domingo, 23 de enero de 2022

¿Todo es cuestión de fe?

 

“No valoramos la salud hasta que llega la enfermedad” (Thomas Fuller).

 

No es lo mismo pensar que creer y, según se ve, la sociedad ha decidido creer antes que pensar, dejarse guiar antes que tomar el control de su destino, ser parte de un rebaño antes que un conjunto de individuos conscientes de sus acciones y unidos por un propósito común.

La epidemia ha estrechado los límites de las actividades sociales en más de un aspecto, empezando por el laboral y siguiendo con lo personal. Las empresas imponen nuevas pautas de comportamiento y las familias también, teniendo como común denominador el distanciamiento, los compartimientos y la virtualidad en las interacciones.

En este contexto, ¿para qué queremos reunirnos en un determinado lugar si tenemos salas de chat, videoconferencias y teletrabajo? ¿Hay necesidad de interactuar con otros seres humanos sospechosos reales o potenciales de estar infectados por la bestia microscópica que atosiga al mundo?

Tenemos miedo y en conjunto somos una sociedad miedosa, amiga de pretextos y simulaciones y buscamos soluciones facilonas, sin mucho esfuerzo. Por ejemplo, es más fácil culpar a López-Gatell que reducir el consumo de grasas, excesos de sal y azúcares, hacer ejercicio y controlar lo que comemos y bebemos.

A nadie le importa el deterioro del ambiente producto de la sobreexplotación de la tierra y el agua, la contaminación diaria que producen nuestras actividades tanto productivas como improductivas, y nos vale gorro la higiene personal y ambiental, como si no estuvieran estrechamente ligadas a la salud.

Desparramamos basura de diversa procedencia y nos atenemos a que los del ayuntamiento se arreglen como puedan, que por eso pagamos impuestos; gastamos energía eléctrica por la comodidad de dejar la luz prendida por aquello de llegar a entrar de nuevo en la habitación, o el ventilador, o el mini Split, de la misma forma en que dejamos correr el agua porque vamos a lavar o bañarnos en cualquier momento.

Sabemos que cuando hay condiciones favorables en el ambiente surgen tanto virus como bacterias potencialmente riesgosas para el organismo humano, pero seguimos con la rutina de las reuniones, juntadas, jolgorios, chupe del fin de semana, sin perder el ritmo. Nos reunimos para celebrar que celebramos.

El desmadre social y personal se justifica por ser nuestro, pero si enfermamos la culpa no es de nosotros sino del vecino, de los cuates, de las autoridades de salud, de López-Gatell en última instancia.

Los prianistas insisten en que el Subsecretario López-Gatell es culpable de descuido, de negligencia y de las muertes de las víctimas de la pandemia en México. En este punto nos preguntamos ¿qué entenderán por pandemia, por la carencia de una vacuna que inmunice, por la falta de información clara, precisa o crítica sobre el microbio que podemos compartir cuando decimos “salud” en medio de la fiesta, reunión o coincidencia alcohólica grupal o masiva?

Pero, sin embargo, le tenemos fe al efecto placebo de una substancia que inyectada no nos inmuniza pero, según nos dicen, hace que la enfermedad no sea tan severa y no morimos. Le tenemos fe al cubrebocas, al gel-alcohol, a los tapetes sanitizantes, pero seguimos defendiendo la rutina social, las interacciones frecuentes y cercanas, porque la fiesta sigue, como el virus que flota en la saliva que expulsamos al hablar, estornudar o toser. La sana distancia se observa pero no todo el tiempo.

La política de prevención y combate a la enfermedad en México ha tenido un serio obstáculo debido a la carencia por décadas de la infraestructura y los recursos personales y materiales de salud, agravada por enfermedades en grado de epidemia como son la obesidad, sobrepeso, hipertensión, enfermedades coronarias, tabaquismo, entre otras que bajan la defensas del organismo y lo hacen vulnerable a cualquier bicho. Y por eso estamos como estamos.

La lucha sanitaria se ha convertido, desde el principio, en lucha política contra el actual gobierno, contra el presidente y sus colaboradores, contra el sentido de los cambios que ha impulsado, como la lucha contra la corrupción y el derroche de recursos públicos, donde el sector salud ha sido uno de los más afectados y que ahora se nota con claridad.

A nadie en su sano juicio se le puede ocurrir que con cierres de fronteras, con aislamiento de ciudades se pueda evitar la proliferación de un virus, sin embargo algunos países y regiones han dado en restringir el tránsito en sus fronteras, en determinados sectores de la ciudad o la región, hasta el punto de exigir un comprobante de vacunación que no inmuniza, que no impide los contagios ni la enfermedad. Un virus respiratorio podrá estar donde haya alguien que respire.

Hemos desarrollado una especie de pensamiento mágico, de creencia mística en torno a la pandemia, sin reparar que en la naturaleza la única certidumbre viene del conocimiento basado en el estudio y la experiencia. Pero no lo entendemos, porque tenemos fe en la prensa, en la declaración de “expertos”, en los rumores de pasillo, de redes sociales, de sicarios informativos o legales que por la vía de la demanda suponen que el problema, que es esencialmente de salud y ecológico, se va a resolver.

El chivo expiatorio de la oposición prianista puede ser López-Gatell, pero el problema es que un virus es inmune a las demandas penales y a las acusaciones por negligencia. Como que ya va siendo hora de razonar y replantear el problema con seriedad y dejarnos de mamadas.


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