jueves, 25 de enero de 2024

HERMOSILLO Y LA LLUVIA

 “Vida ciudadana: millones de seres viviendo juntos en soledad” (Henry David Thoreau).

 

El pasado martes 23 la ciudad capital de Sonora nadó cual tortuga reumática en busca de la alcantarilla perdida, de la obra de drenaje urbano que hiciera posible dar normalidad a las actividades citadinas. Aquí pongo el acento en el tránsito vehicular y peatonal y, desde luego al comercio y la educación.

La ciudad ya es lo bastante agrande como para que se puedan distinguir diversas zonas de impacto: en algunas partes llovió a cántaros y granizó mientras que en otras sólo se tuvieron lluvias de variable intensidad que no afectaron mucho a los viandantes, independientemente de los sustos por baches ocultos por el agua y las rociadas de algún imbécil motorizado con ánimo de joder.

Llegué al restaurante de la cadena comercial que presume ser parte de mi vida a fin de cumplir con una cita. Mientras esperaba, el alto volumen del sonido servía de telón de fondo a un vivo parloteo de una de las escasas mesas ocupadas porque, como se sabe, cuanto más se oye el sonido ambiental más se levanta la voz.

No se si como consecuencia o como complemento, uno de los meseros hablaba a gritos a unos comensales a pocos metros de distancia, y otra persona, aparentemente habitual del negocio, se complacía escuchando algo en su teléfono celular, a manos libres, cuya inteligencia aportaba lo suyo al desmadre ambiente.

Saludé a un abogado excompañero de trabajo y supe, sin mediar ni pregunta ni propuesta, de su pejefobia, de su reciente plática “con Manlio”, de que había cobrado, junto con otros miembros de su familia, la pensión del Bienestar, pero que eso “no se lo deben a AMLO, porque es un derecho constitucional”.

Por simpatía personal evité preguntarle al abogado de quién había sido la iniciativa de elevar a rango constitucional los apoyos a los adultos mayores, entre otros beneficiarios de la política social del régimen.   

Cumplida mi travesía social abandoné el local en medio de una llovizna que prometía humedecer mi vestimenta lo suficiente como para abrir un flanco de vulnerabilidad aprovechable por los virus de moda. Es claro que los citados patógenos andan por otros rumbos más promisorios, como las páginas de los diarios, los bloques informativos en la tele y similares, pasando por las entrevistas en diversos medios informativos que llaman la atención sobre la variante Pirola, X, y no falta qué otra terrible amenaza.

El tránsito del café a la Universidad de Sonora fue una especie de carrera de obstáculos, entre charcos, baches y carros convertidos en regaderas motorizadas. En este punto, resulta obligado alabar la previsión de quienes proyectaron el puente elevado que conecta el viejo Hospital General con la máxima casa de estudios.

Sin embargo, en caso de lluvia la comunidad universitaria se ve aislada del resto urbano, dado que las aguas inundan las calles internas y los peatones académicos y estudiantiles no sólo pierden tiempo en el traslado, sino que mojan calcetines y zapatos en aras de transitar en la laguna donde forjan su futuro profesional.

En el Campus, el tema de moda entre los académicos es el de la nueva tarifa del seguro de gastos médicos mayores (SGMM), recientemente discutida y sometida a consulta por el sindicato, así que habrá una tarifa diferenciada donde a mayor edad mayor costo.

El detalle está en que los mayores están (o estarán) jubilados y dependen de la pensión asignada por ISSSTESON. En pocas palabras, se abandonó el esquema solidario de tarifa única que apoyaba a los más viejos, con el ánimo de evitar que los jóvenes abandonen la suscripción al seguro. Para efectos prácticos, se procura que la empresa aseguradora siga manteniendo sus utilidades y no deje de prestar el servicio.

Algunos alegan que la contratación del SGMM, ante las deficiencias del ISSSTESON, es “un logro sindical”, como si la organización democrática y progresista de los trabajadores universitarios, ante la disyuntiva de favorecer la privatización neoliberal de la salud o luchar por una mejor salud pública, hubiera decidido pragmáticamente favorecer la primera opción y echarse en brazos de la empresa privada.  

El asunto plantea un problema de conciencia sindical que, ante los cambios en el espectro político nacional e internacional, debería, por congruencia, someterse a un honesto ejercicio de autocrítica y actuar en consecuencia.       

Finalmente salí de mi Alma Mater y caminé hacia el cumplimiento de otro compromiso, no sin antes pensar en que, a pesar de los años y las temporadas de lluvia acumuladas, no somos capaces de dar a la ciudad un sistema de drenaje que sea funcional a las necesidades de imagen y el futuro de que presumen estas y las anteriores autoridades municipales.

Así pues, entre cafeterías con aire de tugurio, de abogados opositores que no saben el origen de ciertas disposiciones constitucionales, de charcos, baches y aislamientos acuáticos, en una ciudad sin drenaje pluvial y un sindicalismo que presume de sus claudicaciones, pienso en Gaza y su holocausto en manos de Israel, Estados Unidos y la Unión Europea, en Ucrania y el fracaso del Occidente colectivo, en la necesidad de un mundo multipolar que respete el derecho internacional y concilie las diferencias. Pero así estamos.

  

              

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