven de
ejemplo y los buenos de mofa” (Demócrates).
Las redes sociales permiten en segundos
la comunicación y transmisión de noticias, ideas, preguntas y respuestas de una
cantidad inimaginable hasta hace muy pocos años; las nuevas formas de
comunicación también alientan la creatividad, que puede ser canalizada hacia el
lado oscuro de la vida o hacia escenarios positivos para la sana convivencia de
todos.
Así pues, nos encontramos con gente que
comparte logros humanos, anécdotas curiosas, noticias raras, experiencias
interesantes y buenas muestras de humorismo de ocasión. También tenemos que se
comparten vídeos y notas que revelan una mentalidad enferma, morbosa, sádica y
antisocial o simplemente primitiva.
La gama de asuntos que se comparten en
las redes va del comentario tonto y desubicado, la alusión banal que pretende
ser graciosa, el chisme sin consecuencia, la revelación insidiosa y
destructiva, el desahogo místico con ribetes de apostolado cargado de
cursilería; a la fijación morbosa por el sexo, la violencia física, la
manipulación emocional, la desinformación política, económica y social.
Frente a estas manifestaciones aptas
para el trabajo psiquiátrico tenemos, por el contrario, información científica
y cultural, notas, vídeos, comentarios que nos hablan de los logros personales
y sociales que sirven de ejemplo y apoyan la idea de que otro mundo es posible.
Las redes son tierra de contrastes donde
el afán de compartir tiene, como se ha visto, una inmensa gama de posibilidades
para influir tanto positiva como negativamente en el mirón eventual, en el
usuario común o en el adicto a los medios electrónicos.
Nuestra sociedad parece ser una gran
plaza pública donde los medios son el escenario de toda clase de protagonismos
que, en algunos casos, pueden considerarse evidencias de descomposición social.
Frente a la fuerza de trabajo que hace posible la riqueza social se levantan los
delitos del orden común y federal, pero eso no nos dice gran cosa y es
necesario documentarlo en forma visual: “necesitamos” el video donde el asunto sea
la violación, el asalto, el asesinato que debe ser sanguinolento, la pelea de
chicas secundarianas, la golpiza de un joven de bachillerato, la crueldad
animal, la indefensión del indigente con cara sangrante, al menos sucia, entre
otros desencadenantes de placer en una emotividad morbosa y perversa.
Se puede decir que el contenido de las
redes sociales debe ser libre y es correcto. Que debe permanecer la red mundial
fuera del alcance de la censura y el control ideológico del gobierno y estamos
de acuerdo. El Internet debe permanecer libre, porque es la alternativa al
control del poder económico y político sobre la sociedad; porque nos permite
estar informados o desinformados al instante, porque las batallas informativas
y sociales en general se libran hoy en el ciberespacio. Sin embargo, la
libertad sin control fácilmente se convierte en libertinaje.
¿Cómo controlar dentro de ciertos
límites lo que es y debe ser libre? Pues a través de la educación y el ejemplo,
que empieza en el seno familiar, sigue en la escuela y termina en la calle y
los espacios de trabajo e intercambio de ideas y productos. El hilo conductor
de nuestra sociabilidad debiera ser la formación ética y los principios y
valores que socialmente sean defendibles y ejemplares, desde el punto de vista
de nuestra identidad nacional, históricamente considerada. Para hablar claro:
no somos ni gringos ni europeos, somos mexicanos y debemos reconocernos como
tales.
Hay valores y tradiciones importantes
distintas a las de los extranjeros anglosajones: el apego y respeto por la
familia, la solidaridad entre amigos y vecinos, el respeto a la vida propia y
ajena, el amor a la naturaleza y al patrimonio histórico colectivo de carácter
cultural, entre otros. Sin embargo, estos valores se encuentran en dura batalla
contra la agresión e influencia en los jóvenes por parte de los vecinos del
norte: la televisión y el cine se encuentran saturados de muestras culturales
donde destaca la violencia, el sexo y las drogas.
Usted dirá que nada de lo humano nos debe resultar ajeno y es correcto, sólo que la repetición de actos de violencia y de antivalores terminan persuadiendo de su “normalidad” sobre todo a los más jóvenes. Nuestra industria cinematográfica está subordinada a los temas y tratamientos escénicos de los gringos y la producción en televisión da pena ajena. México es y debe ser un país abierto al exterior, pero respetuoso de su identidad y cultura.
Los jóvenes estudiantes del nivel básico
han sido protagonistas de peleas, agresiones estúpidas, imitaciones
gangsteriles y otras muestras deplorables de hasta dónde puede llegar la
imitación de patrones conductuales que vemos en la tele o en el cine. La
respuesta debe ser educativa, y las familias tendrán que repensar su dinámica y
conceder tiempo a sus hijos, independientemente de que la economía de mercado
requiere de la presencia del padre y la madre en los procesos productivos. Lo
cierto es que los hijos no se educan como futuros ciudadanos decentes y
socialmente útiles frente a un monitor o pantalla de computadora o teléfono
inteligente. Recuerde que, cuando no hay un criterio formado, de ver dan ganas.
La reciente golpiza videograbada a un
estudiante de Conalep dio a los agresores un breve tiempo en pantalla, pero
reveló el lado oscuro de la tecnología comunicativa cuando está al servicio de
la estupidez. Tiempo de reflexionar y actuar.
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