"Mientras más increíble es una calumnia, más memoria
tienen los tontos para recordarla"
(Casimir Delavigne).
En los últimos meses vemos que ha
arreciado el embate de mercenarios y gatilleros informativos, deseosos de sacar
provecho de una situación donde lo que menos se desea es el aumento de muertos
e infectados con secuelas importantes; sin embargo, algunos diarios nacionales
e internacionales parecen empeñados en buscar la nota roja donde lo que verdaderamente
debiera importar es el dato clínico, la recomendación confiable y el
conocimiento de que hay gentes especializadas que hacen lo que pueden y más
para que usted y yo estemos protegidos, en la medida en que se observen ciertas
reglas de comportamiento social emergentes y transitorias.
De repente salen de las alcantarillas
del viejo sistema ligado a los intereses de la clase patronal parasitaria los
opinantes estelares, los iluminados que destapan conjuras y fallas horribles en
el manejo de la epidemia y los datos sobre la misma, señalando con dedo
flamígero y semblante adusto y en medio de espumarajos que AMLO debe caer, por
ser el responsable de una catástrofe sanitaria que se hubiera evitado; por
ejemplo, perdonando a los deudores fiscales empedernidos, financiando además
sus empresas, endeudando al país mediante la aceptación de préstamos que ofrece
el Fondo Monetario Internacional y otros organismos carroñeros de las finanzas
internacionales.
Así pues, mientras unos se parten el
lomo trabajando en y por las instituciones de salud, otros se dedican a buscar
la paja en el ojo ajeno y esparcir rumores, noticias falsas, intrigas pedestres
y flagrantes mentiras acerca de la situación que vive actualmente nuestro país,
mientras que algunos mandatarios estatales ocultan o sabotean la entrega de
materiales esenciales para la batalla clínica que se libra en hospitales.
La plaga de expertos instantáneos, de
epidemiólogos, infectólogos y virólogos, entre otros “ologos” del ramo, formados
en las aulas del YouTube, las salas de redacción de la prensa mercenaria tanto
nacional como extranjera, los establos de trolls o las granjas de bots, alcanza
nuevas marcas de virulencia cada día, frente a las conferencias informativas de
las instancias responsables del combate al SARS-CoV-2, causante de la
enfermedad; virulencia que destaca no sólo por su ausencia de credibilidad y
sus virtudes de manipulación y deformación de la opinión pública, sino por la
enfermiza exhibición carroñera de sus propias profundidades de hediondez y
corrupción.
Ya resulta un espectáculo doloroso por
lo ridículo el que se presenta cada día en las conferencias informativas
encabezadas por el doctor Hugo López-Gatell, donde espantajos periodísticos
hacen gala de una ignorancia sebosa cuando no de un patológico afán de joder, propio
de un modelo informativo prostibulario.
La desinformación sectaria en tiempos
del coronavirus no beneficia a nadie, ni siquiera al inframundo del
empresariado parasitario y evasor de impuestos; tampoco a los politicastros
acostumbrados a vivir del sistema y fingir ser oposición sin dejar de ser funcional
a cualquier modelo basado en la mentira, la corrupción y el agandalle, como lo
fue la ola de partidos satélites en la etapa neoliberal y que ahora se
reinventa mediante el registro de nuevas “opciones” derivadas del PAN o
similares, como es el caso de la parodia llamada “México Libre” del vomitivo dipsómano
Calderón.
Y qué decir de parásitos presupuestales
como el vacuo Fox, o los protagónicos de temporada como los Quadri, Lozano,
Sicilia, Ferriz de Con, Martín Bringas, entre otros espantajos ganones
empantanados en su propia inmoralidad. Aquí es imposible no señalar a la
pandilla de gobernadores del PRIAN, empecinados en descarrilar mediante la
epidemia lo que no lograron en las casillas electorales de 2018.
En la parte instrumental de esta guerra mediática
apenas disimulada de grupúsculos político-empresariales contra el gobierno
legítimo de México, resulta notable la vulgaridad y mendacidad de los ataques
de mercenarios de las redes sociales, sea contra el doctor López Gatell, contra
las medidas tomadas para hacer frente a la epidemia, contra la información que
se presenta, contra el modelo de vigilancia epidemiológica, contra la
reconversión hospitalaria, contra las previsiones en materia de personal y
equipo de salud y contra la propia presencia y acciones de quienes hacen frente
al problema sanitario en el que nos encontramos.
En este contexto, la enfermedad Covid-19
reveló otras enfermedades nacionales subyacentes, como son la pobreza política
de una oposición francamente pedorra, la mezquindad de ciertos empresarios
acostumbrados a no pagar impuestos ni asumir sus propias quiebras; así como
periodistas adictos al chayote, las prebendas, el picaporte a los recintos
donde la corrupción quiere seguir siendo gobierno; como también la falsedad de
los prestigios profesionales y académicos de ciertos emisarios del
neoliberalismo talqueado que se incuba en instituciones como el ITAM, entre
otras que demuestran la veracidad de que “no hay ciencia sin conciencia”.
Todos ellos constituyen un coro de
plañideras que, en su agitación, chorrean su maquillaje de honestidad y
credibilidad para descubrir, a los ojos de todo el que quiera ver, el rostro de
un sistema corrupto y corruptor, de una fealdad que se empeña en quebrar tanto
espejos como ventanas, porque vive agazapada en las cloacas del sistema que
tiene los días contados, pero que se resiste a morir.
Así pues, la pestilencia política busca
sobrepasar en importancia a la enfermedad del coronavirus, se monta en ella y
supone que navegará en una ola que garantizará su ascenso, olvidando que, como
cualquier otra, va a caer para estallarse contra la solidez e integridad de
nuestro pueblo, para terminar diluyéndose en la Nueva Normalidad que plantea el
gobierno federal, y donde a partir del 1 de junio tendrán un papel central los
Ejecutivos estatales. Algunos ya lo están entendiendo, pero otros seguirán en
la ruta de su propia necedad. En su salud y credibilidad política lo hallarán.
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