lunes, 15 de enero de 2024

LAS BUENAS RAZONES

 “La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa” (Erasmo de Rotterdam).

 

Resulta que Mr. Biden, que actualmente representa el papel de presidente de los Estados Unidos de América (lo que esto quiera significar), cometió lo que algunos de sus críticos señalan como una grave violación a su constitución, dado que ordenó un ataque contra los hutíes de Yemen sin avisar antes al Congreso, por “proteger a los ciudadanos estadounidenses y defender la seguridad nacional” de su país.

Si nos ponemos a pensar en la razón esgrimida por Mr. Biden, tendremos que considerar que la distancia entre su país y Yemen es de 13,058 kilómetros y un océano de por medio, que por aire son 20 horas con 28 minutos, lo cual hace que suene a vacilada hablar de la “seguridad nacional” y la “protección de ciudadanos estadounidenses”.

Sin embargo, cabe recordar que los intereses geoestratégicos del país del norte transgreden cualquier noción de frontera, soberanía y derecho internacional, de ahí la reiterada extraterritorialidad de sus leyes y decisiones ejecutivas como, por ejemplo, las sanciones contra Rusia y el mantenimiento del bloqueo a Cuba y la condena, o amenaza si se prefiere, de represalias para quienes las ignoren, cuestión que, entre otras cosas, explica la complicidad y actitud lacayuna de Europa y Japón, por citar algunos.

Así pues, el país que habla como guardián (y propietario) de la democracia, las libertades, la paz y el respeto al derecho internacional, resulta ser el primero en pasar por encima de cualquier precepto internacional con tal de lograr sus aspiraciones de dominio global, apuntalado por la OTAN y la serie de bases y comandos militares en los que ha parcelado el mundo.

Para ellos la mejor política es la que les permite del control de los recursos ajenos, y el mejor gobierno extranjero es el que les permite apoderarse de ellos. Así pues, el nacionalismo, la soberanía y el marco legal de las otras naciones son obstáculos que deben ser eliminados mediante lo que entienden por política exterior y diplomacia.

En este marco, sus agencias de inteligencia deben cumplir con las labores de información, pero sobre todo desplegar un enérgico trabajo de infiltración, cooptación y corrupción de agentes gubernamentales y privados extranjeros, cuya influencia se encuentre en el terreno político, religioso, económico, cultural y académico.

Sus famosas misiones “de paz” en Oriente, Latinoamérica y África, sirven de fachada a obras menos filantrópicas y más a tono con el aprovechamiento de lo ajeno. Tras cualquier misión científica está la exploración, prospección y valuación de los recursos arqueológicos, minerales o biológicos existentes, para bien de la industria, el comercio o la política expansionista del Imperio.

En este orden de ideas, la oferta de préstamos, de cooperación para la salud, el desarrollo tecnológico, científico o el intercambio académico y cultural nunca será lo que parece, siempre tendrá por objetivo medir capacidades y posibilidades de penetración, de influencia, de manipulación y control de personas y eventos sociales que inciden en lo político, así como capitalizar necesidades, carencias e inconformidades y promover a puestos públicos y políticos relevantes a sus empleados y cómplices nativos.

La política exterior de los vecinos del norte ha significado una verdadera calamidad para el mundo, y es operada por la más eficiente maquinaria de corrupción y coacción a nivel global, prostituyendo la democracia, las libertades, la dignidad humana y el respeto entre las naciones.

Las razones de Mr. Biden son las de un depredador que se siente con la autoridad de pisotear el derecho de los demás por ser un “elegido” que lidera (al menos nominalmente) y cumple con las tareas del “destino manifiesto”, con los supuestos de la doctrina Monroe elevados a escala transcontinental e intemporal.

El mesianismo agónico de EEUU encarnado en su clase dirigente, cumple con los estándares de una nación pirata, genocida y verdaderamente tóxica para la paz mundial hoy víctima de los comerciantes de muerte, la corrupción política y la amenaza militar. En los hechos, el discurso de las libertades y la democracia suena cada vez más hueco, más revelador de su trasfondo opresivo, inhumano, hipócrita y perverso.

No puede considerarse un amigo y socio quien lucra con la muerte, la desestabilización de los gobiernos, la transculturación que destruye identidades, o la uniformidad forzada de usos, costumbres, tradiciones que propicia el desprecio a lo propio.

No puede hablarse de que un pueblo promueve la paz y el respeto al derecho internacional si lo viola continuamente, si manipula al mundo con “reglas” impuestas unilateralmente, sin considerar los diferentes intereses, las asimetrías nacionales y regionales, las expectativas de progresivo y bienestar del norte y el sur global.

Los hechos indican que una economía de guerra, como la de Estados Unidos, sólo puede ser viable provocando conflictos, muerte y destrucción, lo que demuestra que tanto el modelo económico como su expresión política e ideológica, que muchos países aún se empeñan en replicar, ha fracasado.  

La locura mesiánica de Biden y del resto de los ocupantes de la Casa Blanca revela una tendencia genocida que la historia reciente documenta con suficiencia. Ya va siendo hora de que el país más agresivo del mundo sea gobernado por alguien que no sea un psicópata con poder, y que las demás naciones decidan por ellas mismas su destino.


 

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