sábado, 8 de agosto de 2020

Nuestros aires preelectorales

 


“No te calientes, granizo” (AMLO).

 

La emergencia sanitaria no ha impedido que algunos personajes de la política se placeen con ánimos promocionales, como si fueran anuncios ambulantes de promesas, expectativas y nuevas formas de hacer gobierno.

 

Se buscan entrevistas, se hacen anuncios de lo que sea, con tal de llamar la atención y dar al posible votante la impresión de que hay nervio, carácter y capacidad ejecutiva. Incluso, se llega al punto en que una unidad del servicio público de recolección de basura puede ser como la calabaza de Cenicienta: un vehículo vulgar convertido en glamoroso transporte a palacio.

 

Aclaro que no estoy en contra de las legítimas aspiraciones de tal o cual persona, pero salta a la vista que repetir puede ser de muy mala educación. No es lo mismo el aire del cambio que el de algo fermentado largo tiempo en el panismo que gasifica y esparce su olor encaramado en la ola de Morena.

 

No hay duda de que los hermosillenses votamos mayoritariamente por López Obrador, y que su impulso permitió el reciclaje de prianistas y similares por el fácil expediente de saltar a la nueva opción en vísperas del proceso electoral, lo que confirma que el travestismo político-electoral ha tenido sus mejores tiempos a partir de la llamada transición a la democracia, cuando muchos estaban empeñados en “sacar al PRI de los Pinos”, pero sin medir las consecuencias de la decisión de con qué y quién se le iba a sustituir.

 

Así pues, recordamos el caso de un connotado personaje que decepcionado del PRI apoyó a Fox, en vez de a Cuauhtémoc Cárdenas que representaba a la izquierda, para tiempo después posicionarse en las filas de Morena, en un acto chapulinezco que muchos califican como “honesto y congruente”. Desde luego que no lo juzgamos, porque el chiste se cuenta solo.

 

Después de todo, tanto el PRI como el PAN fracasaron y arrastraron con ellos a opciones como el PRD, probadamente corruptible y sin brújula ideológica más allá de un protagonismo segundón, de comparsa, que lo hizo terminar como marioneta de la derecha pitufa.

 

Lo anterior permite establecer que el cambio de siglas no tiene nada que ver con el cambio verdadero, de fondo, porque ello depende no de los colores y los membretes sino del horizonte ideológico del partido, de su plataforma de principios, de la convicción y el compromiso de su militancia, de su honestidad institucional, de su programa de gobierno que en todo caso debe ser transformador.

 

Morena, en lo general ha respondió a estas expectativas de cambio y, de hecho, lo está haciendo contra viento y marea, enfrentando la dura barrera de los intereses creados por la corrupción como sistema de relaciones públicas y privadas así como la desinformación y el engaño como estrategia de manipulación de voluntades.

 

Sin embargo, sería ingenuo tratar de ignorar que la opción triunfadora de julio de 2018 es una rara y contradictoria mezcla de intereses y formas de entender el quehacer público; lo evidente es que tenemos un licuado político que ha servido de plataforma de lanzamiento de material reciclado, como es el caso de Hermosillo, y de oportunistas temporaleros donde el aspirante se pinta de Morena pero sin abandonar del todo ni los intereses ni la ideología neoliberal.

 

En este contexto, se puede suponer que el eje que vertebra el conjunto llamado Morena es fundamentalmente López Obrador, no tanto la ideología ni los principios políticos y programáticos que formalmente lo identifican pero que muchos ignoran, situación que constituye una gran ventana de oportunidades para travestis, chapulines y oportunistas que quieren participar sin realmente comprometerse con la lucha del presidente.

 

Tampoco se puede ocultar que en el seno enorme y laxo de Morena hay gentes de buena fe, activistas envejecidos en lides domésticas pero sin mayor alcance de miras, que terminan sobrevalorando sus propias capacidades y caen víctimas de un pragmatismo simplón y autocomplaciente, en aras de acceder a puestos de elección popular.

 

De lo anterior se desprende que la gran tarea del partido es la definición ideológico-programática de la organización, y lograr que dicha orientación sea una responsabilidad categórica de todos los militantes que ocupen, o no, puestos públicos.

 

Así pues, los gobiernos “de Morena” deben luchar por hacer realidad los postulados de Morena, y no lo que presente la coyuntura, los intereses creados, las viejas lealtades, o las jugosas corruptelas habidas y por haber.

 

En el caso de Hermosillo, por ejemplo, no se ha visto clara la conexión entre los principios y el programa político “del cambio” con el ejercicio cotidiano del gobierno.

 La experiencia vivida en nuestro municipio sugiere fuertemente que no sería deseable la reelección y quizá tampoco la postulación de alguno de los integrantes de la actual administración, por no haber significado contrapeso en las decisiones cuestionables que se tomaron, ni en las posturas ridículas y autoritarias que se exhibieron. Urge, por tanto, el cambio verdadero en Hermosillo, y en Sonora.

 

En lo personal, considero que se debe dar la oportunidad de servir a la comunidad a personas verdaderamente comprometidas con el cambio, no con la ambición de pararse arriba del ladrillo municipal y sentirse realizados como la imagen idealizada de sí mismos.

 

Se requiere, ni más ni menos, humildad y congruencia, no falsos prestigios ni ambiciones personales desbordadas, porque en cualquier cargo se debe mandar obedeciendo.

 

 


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