“La mejor y más eficiente farmacia está dentro de tu propio sistema” (Robert C. Peale).
Curiosos tiempos que vivimos, llenos de esperanzadoras noticias y terribles advertencias por parte de la autoridad competente. En el nivel estatal se recomienda prudente lejanía con familiares y amigos, poniendo en la mente de todos la famosa “regla de tres” que el Secretario de Salud Clausen promueve como un mantra salvador de contagios y desenlaces fatales.
Nada tienen de objetables las recomendaciones, desde luego, y el amor al pellejo propio sugiere su puntual acatamiento: guardar la sana distancia, lavarse las manos con frecuencia y usar el famoso cubrebocas (en espacios cerrados y con poca ventilación), a lo que se añade un consejo final: no salga a la calle nomás porque se le ocurre.
A lo anterior se puede sumar la expectativa de una vacuna, que actúa como un chorro de esperanza, una bocanada de ilusión, un levantón en la curva del ánimo que, finalmente, contribuye a elevar las defensas del organismo porque, frente a las comorbilidades que son endémicas gracias al progreso, la mala alimentación y la capacidad adquisitiva, un buen ánimo actúa como escudo protector y pone a trabajar al sistema inmunológico.
Las cifras de perjudicados por causa del Covid-19 ponen a pensar seriamente sobre la fragilidad de nuestras instituciones, y sobre cómo puede cambiar nuestra existencia un microbicho invisible a los ojos pero que puede tomar como transporte colectivo alguna gotita de saliva, o como Uber un minúsculo fragmento de secreción arrojada por estornudo o tos.
Ya son muchos los contagiados confirmados, pero la cifra se eleva si sumamos los sospechosos, las muertes sin diagnóstico médico y, desde luego, aquellos que nuestra imaginación agrega por la facilidad que se tiene en construir escenarios catastróficos donde la cifra de los recuperados de la enfermedad se barre debajo de la alfombra estadística que manejan los grandes medios informativos nacionales porque ¿qué clase de noticia epidémica sería si no tenemos un aumento “récord” en contagios y casos fatales?
Pero hablando de cosas que tenemos cerca de lo que entendemos por vida cotidiana, salta a la vista que seguimos empeñados en seguir las inercias que la cultura, la idiosincrasia, el mercado y el flujo de efectivo que viene en forma de aguinaldos en la temporada de fiestas decembrinas, nos esforzamos en tener como cada año posadas, cena navideña y reunión de fin de año, vaciar algunas bebidas de moderado o alto contenido alcohólico, entre otros eventos tradicionales donde la expresión recurrente es “salud”.
Mientras pensamos en las bondades de la temporada ignoramos de momento el escenario epidemiológico que un día sí y otro también nos pintan las autoridades locales y federales: dejemos las fiestas y reuniones para después, evitemos los contagios, seamos prudentes, seamos conscientes.
También evadimos cómodamente el hecho de que en nuestro país tenemos una población de alrededor de 127 millones de habitantes y solamente contamos con 700 mil personas (médicos o personal de enfermería) que se dedican a cuidar nuestra salud, gracias al abandono de este ahora visible sector durante cuatro décadas.
En estos tiempos de emergencia sanitaria nos damos cuenta de que la salud ha sido lo de menos en materia de política pública, que lejos de fortalecer al sector se optó por privatizar la atención médica, y se abandonó la producción de medicamentos, la formación de personal especializado, la construcción y equipamiento de clínicas y hospitales y, sobre todo, la cultura de prevención de enfermedades y se ignoró el conocimiento de la medicina tradicional y alternativa que se tiene en el país.
Cambiamos los alimentos de la cocina tradicional mexicana por la comida rápida anglosajona, con el consecuente resultado en sobrepeso, obesidad, diabetes, enfermedades coronarias y la obvia disminución de la capacidad de respuesta de nuestro organismo a la enfermedad, con lo que se entiende mejor el resultado del abandono de los fines del Estado en aras de fortalecer el Mercado.
Así pues, mientras muchos de nosotros nos empeñamos en seguir la tradición decembrina y decir ¡salud!, el personal de salud lucha por contener y revertir los efectos de la desidia, la desinformación, la inercia social que va de la mano con el virus Sars-CoV-2 en estos tiempos de epidemia. Son tiempos de informarse, de protegerse y de guardar la sana distancia, por el bien y la salud de todos.
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