“La edad es algo que no importa, a menos
que seas un queso” (Luis
Buñuel).
No se si será error de comunicación o
simples ganas de joder, pero en Hermosillo se tiene casos documentados de
comercios (desde changarros a grandes almacenes transnacionales) que le dan con
la puerta en la nariz al cliente mayor de 50 años (El reportero, 29.06.20).
Según reporta el periodista Ernesto Gutiérrez
Ayala, algunos ponen avisos advirtiendo que no se admiten menores de 12 años ni
mayores de 50, supuestamente por instrucciones de la Secretaría de Salud o por
mandato de la alcaldesa, y en la cadena Walmart se abren sus puertas para
clientes de más de 50 solamente de 7 a 9 de la mañana, y también se pide identificación
con los mismos fines restrictivos y discriminatorios.
En fecha reciente, el ayuntamiento tuvo
la idea de poner barreras metálicas en el andador del Mercado Municipal No. 1,
a fin de impedir que los adultos mayores acudieran a pasar las horas en
compañía de otros con edades y experiencias afines.
Quizá muchos vieron como positiva la
medida pensando en que había que evitar la reunión cotidiana, más si se trata de
personas que por su edad constituyen población de riesgo. Es posible que se
haya argumentado que la gente “no entiende” y, por tanto, había que tomar acciones
directas “para evitar contagios”, ya que todo es por nuestra salud.
En el fondo se parte de la idea
altamente errónea y discriminante de que los viejos son material de desecho, algo
así como cosas o entes que ya llegaron a su fecha de caducidad laboral, social
y política, y que vale más barrerlos bajo la alfombra social antes que reconocerles
su calidad de seres humanos, en su momento profesionistas, empleados,
trabajadores por cuenta propia, cabezas de familia y, hoy por hoy, ciudadanos
de pleno derecho.
Aquí es inevitable pensar en la cantidad
de jóvenes que viven de la pensión o el patrimonio logrado por sus padres y que,
sin embargo, ven el mundo con la superioridad ficticia del que no tiene más
mérito que la poca edad.
Muchas personas en edad productiva van por
el mundo con sobrepeso y obesidad, diabetes, hipertensión, enfermedades
cardiacas, tabaquismo o problemas renales severos, sin que haya alarma general
y se les señale con el dedo flamígero de la nueva inquisición ciudadana que
aplaude las disposiciones restrictivas y coercitivas del ayuntamiento.
Tras esas caras juveniles que documentan
su edad con credencial para votar actualizada, pueden encontrarse algunos problemas
de salud que se disimulan, pero que constituyen bombas de tiempo que estallarán
y requerirán asistencia hospitalaria; sin embargo, nadie discrimina a esa
colección ambulante de enfermedades potencialmente mortales que agita su
anatomía al ingresar a Walmart, ya que es persona menor de 50 años, con lo que
se demuestra que hay comorbilidades de Covid-19 socialmente “normales”.
El caso es que los adultos mayores
pasaron de ser población en riesgo a peligro de contagio que hay que evitar,
aislar y, de ser posible, erradicar. Ya no se trata de protegerlos como si no
fueran dueños de su voluntad, sino de borrarlos del mapa porque en la percepción
colectiva creada por la epidemia son potencialmente contaminantes y, por ende,
un peligro para la salud de los demás porque, en el contexto, cualquier viejo
tiene cara de Covid.
En cambio, el resto de la población
puede hacer sus compras con la mayor soltura, pagar sus cuentas, trasladarse a
donde necesiten, navegar por la nueva normalidad solamente con las reservas que
marcan los semáforos sanitarios y las ocurrencias de las autoridades
municipales, como el absurdo e ilegal toque de queda de seis de la tarde a seis
de la mañana.
La sobreinterpretación de las medidas de
precaución establecidas por la autoridad sanitaria competente, solamente
contribuyen a profundizar el malestar de la epidemia en lo económico, lo social
y lo personal, por lo que las autoridades locales deben intervenir para evitar que
los comerciantes se tomen atribuciones en materia de salud, considerando que,
si no corresponden directamente al ayuntamiento, menos corresponden a los
particulares.
Considerando que el virus puede infectar
tanto a niños, jóvenes o adultos mayores, es imperativo poner orden en el caos
provocado por el estado de alarma sanitaria mediante la vigilancia, la información
y el respeto a los derechos humanos, evitando cualquier forma de discriminación
por edad.
Por lo anterior, es claro que padecemos
una epidemia de iniciativas ridículas basadas en la ignorancia, tan infundadas como
violatorias de la ley. La autoridad, si la hay, tiene que hacer su trabajo.
Por su parte, el ciudadano debe
denunciar este tipo de atropellos ante la Secretaría de Salud estatal y las demás
instancias oficiales que sean pertinentes, así como también poner los incidentes
en conocimiento de los medios de comunicación. Digamos NO a la estupidez
convertida en norma de observancia comercial y social.
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