“El comercio con todas las naciones, y la alianza con ninguna, debiera ser nuestro lema” (Thomas Jefferson).
Durante la cumbre de los tres presidentes de Norteamérica, se plantearon algunas buenas intenciones que lo son de acuerdo al punto de vista de quien las expone. Cada uno con sus compromisos y cada cual con sus restricciones.
Sobresale la petición (o exigencia) del presidente Biden acerca del fentanilo, porque mata 100,000 estadounidenses al año y, como era de esperarse, la bronca es de quien lo produce y pone a disposición de la clientela allende el Río Bravo.
El feo cáncer del narcotráfico asoma sus garras de bestia peluda y amenaza a las pobres e inocentes clientelas que pululan en las calles de Tucson, Los Ángeles, Chicago, Nueva York o el mismísimo Washington y, desde luego, preocupa al mandatario del país del norte.
La primera potencia del continente padece de angustia existencial, de amnesia selectiva y de dolores y retortijones comerciales que espera resolver mediante el concurso de sus socios y vecinos, sobre todo el del sur que alberga feos y patibularios mercaderes de muerte y autopistas para el tráfico de estupefacientes que violan la inocencia de los consumidores “americanos”.
Ya ve usted, una cosa es traficar con drogas en beneficio de las “causas libertarias” de los pueblos (¿recuerda el asunto Irán-Contras?), y otra muy distinta es que los traficantes se quieran mandar solos y tengan por su cuenta redes multimillonarias “fuera del control” de la DEA (u otra agencia distribuidora) con el sello oficial del combate al tráfico de drogas, armas u otros negocios similares que afectan, desde luego, su “seguridad nacional”.
De cualquier forma, la existencia de drogas y de traficantes proporciona la razón de vivir del adicto y de quienes oficialmente combaten el delito. El asunto sirve para justificar discursos, campañas, presupuesto y sanciones y acciones punitivas en otros países formalmente soberanos, pero penetrados hasta el tuétano por intereses extranjeros.
En otra materia, resulta curioso y revelador de una especial patología el hecho de que Joe Biden responda a la propuesta del presidente López Obrador, relativa al “abandono” de Latinoamérica, señalando que su país tiene intereses y derrama financiamiento en todo el mundo, lamentando no poder centrarse en una sola región.
Lo cierto es que debemos agradecer la “distracción” de EEUU, que mantiene buenas relaciones planetarias a través de sus casi 800 bases militares de las cuales 76 “favorecen” a nuestra Latinoamérica, y aún así, vea cómo nos va con las trapacerías de embajadores intrusivos.
Otra exigencia de Mr. Biden fue la de una migración ordenada, para lo cual dispuso el envío de 30 mil personas sin papeles a México (como tercer país seguro, pero sin serlo), donde pueden esperar la anuencia de la agencia correspondiente gentes de Haití, Cuba y Venezuela. Sin duda, el traspatio entre más humanitario mejor para el vecino.
Llama la atención la propuesta mexicana de implementar la “unidad de Norteamérica” mediante un modelo de sustitución de importaciones, en este caso chinas, a tono con la política de “libre comercio” que sostiene Washington.
Aquí surge la pregunta de si el país es capaz de implementar una política propia de fomento a la industria y la agricultura nacionales, sustituyendo las importaciones de semillas transgénicas y agroquímicos tóxicos, y fortaleciendo las cadenas productivas en beneficio de la población nacional, antes que servir de clientela a las empresas extranjeras, sobre todo gringas.
¿Usted cree que se puede armar un sistema de sustitución de importaciones sin tener la capacidad de producir, distribuir y comercializar excedentes? ¿Por qué razón México tendría que sacrificar sus expectativas de crecimiento industrial, agrícola y sus relaciones políticas y comerciales con el mundo y plegarse a cumplimentar la guerra que tiene el vecino del Norte contra China?
Claro que el cinismo acomodaticio y pragmático sugiere que mejor estar bien con Mr. Biden (o Trudeau) que jugar al independiente, pero la dignidad y congruencia con los principios de la Cuarta Transformación deben ir por delante, oponiéndose a la colonización y defendiendo el espacio político y económico nacional.
Un modelo de sustitución de importaciones debe responder a las necesidades de un país y no de un bloque de países cuyos intereses y vocaciones productivas son distintos y contrapuestos. Aquí vale recordar que la política es la expresión concentrada de la economía.
En este tenor, ¿qué tan congruente resulta pretender la integración de Norteamérica (y quizá el resto del continente) considerando la realidad desigual de nuestras economías y objetivos políticos? ¿Para qué quemar incienso en el altar del Tío Sam y no en el de la independencia y la libertad de los pueblos de América Latina en sus relaciones con el resto del mundo?
Si hablamos de sueños, utopías y fantasías, mejor pensemos en la integración de Latinoamérica y el Caribe, dónde las reglas del comercio internacional pongan por delante el bienestar de los pueblos de la región, sin hegemonías tóxicas e invasivas, sin bases militares amenazantes, sin la diplomacia de la zanahoria y el garrote.
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