“Curiosamente
los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han
votado” (Alberto Moravia).
Hermosillo se ha visto como una ciudad
rebasada por los elementos. El clima y las circunstancias han descubierto una
seria vulnerabilidad que la muestra como una ciudad peligrosa para quienes en
ella habitan. Se tiene una amplia periferia que presenta los problemas de una
ruralidad desatendida, así como un centro urbano que ha crecido en forma tal
que sus administradores sudan la gota gorda al enfrentar problemas de seguridad
pública, de indigencia que pulula por plazas y calles, de deterioro de la
infraestructura vial, de agua potable, drenaje y alcantarillado, de
organización del espacio urbano con equilibrio entre la superficie construida y
las áreas verdes, por mencionar algunos.
La reacción inmediata es buscar
culpables en el aquí y ahora de las reivindicaciones instantáneas que cualquier
oposición política con sentido de la oportunidad y los efectos mediáticos se
lanza a aprovechar: “no queremos historia, queremos soluciones, ya”, “¿cuándo
va a empezar a gobernar?”, “ya basta de culpar a pasadas administraciones,
queremos soluciones”, “si no puede, que renuncie”, entre otras muestras de que
la ocasión la pintan calva.
El agua que ha bañado copiosamente la
ciudad y sus alrededores ha hecho flotar una realidad dolorosa: Hermosillo no
cuenta con la infraestructura apropiada para enfrentar una lluvia como la
reciente.
Caminar por las calles de la capital
estatal ahora se revela como una actividad peligrosa y potencialmente fatal, ya
que la delincuencia ha repuntado agarrada de la mano de la falta de
oportunidades y empleos justamente remunerados y con seguridad social, además
del evidente deterioro de la infraestructura urbana.
Usted sabe que en mero centro explotó un
transformador subterráneo perjudicando a tres jóvenes donde dos resultaron
gravemente heridos y acaba de reportarse otro caso similar pero bajo un
distribuidor vial, aparentemente sin personas afectadas.
Al suceso anterior se agrega la zona
minada en la que se han convertido calles y avenidas, dificultando la
comunicación y afectando el comercio, la industria y los servicios, además de
las actividades de miles de ciudadanos que necesitan llegar a tiempo al trabajo
o al estudio. Ahora la palabra “socavón” se asocia a la tragedia que, en
cualquier momento puede cobrar vidas y, literalmente, echar un futuro al caño.
Nuestra vida cotidiana tiembla y queda
en estado de indefensión ante una lluvia que en otros lugares es ocasión de
regocijo y buenas noticias. El agua es vida, pero sin la acción de la
ingeniería urbana puede significar muerte.
A la conmoción que causan las muertes o
vidas afectadas por sucesos como lo del socavón de la colonia Sonacer, se añade
el hecho de, en ese mes de octubre se reportó que en la ciudad existen otros 26
socavones más, cuya reparación supondría un costo de 100 millones de pesos.
Tenemos 26 o más posibilidades de accidentes graves o fatales.
Usted podrá decir “es cosa de que la
alcaldesa se deje de rollos y se ponga a trabajar”, “ya basta de mamadas,
queremos soluciones, ya”, entre otras muestras de acres y severos reconcomios.
De entrada le diré que estoy de acuerdo,
que el trabajo por la comunidad es lo que cualquier ciudadano espera de las
autoridades, pero agregaría lo siguiente: el municipio es una comunidad de
ciudadanos; es la convivencia de familias en un espacio común del cual se hacen
responsables.
La vida municipal está caracterizada por
la vecindad y la convivencia mediada por un orden legal que protege e integra a
sus habitantes. La autoridad vigila el cumplimiento de las normas, administra
los recursos y promueve iniciativas para la solución de problemas y el
bienestar de la comunidad.
De acuerdo con esto, todos somos
responsables del acontecer municipal, porque estamos en un medio en el que la
palabra solidaridad debe tener sentido. Lo anterior no significa recibir sin
responsabilidad ni dar sin reciprocidad. Somos corresponsables de lo bueno y lo
malo que nos ocurra en comunidad, cada cual en la esfera de sus competencias y
de acuerdo con sus posibilidades.
Por ejemplo: si al gobierno le
corresponde la recolección de basura, al ciudadano le corresponde reunir y
clasificar los desechos, dando facilidades para su recolección por parte del
ayuntamiento. Asimismo, no arrojar basura en la calle y guardar el respeto y la
corrección debida en los espacios públicos. ¿Lo hacemos? ¿Pagamos puntualmente
los impuestos y derechos municipales? ¿Nos preocupamos por la seguridad de los vecinos,
y respetamos su espacio y tranquilidad? ¿Cuidamos de los jóvenes, sean
familiares o no?
Me parece que un gobierno municipal
eficiente es aquel que cuenta con una ciudadanía responsable que cumple con sus
obligaciones y es exigente de sus derechos. Si damos, recibimos. Si pagamos
impuestos, debemos recibir y, exigir en su caso, el beneficio de los servicios
a los que el gobierno está obligado legalmente a proporcionar. Quid pro quo.
El reciente accidente sufrido por tres
jóvenes estudiantes en el centro de la ciudad nos alerta de posibles eventos de
la misma naturaleza y nos sentimos molestos, indignados y cívicamente
conmovidos por lo ocurrido. Pero la solución de éste u otros problemas no corresponde
solamente a la CFE o al ayuntamiento. Debemos ser una ciudadanía activa,
vigilante y denunciante de los problemas reales o posibles y así responsable de
la parte que nos corresponde en el destino de nuestra casa común, la ciudad de
Hermosillo.
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