“El arte de la medicina consiste en
mantener al paciente en buen estado de ánimo mientras la naturaleza le va
curando” (Voltaire).
Desde hace unos días, gracias a los
avisos de las autoridades, salir a la calle resulta una especie de deporte
extremo en el que quedamos convertidos en figuras de videojuego sometidas al ataque
enemigo, o a las acechanzas de un demonio que despide llamaradas, chorros de
azufre y emanaciones pegajosas que, tras cualquier error, recibimos su impacto
y al poco tiempo nos disuelven la piel y corroen el esqueleto.
La visita a los bancos resulta más
tortuosa que nunca porque, añadida al tiempo de espera que se cumple para
llegar a una ventanilla de las cuatro o hasta seis más que en cualquier caso
están cerradas, ahora tenemos una buena ración de paranoia que la gerencia de
sucursal nos hace tragar con el pretexto del coronavirus.
Así pues, afuera del banco se acumulan
poco a poco los clientes que deben hacer fila para acceder a las instalaciones:
hechos bola, sudorosos, enfadados y con ganas de salir de ahí cuanto antes.
¿Sana distancia? ¿Precauciones que eviten el contagio? ¡Pamplinas! La gente
pronto empieza a interactuar, porque el aburrimiento hace que la lengua se
agite y salga de su encierro bucal, desparramando gotitas de saliva que, de
otra manera, hubieran sido tragadas sin consecuencias. ¿Cerrar sucursales es
buena idea? ¿No cree que los usuarios se van a acumular más fácilmente en las pocas
que estén abiertas?
Ir por el rumbo del Mercado Municipal,
en el centro de Hermosillo (como en Guaymas entre otras ciudades), da pena. Con
el cierre de este importante núcleo comercial y social muchos trabajadores por
su cuenta ven evaporadas sus expectativas de ingreso, y los clientes habituales
quedan condenados al destierro involuntario mientras dure la contingencia
sanitaria.
Hoy, muchos entienden y apoyan la
campaña nacional de la sana distancia y todo lo que se ha recomendado tanto a
personas sanas como a quienes presentan algún síntoma mientras están atentos a
los informes y mensajes sobre la epidemia que se emiten todos los días en
cadena nacional y que se reproducen en las redes sociales, aunque cabe señalar
que, al parecer, en Sonora hace falta mucha más información puntual e insistir sobre
las precauciones que se deben tomar. Las precauciones deben entrar por el
entendimiento y acuerdo de los posibles afectados.
En este contexto, llama la atención el
toque de queda ordenado por los presidentes municipales del Río Sonora que, además
de exceder sus facultades legales demuestra su ignorancia. ¿Quién les dijo que
un alcalde podía decretar la suspensión de los derechos ciudadanos? En todo
caso, ¿los contagios tienen horario nocturno? ¿La gente no sabe leer?, ¿tienen
problemas de oído?, ¿no hay personal capacitado que les informe y oriente?
Por otra parte, la epidemia más
publicitada del año nos da una serie de buenas razones para el optimismo, ya
que tienen auge las ventas a domicilio y
han repuntado las ventas de gel antibacterial, mascarillas (o cubrebocas),
guantes o cloro, así como papel para el baño, alcohol y algodón, y en los
locales o las calles, las caras cubiertas proporcionan una sensación de
uniformidad anónima que oculta fealdades lo mismo que bellezas por lo que llevarlas
es democrático e igualitario; además da la impresión de seguridad personal a
quien las usa, sin interesar si es portador de la enfermedad, si tiene alguno
de sus síntomas o si se trata de personal de salud o familiares de alguien que
sí está enfermo, o simplemente si se trata de empleados de servicio.
Cuando vamos caminando por la acera, se
nos cede el paso o no somos atropellados por trogloditas encaramados en la
hormona o en los kilos de sobrepeso. En los comercios del centro se puede
apreciar que, en general, se nos atiende con la sana distancia y los empleados
muestran diligencia al despacharnos, porque la epidemia permite la revaloración
del cliente. La ciudad se ve tranquila, el tránsito bastante amigable, las
calles y plazas lucen amplias, despejadas y el aire que se respira hace el día
mucho más amable.
Si pensamos que alguien puede caer en crisis
por la cuarentena, primero que todo ¿cuál crisis y de qué cuarentena hablamos?
A muchos trabajadores les indicaron que podían irse a sus casas, pero sin
aclarar lo de su salario; bastantes otros salen a la calle porque ahí trabajan
y dependen de su contacto con los demás para sobrevivir: vendedores ambulantes,
en puestos semifijos y una inmensa variedad de ocupados por cuenta propia.
La cuarentena sólo podría funcionar como
protección y un reencuentro personal y familiar para quienes fueron licenciados
de sus empleos con respeto a sus derechos laborales, pero en el mundo real mucha
gente trata de seguir su vida de manera normal, y si es necesario salir a
buscar el sustento, pues lo hace.
Por otra parte, resulta un despropósito
y un ridículo total el comparar las condiciones del país ¡y del Estado! con las
de Italia, Francia o los gringos, siendo que no son las mismas. Cada país y
región tiene características físicas, demográficas, económicas y culturales que
marcan diferencias a favor o en contra si se trata del avance de epidemias.
Basta observar la información gráfica que ha presentado la Secretaría de Salud
federal para darse cuenta de que nuestro país tiene condiciones distintas a
Europa, incluso Estados Unidos, si se toma como referencia la aparición y el
tiempo de respuesta del gobierno ante el problema.
Si seguimos haciendo comparaciones
acríticas y facilonas, de repente nos vamos a ver en una situación donde
caeremos en el “sálvese quien pueda”, con las consecuencias de desorden social
e ingobernabilidad que algunos promotores del pánico desean. ¿Son lo mismo 8
mil que 12 muertes asociadas al COVID-19? Para el caso, ya están surgiendo en
el centro del país grupos que llaman al saqueo de comercios. ¿Tiene sentido?
Ahora bien, ¿cree usted que un virus
muta espontáneamente y, de repente, salta de una especie (animal) a otra
(humano)? De ser así resulta más que necesario volver al curso de Biología del bachillerato:
Los virus sufren transformaciones, pero no son de la noche a la mañana sino al
cabo de miles y miles de años, y es imposible que se rompa la barrera de las
especies con tanta facilidad como lo están manejando los gringos y otros
engendros mercachifles mundiales, promotores del terror y la desinformación
para vender algún nuevo y maravilloso producto farmacéutico, como en su momento
el Tamiflú.
Si usted piensa que esta y otras
epidemias, costosas y altamente publicitadas, son parte de las consecuencias de
la voracidad neoliberal que privilegia la ganancia antes que la salud puede que
no esté tan mal encaminado. Basta pensar en los daños que ha sufrido el
ambiente y las consecuencias de la contaminación en la salud mundial para ver
como culpable al sistema económico dominante.
En una situación como la presente no
tiene caso hacer de más como tampoco hacer de menos, y debe reconocerse que el
gobierno federal está respondiendo oportuna y responsablemente a la epidemia,
según lo ha constatado la Organización Mundial de la Salud.
Por lo pronto, serenemos el ánimo y no
caigamos en chismes o rumores perversos; actuemos cívicamente y dejemos berrear
a los enfermos contaminados de borolismo guardando la sana distancia porque, de
otra manera, quizá hasta a usted le vean la cara de virus.
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