“El capitalismo es el genocida más
respetado del mundo”
(Ernesto “Che” Guevara).
Han sido semanas agitadas en Hermosillo
y, pudiera decirse que Sonora es un estado donde la hemoglobina fluye por
calles, casas particulares y centros comerciales, a juzgar por la alta
incidencia de crímenes donde una, dos o más personas resultan ultimadas en
cuestión de horas. De aquél “Hermosillo, pueblito sencillo” a la ciudad extensa
y conflictiva que es actualmente hay mucha diferencia.
Hace menos de cinco décadas las familias
podían descansar del calor durmiendo con las puertas de sus casas abiertas y,
en algunos barrios, era costumbre tender catres en la banqueta con la confianza
de un sueño tranquilo. Supongo que el lector joven verá con sospecha la
anterior afirmación, pero en otros tiempos los vecinos se veían si no como
familia sí como amigos o conocidos en los cuales se podía depositar la
confianza: el patrimonio y la familia estaban seguros porque contaban con el
apoyo vecinal. Un encuentro nocturno entre extraños sólo tenía la consecuencia
de un saludo: “buenas noches”.
Al policía no se le veía como un enemigo
potencial sino como alguien a quien se trataba con familiaridad y que podría en
un momento dado servir de paño de lágrimas y apoyo a las víctimas de alguna
eventual ratería. Los asesinatos y los robos violentos, así como los secuestros
y levantones sólo se daban en muy raras ocasiones y, por lo general, respondían
a una situación del centro del país o a la trama de alguna serie televisiva
gringa.
Estando así las cosas, el abuso y la
violencia como elementos de la cotidianeidad ciudadana era tema de novelas
policiacas o de espectáculos cinematográficos, propios de pueblos tan
civilizados y respetuosos de la ley como son los gringos. Nuestra historia y vida diaria era otra.
Desde luego que no nos vamos a encaramar
en la ola de que “todo tiempo pasado fue mejor”, pero no cabe duda de que las
aguas que corren en la actualidad son no sólo agitadas sino altamente
contaminadas por obra y gracia de una pésima visión de lo que es el progreso.
Se hicieron bolas en el engrudo económico local debido a que se careció de una
visión integral de las cosas, de no tener claro que México es un país con historia
e intereses geopolíticos distintos a los de nuestros vecinos del norte y, sobre
todo, de desdeñar un enfoque nacionalista en el quehacer público y empresarial.
Estamos ante el curioso caso de una
iniciativa privada carente de iniciativa, que busca ahorrarse sueldos e
impuestos a la par que exige al gobierno más prerrogativas. Cabe recordar que
hemos tenido en el país dos rescates bancarios de los que se arrastra una deuda
que sigue siendo enorme. Se convirtió en pública la deuda privada, además de
que, en los últimos sexenios, se premia al parasitismo empresarial con el
perverso sistema de consolidación de pasivos y la condonación de impuestos
milmillonarios.
Asimismo, se instauró al final de los
años noventa el sistema de cuentas individuales en materia de pensiones y
jubilaciones, dando al traste la política social del país a imitación de otros,
como Chile, bajo la influencia del Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional, mismos que ahora sugieren que se aumenten las cuotas y la edad
de retiro de los trabajadores para acceder a los beneficios de una pensión.
A pesar de que el trabajador mexicano
tiene jornadas de trabajo más extensas que sus homólogos internacionales,
recibe un ingreso mucho menor que el promedio. A partir de los años 90 las
expectativas de recibir una pensión digna disminuyeron dramáticamente, a la par
que la expectativa de ganancia de las empresas administradores de fondos para
el retiro (Afores) aumentó significativamente. Las trasnacionales financieras y
algunas empresas nacionales hacen su gran negocio gracias al ahorro de los
trabajadores mientras dejan los riesgos y las “minusvalías” al ahorrador que,
si le va bien, alcanzará una pensión de cerca del 30 por ciento de su sueldo,
de ahí que ahora las Afores recomienden que el trabajador ahorre más.
Como complemento de este esquema de
desprotección al ciudadano trabajador, se sufre de precariedad en el sector
salud. No hay medicamentos ni equipos ni materiales de curación suficientes,
las instalaciones terminan siendo obsoletas y el mantenimiento brilla por su
ausencia, pero se subrogan los servicios de limpieza, cocina, ambulancias,
diálisis, hemodiálisis, laboratorio, farmacia y atención de tercer nivel. El
absurdo mayor es tener que pagar un Seguro de Gastos Médicos Mayores a una
empresa privada, a pesar de tener pagadas las cuotas correspondientes en las
instituciones públicas a las que está adscrito el trabajador.
Visto en perspectiva, el modelo
privatizador conocido como “neoliberal” instaurado a partir de los años ochenta
nos ha convertido en un país de pobres con una minoría opulenta y parasitaria,
altamente dependiente del extranjero y, en consecuencia, permeables a la
influencia de intereses políticos que obedecen a la lógica expansionista de las
empresas trasnacionales, particularmente gringas. La dependencia económica
fácilmente se transforma en política.
En consecuencia, ¿qué importan los
trabajadores y sus familias cuando la prioridad es favorecer la inversión
extranjera directa, aún a costa de los recursos naturales, la salud ambiental y
la tranquilidad social?
El modelo privatizador es opuesto a lo
social, que supone una mejor y más justa distribución y redistribución del
ingreso, así como generar y mantener las condiciones que hagan posible la
inclusión social. En este contexto, ¿nos debe extrañar la violencia e
inseguridad en nuestras ciudades, en el seno de nuestras familias, y el cambio
de mentalidad de los jóvenes?
El sistema económico y sus consecuencias
políticas y sociales han convertido al país en un campo de batalla donde, ante
el individualismo y la exclusión social se busca la satisfacción inmediatista
de las necesidades a como dé lugar. Nuestra sociedad se agrede a sí misma y,
por consecuencia, la legalidad estorba, como estorban los valores morales y
éticos y como estorba la familia.
No está de más seguir insistiendo en que
la diferencia está en una importante decisión colectiva: rescatar a la ciudad,
el estado y el país mediante un ejercicio cotidiano de respeto, honestidad y
trabajo, lo cual supone ejercer una constante vigilancia y exigencia sobre
quienes tienen responsabilidades públicas: nada ni nadie por encima de la ley,
ningún negocio privado a la sombra del poder público.
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