“La ley es dura, pero es la ley” (principio general del derecho).
El domingo 23 de febrero hubo una
intensa actividad política que rompe, en cierta forma, las formas propias de
una democracia en movimiento. Temprano, en la Ciudad de México (CDMX) un grupo
integrado por membretes ciudadanos que quieren el regreso del borolismo a
chaleco, armaron una cadena humana para protestar en defensa de la vuelta al
pasado, la inseguridad de las mujeres, los niños con cáncer, la defensa de la
democracia representada por el INE de Lorenzo Córdova y alguno que otro reclamo
con fuerte olor a oportunismo fifí. El ambiente fue tenso y las consignas
revelaban odio apenas contenido en la vociferante crítica al gobierno de López
Obrador.
En otro escenario, a poco más de dos mil
kilómetros de distancia de la CDMX, la tarde-noche de Hermosillo se conmovió
con una marcha feminista que culminó en el asalto y vandalización de un
edificio público que alberga al Poder Judicial del Estado. Al respecto, una
conocida feminista de largos años en dicho movimiento explicó a los medios que lo
ocurrido se debió a que las chicas se enojaron porque se apagó
la luz del inmueble, en lo que percibe como un intento de invisibilizar la
protesta que se llevaba a cabo, a pesar de la prensa y la policía presentes en
el lugar.
Los detalles de las pintas en edificios
públicos, el abatimiento de la reja de acceso a fuerza de empujones, la
destrucción de ventanas, maceteros, el asalto a oficinas, la sustracción de
expedientes y su posterior quema, entre otras acciones vandálicas en el recinto
del Poder Judicial usted seguramente ya los conoce.
Al parecer el plan era hacer una
manifestación pacífica con la participación de varios grupos feministas, entre
los cuales se destacó la presencia de chicas muy jóvenes. Al respecto, una
fuente confiable nos comenta que su hija adolescente le contó que una de sus
amigas iría a una marcha quien, a pregunta expresa, le dijo que: “hoy en la
tarde vamos a ir a vandalizar”.
Estando así las cosas, cabe recordar que
en la CDMX se han escenificado toda clase de manifestaciones populares, en
donde destacan las recientes marchas y protestas feministas, en ejercicio de un
derecho ciudadano de reclamo a condiciones más justas y civilizadas de
convivencia, tanto como el respeto a la integridad física y moral de las
afectadas y sus familias.
Si nuestro país va en la ruta de las
grandes transformaciones que permitan una vida más digna y plena para todos, en
un marco de justicia y legalidad, es obligado que cada ciudadano asuma el
compromiso de actuar conforme a las normas de una convivencia social civilizada
y respetuosa.
El reclamo de las mujeres de vivir
libres de violencia es de todos los ciudadanos y de todas las familias porque
tenemos el derecho de gozar de las libertades y prerrogativas que la ley nos
concede por razón de la edad, sexo o condición social, en el marco de la
igualdad y la equidad que el Estado debe garantizar.
Debemos considerar que la lucha política
por el cambio, o contra el cambio, ha despertado una forma de participación
donde en ocasiones se puede confundir el interés privado con el público y la
impartición de justicia con la ventaja política de quien la administra conforme
a derecho o deja de administrarla arbitrariamente.
Sucede que cuando la protesta es legítima
pero los medios no lo son, surge la sospecha de que algo extraño está ocurriendo
en la dinámica de los grupos que reclaman justicia, por la poca congruencia
entre los fines y los medios empleados para lograr el objetivo; es decir, que
puede darse el caso de que la lucha sea justa y los objetivos claros, pero en
el transcurso se transforman en su contrario: si el reclamo de no violencia
resulta en violencia contra la misma institución de quien se espera justicia,
algo no anda bien.
Las pintas con mensajes de odio,
destrucción de ventanas, muebles y expedientes no tiene relación directa con
una lucha pacífica, reivindicatoria, justa y socialmente clara y digna de
apoyo. Algo se dislocó y debe aclararse en bien de la paz social y la
convivencia civilizada a la que aspiramos, con más razón si se considera, por
ejemplo, que el asesinato de Raquel Padilla se esclareció con prontitud y el
culpable ya está recibiendo el castigo que establece la ley. Cabe añadir que recientemente
los crímenes contra las mujeres han logrado una importante ampliación de su
penalización, ya que se aumentó la condena de 45 a 65 años en prisión.
Si el actual gobierno está atendiendo
este reclamo social ¿por qué se dan las explosiones de ira y vandalismo contra
la institución que trabaja para proteger el derecho de las mujeres a una vida
libre de violencia? ¿Qué propósitos pueden tener los grupos y organizaciones
que atacan edificios públicos y se manifiestan frente a ellos violentamente en
días laboralmente inhábiles? ¿Le parece lógico protestar frente a un edificio
vacío y vandalizarlo? Por otra parte ¿considera normal la inmovilidad de las
autoridades?
Lo anterior permite toda suerte de
especulaciones, aunque el contexto social y político del país sugiere la
existencia de grupos ligados a la derecha prianista que trabajan para ocasiona
el caos y la división en nuestra sociedad. De ahí que las luchadoras feministas
deban definir su posición frente a la violencia y la generalización absurda de
que “todo hombre es un violador”. Flaco favor se le haría al movimiento
feminista si no hubiera un deslinde de las acciones de grupos de provocadores
que asumen actitudes porriles y que se escudan en la mujer y sus demandas de
manera oportunista. ¿Al machismo se le debe oponer el hembrismo? No suena ni
inteligente ni socialmente útil.
Si se atiende el interés social y la
mejor formación ciudadana de nuestros hijos menores, hombres y mujeres, no
estaría de más enterarnos de lo que hacen fuera de casa, y quién o qué inspira
sus actos. Un consejo nunca está de más. Se llama paternidad y maternidad
responsable.
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