“Que cada uno barra delante de su propia puerta, y todo el mundo estará limpio” (Johann Wolfgang von Goethe).
Somos una sociedad de paradojas, colgada del hilo de nuestras necesidades y apremios que ponemos por arriba y delante de cualquier consideración ajena al interés personal: la epidemia les pega a otros. Puede ser un vecino, un pariente lejano, alguien de una ciudad distinta a la nuestra, algún país extranjero metido en las tripas de este mundo caótico pero deseable.
Con esta convicción, muchos… bastantes de nuestros congéneres navegan por la vida negando la realidad, negociando su bienestar o la satisfacción de sus apetitos, compulsiones o deseos debidamente maquillados y vestidos de necesidad apremiante, que puede ser una fiesta, la pisteada del viernes, el cumpleaños, las posadas, entre otros. Aquí vale aquello de que la justificación somos todos.
Sabemos que la economía debe funcionar, que no estamos preparados para resistir tiempos prolongados de austeridad y frugalidad, que muchos dependen del trabajo en la calle y sin seguridad social para conservar el alma pegada al espinazo; vemos al vendedor ambulante, a la señora que busca trabajo en alguna casa, del que se ofrece para limpiar el patio, la banqueta del enfrente, el que atiene el carro de los hot-dogs y el “bolero”, como parias necesarios en estos tiempos de “quédate en casa”.
Nos enteramos de que muchos negocios pequeños o micronegocios están en plena agonía, mientras los grandes y medianos recortan personal y reprograman turnos y procedimientos, a la par que hacen presión ante las autoridades competentes para torcerle el brazo al semáforo de riesgo epidemiológico y darles “chance” de trabajar.
En este tiempo de desastre económico por fortuna también se promueven novedosas modalidades de venta acordes con las circunstancias, y así nos encontramos con el llame y recoja, la atención previa cita, los servicios a domicilio, y las medidas de contención al interior de los locales en forma de control del aforo, horarios, tapetes, gel-alcohol, uso de cubrebocas y toma de temperatura que dicta la autoridad como respuesta al nivel de contagios registrado.
Sin embargo, la conciliación del interés por salvaguardar la salud de la población y la buena o razonable marcha de la economía se ve envuelta en mil y una interpretaciones conflictivas que, generalmente, privilegian más la apariencia que la respuesta a la necesidad real y cruda que nos impone la epidemia.
En este sentido tenemos supuestos como el que hace que los negocios cierren más temprano, mientras en el día se observan largas filas en espera de ingresar al banco, a la tienda de ropa, al super… como si el virus sólo tuviera horario nocturno para contagiar.
Desde luego que también se presentan situaciones ridículas, como las de señalar como necesario el cubrebocas en los espacios abiertos y suficientemente ventilados, o creer que con esta prenda en la cara podemos estar hechos bola en donde se nos ocurra.
Como dato consolador tenemos que las lecciones producto de la emergencia sanitaria dan algunos frutos, entre los que vale la pena considerar la negativa a penalizar legalmente a las personas que incumplan ciertas recomendaciones, como lo es el uso del cubrebocas, a cambio de dar mayor peso a la difusión de las medidas que se consideran útiles en la prevención de los contagios.
Asimismo se reconoce el acatamiento del semáforo de riesgo epidemiológico, según el acuerdo entre el gobierno federal y los estatales, basado en la misma Ley general de Salud, y se aprueba una iniciativa que busca diferenciar los impactos de la epidemia en los municipios de Sonora, considerando las características que tienen en cuanto densidad de población, dinámica social y actividad económica, así como la tasa de contagios, de letalidad, disponibilidad hospitalaria, entre otros que configuran el nivel de riesgo.
Así pues, la iniciativa “Por un Sonora en Semáforo Verde” anuncia el “Mapa Sonora Anticipa”, que habrá de alertar a la población de los diversos municipios acerca de las medidas particulares que se recomiendan para controlar el nivel de contagios y, eventualmente, situarnos en el color verde del semáforo de riesgo epidemiológico, lo que supone acciones concertadas entre gobierno y los diversos sectores económicos y sociales de la entidad (Expreso, 26.11.20).
Queda claro que la ley del garrote no funciona, como lo demuestra el ejemplo de países y regiones donde se han implementado medidas que pasan por encima de los derechos ciudadanos y que, sin embargo, siguen incrementando el número de contagios y de víctimas fatales.
Al parecer, la estrategia del gobierno federal está empezando a entenderse y es posible que si se trabaja de manera coordinada nos sea más fácil sortear el terrible azote viral que propicia el caos y la desesperación en todos los rincones del mundo. Podemos hacer la diferencia.
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