sábado, 23 de octubre de 2021

Influencers

 

“La tecnología es un sirviente útil, pero un jefe peligroso” (Christian Lous Lange).

 

Abundan las personalidades instantáneas gracias a los medios de comunicación electrónicos, que permiten que cualquiera con un teléfono inteligente (sic) pueda convertirse en momentánea competencia de González Iñárritu o Del Toro.

La grabación se cuelga en alguna plataforma popular y ¡listo!, tenemos a un “influencer” que desparrama su vacuidad a los cuatro vientos y se siente ancho, realizado como ser holográfico en el mundillo de los anónimos con pretensiones de ser.

La realización como ser humano existente en el aquí y ahora de la masa, pasa por el lenguaje desparpajado, de calculada vulgaridad y estridencia, la búsqueda patológica de la novedad, de lo llamativo, como si salir a cuadro fuera el objetivo de la vida y los milagros de Juan Pérez.

De repente surgen como hongos los remedos de periodista, de cineasta, de realizador de sueños más allá de la humedad hogareña e intimista y tenemos a alguien que siente ansias de ser reconocido públicamente, de alguien que grita que existe, que lo “pelen”.

Todo está bien hasta que está mal, diría Perogrullo, y en el caso de la Guardería ABC las cenizas aún despiden olor a muerte y malestar que ofende a las familias y a toda la sociedad hermosillense. En este caso, como puede haber otros, el respeto esperado en memoria de los pequeños muertos y afectados en su salud es obligado y exigido por todos.

Molesta y preocupa que la falta de empatía, el sensacionalismo barato y absurdo de algunos pase por encima de la memoria y el dolor de muchos.

Que un imbécil armado de una cámara grabe en el lugar como si no fuera significativo para las familias afectadas, como si no se considerara la escena de un crimen es inaudito, y merece que se tomen las medidas legales a que haya lugar, independientemente del justo reclamo popular.

En otro asunto, va avanzando la reforma eléctrica propuesta por el gobierno federal, con el ánimo de que el país recupere el espacio económico malbaratado por los gobiernos anteriores, en una acción que no nos lleva al pasado, sino que reivindica el derecho de México a disfrutar de sus recursos, hasta ahora saqueados por el capital extranjero.

Para nada se afecta la inversión extranjera pero sí se pone un tope a la desmedida ambición de las transnacionales, a quienes se exige vuelvan al cauce de la legalidad y el respeto a nuestra soberanía.

Lo increíble del asunto es que los organismos cúpula empresariales nacionales (sic) se ponen de lado de los exploradores y saqueadores extranjeros, quizá porque la iniciativa presidencial revela cuán sucia es la energía que insisten en comercializar y cuán profunda es la cloaca de donde emergen estos reclamos.

Tenemos empresarios que no quieren pagar impuestos, que buscan las maneras de evadir al fisco, de pagar menos y que además se les devuelva lo pagado; por eso se oponen a la miscelánea fiscal, a la reforma eléctrica, al progreso de la nación.

Chillan y se rasgan las vestiduras por las medidas económicas del actual gobierno, apoyados por el remedo de prensa que vive del chayote, del sicariato informativo, en un intento desesperado de que el pueblo no recupere lo que por derecho le corresponde.

Me parece que no es exagerado afirmar que los conceptos vertidos por Marcelino Cereijido en su libro “Hacia una teoría general sobre los hijos de puta” se pueden aplicar aquí con absoluta justicia.

¿Por qué, si no, la llamada iniciativa privada (Coparmex y similares con clara vocación de servidores del capital extranjero) se opone a las reformas que son probadamente justas y necesarias en lo económico y lo social?

¿Cómo, si no, explicar la rabiosa campaña contra todo aquello que afecte la cómoda posición de parásito en engorda que ocupan con tanta satisfacción y descaro?

Mientras los miembros de un empresariado apátrida e inmoral hacen lo suyo en España y otras latitudes, la realidad demuestra la crudeza del robo de las compañías eléctricas “limpias y sustentables”, la inseguridad que venden a precio de oro al consumidor cautivo, el despojo legalizado por parte de gobiernos complacientes y colonizados.

Sin duda, la hijoputez es un fenómeno reconocible en la clase empresarial y política de la oposición. Pero es hora de limpiar y poner orden en la casa.


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