“Sólo tengo miedo de tu miedo” (William Shakespeare).
Usted seguramente recordará la expectación mundial sobre el desenlace de la Guerra del Golfo, la invasión de Afganistán, la de Irak, la de Siria y un largo etcétera que los medios de información (sic) se han servido documentar para la memoria y vemos que en todos los conflictos del siglo XX y el presente, destaca la presencia de nuestros vecinos del norte.
Si una mosca suelta una flatulencia a 10 mil kilómetros de las fronteras gringas tenemos una amenaza para su “seguridad nacional”, asunto que no deja de asombrar para quien conozca algo de geografía.
Si una nación del este europeo tiene broncas con algún vecino, de repente sale la cabeza militar de los sobrinos del Tío Sam a meter la cuchara en la sopa transatlántica, y el mundo entero está, además, pringado de bases militares con la bandera de las barras y las estrellas ondeando con total desparpajo.
¿Usted se puede imaginar cuánto dinero se gasta en juegos de guerra, mantenimiento de bases militares y una industria al servicio de las mejores formas de matar gente y destruir activos productivos?
Algunos países pueden dar fe de los daños que sufren décadas después de una invasión “humanitaria” de nuestros güeros vecinos, de las minas terrestres enterradas para que alguien las pise y quede para vender cachitos de lotería, si bien le va.
Otros quedan sin infraestructura, sin alimentos y sujetos a la depredación en nombre del libre comercio y la democracia, con un reguero de sangre que alimenta radicalismos y exclusiones de efectos duraderos.
Más allá de la evidencia de que el gran capital se alimenta de pólvora y materiales radioactivos, además de drogas y substancias químicas, tenemos la enorme masa de recursos económicos y políticos que se despliegan en aras de alguna supremacía y un nuevo frente de dominación imperialista, de suerte que la intervención militar y la permanencia de tropas y “asesores” se complementa con inversionistas deseosos de “ayudar” al sufrido pueblo liberado, revelando la verdadera naturaleza de la intervención.
Se puede decir que no hay intervención militar sin política y que no hay política sin economía: Si A es igual a B y B es igual a C, entonces A es igual a C.
Los gringos se han convertido en los permanentes vigilantes de la paz y la estabilidad en un mundo en el que no ha habido paz desde hace mucho tiempo, así que se puede sospechar que gracias a sus intereses e intervención la región y el mundo están hechos un desastre.
La última intervención mediática, política y económica de EUA, secundado por sus marionetas europeas, ha sido la ucraniana. Durante un tiempo se dedicaron a calentar el ambiente anunciando una” inminente invasión” rusa contra Ucrania, y hasta fijaron una fecha, el 16 de febrero, a la una de la mañana.
Previamente se había surtido de armamento a la nación ucraniana por parte de EUA y socios. La prensa occidental esperaba ver chorros de sangre, explosiones y destripaderos fotogénicos pero… resulta que los pronósticos y las previsiones serias y científicas de los analistas gringos se quedaron con sus escenarios de computadora mientras que la realidad era otra: no había tal invasión.
Ahora los analistas estadounidenses declaran que no se equivocaron en sus predicciones, solo que aún no se cumplen y habrá que esperar nuevas fechas, porque a veces la realidad se equivoca. Parece ser que el mundo se mueve gracias al dinero y al miedo. La historia confirma que el dinero ha servido para corromper a los políticos y sus clientelas, mientras que el miedo ha hecho el trabajo de quebrar la voluntad de gobiernos y pueblos enteros.
Es claro que la imposición de una idea, plan o proyecto requiere de estímulos que dobleguen la voluntad y el pensamiento críticos de la gente, que la conviertan en una masa aborregada que acate instrucciones sin reparo, y el miedo debidamente instalado en la mente de los hace el milagro de nulificar la razón en favor de la emoción.
Miedo al estallido de una bomba, o de la presencia de una bacteria o virus que se propague en forma de pandemia; miedo de perder derechos e identidad, miedo a la pobreza y la marginación, miedo a las amenazas de la delincuencia y sus consecuencias físicas y morales; y dinero para comprar voluntades y juicios sean “científicos” o políticos al servicio del negocio de la guerra, del control de recursos naturales, de las ganancias de los laboratorios y distribuidores ligados a la industria farmacéutica, por ejemplo.
Parece evidente que no hay guerra sin miedo ni miedo sin daño emocional, de suerte que habría que analizar sin prisas pero con consistencia lógica los acontecimientos de los años recientes, en los que se pone de relieve un cambio o una serie de movimientos contrarios a los cambios en favor del interés nacional y a las expectativas de paz, progreso y bienestar, no sólo de México.
Lo anterior viene al caso por aquello de que en la campaña mediática contra el gobierno de AMLO, también están presentes argumentos emanados de la fraseología de la guerra fría y la amenaza comunista, referidos al ataque contra las libertades, la defensa del derecho a la libertad de expresión, adobados con otros que van de la ecología y el feminismo a la moral y las bondades del viejo régimen prianista que tanta confianza inspiraba a las transnacionales, a los riquillos sebosos nacionales y los espantajos de las clases conservadoras que aún extrañan a Don Porfirio. Pero, como quiera que se vea, los gringos entre más lejos mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario