“La soberanía nacional significa, primero, el derecho que tiene un país a que nadie se inmiscuya en su vida” (Che Guevara).
El presidente López Obrador solicita al senado de la república autorización para que un grupo de soldados armados de Estados Unidos ingrese a territorio nacional para entrenar a las fuerzas armadas, lo que supone un par de meses de estadía (El Reportero, 28/11/2023).
Considerando que el país no es un traspatio y que nos tomamos muy en serio eso de la soberanía nacional, suena un tanto invasivo que una porción del ejército que ha cobrado fama en realizar operaciones militares a nombre de “la democracia” apoyando golpes de estado en beneficio de sus empresas transnacionales, y que tiene sitiado al mundo mediante cerca de 800 bases, su presencia huele a imperialismo, se quiera admitir o no.
A los chicos del tío Sam les ilusiona mucho poner su bota en el cuello de cualquier república bananera, hoy llamadas economías emergentes, que niegan afanosamente su carácter de colonias de explotación primario-exportadora y receptoras netas de la inversión extranjera y la tecnología necesaria para que sus empresas prosperen, derramando de paso algunas migajas de empleo e ingreso al país parasitado.
En realidad, el “diálogo” entre las fuerzas armadas propias y vecinas se fortaleció en una especie de “llegó para quedarse” en forma de cooperación para el combate al crimen organizado en los tiempos de la docena trágica Fox-Calderón, donde el narcotráfico arreció con ímpetus huracanados gracias a los buenos oficios de la DEA y la participación militar como brazo protector de sus operaciones.
El colmo fue el llamado TLC Plus, donde la seguridad de “América” dependía del grado de subordinación del interés nacional al del siempre presente vecino del norte. Aún en la actualidad, nos siguen afectando los vientos putrefactos de la Iniciativa Mérida, llamada así para maquillar la versión mexicana del Plan Colombia, evidente secuestro de la soberanía colombiana inmolada en el altar de los intereses gringos y parasitada con ocho bases militares que sólo demuestran cuán mortífero es abrir la puerta de la seguridad nacional al hegemón del norte.
La sola existencia del Comando Norte da cuenta de la viciosa pretensión de dominación colonial de los vecinos, y del derecho de disponer de los bienes terrenales y culturales de los pueblos. En este sentido, la presencia y participación de México en “maniobras conjuntas” es una mentada de madre en mera cara de la memoria histórica de nuestro país y de Latinoamérica en su conjunto.
Me parece que la independencia nacional no se defiende ni se refrenda cediendo a la pretensión imperial, sino fijando los límites necesarios con base en nuestras leyes y los intereses superiores del pueblo mexicano.
En otro asunto, los proyectos en marcha referidos al impulso de la transición energética que figuran en el núcleo del Plan Sonora merecen una especial atención, tanto como los relativos a la modernización de la infraestructura portuaria y de comunicaciones para llevar mercancías y el “suministro de energía limpia al vecino país” (El Imparcial, 30/11/2023).
En este último caso, las protestas de los habitantes de Ímuris no deben ser ignoradas porque, de acuerdo con la ley, el ferrocarril del norte debe ser trazado y construido de acuerdo a las normas ambiéntales vigentes y no en función de los intereses de las transnacionales y del apuro de avanzar en la integración económica con el norte, disfrazada de cooperación en el combate al calentamiento global.
El gobernador Durazo ha insistido en que no serán afectadas las áreas sensibles, aunque una vez que se tala un árbol o contamina un río la remediación no pasa de ser un buen deseo, como ha quedado suficientemente demostrado en el caso del aún impune derrame tóxico de la minera de Larrea. En este supuesto, los lugareños pudieran estar justamente preocupados por la salud del río Cocóspera.
No está en duda que el gobierno de López Obrador tiene un carácter nacionalista, pero también lo es que, tras los gobiernos del Prian, el país quedó reducido a un apéndice de los intereses transnacionales, a un peón más en la locura gringa militarista que ha cubierto de sangre el suelo mexicano y latinoamericano, de la que fue partícipe entusiasta Vicente Fox con sus acuerdos con George W. Bush, así como Felipe Calderón con su guerra contra el narcotráfico.
La bronca está en seguir actuando en la inercia entreguista de los anteriores gobiernos en materia de soberanía, del dominio de la nación sobre sus recursos naturales, en la cesión de espacios estratégicos en materia de energía, de comercio, de desarrollo tecnológico, entre otros, honrando la doctrina Monroe, según la cual Estados Unidos tiene derecho a intervenir en forma armada, diplomática y política en los países de Latinoamérica y el Caribe.
La larga noche neoliberal no acaba de terminar y, aunque se perciben algunos avances significativos de carácter soberanista en el contexto internacional, en nuestro caso su consolidación corresponde, por mandato del pueblo, al proyecto de la Regeneración Nacional.
Queda un largo camino por recorrer, muchas cosas que enmendar y revisar, traiciones que denunciar y problemas que resolver, pero este asunto ya no sólo corresponde al gobierno, sino al pueblo que manda y decide el rumbo nacional, libre de intervencionismos o de colaboraciones forzadas por acuerdos espurios. La esperanza muere a lo último.
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