“Supongo que el único momento en que la mayoría de la gente
piensa en la injusticia es cuando les sucede a ellos” (Charles Bukowski).
Usted sabe que no se le pueden pedir
peras al olmo, o al menos está enterado de que tal solicitud jamás tendrá
sentido en la realidad, de suerte que cualquier reproche, reclamación o
expresión de disgusto sale sobrando. La realidad es, independientemente de
nuestra conciencia.
Lo anterior que suena más o menos lógico
pero críptico se debe a que no hace mucho estábamos gobernados por una
cleptocracia que hacía de las suyas en el orden federal, estatal y municipal,
llevando al límite la paciencia de una gran mayoría de ciudadanos que optaron
por lo que se debió hacer desde hace algunos sexenios: darle una patada en el
trasero al PRIAN y fauna que lo acompaña.
A estas alturas, porque llevamos la
mitad del año con otra administración tanto federal como municipal, en el caso
de Sonora, aún no obra el milagro de la transformación del agua en vino y la
multiplicación de los panes y los peces, habida cuenta las grandes y poderosas
inercias y la compleja trama de intereses y complicidades que todo sistema
basado en la corrupción de unos y la indolencia de otros promueve y defiende;
sin embargo, se percibe un cambio en el discurso y hay acciones que permiten
vislumbrar un mejor futuro.
Como usted se habrá dado cuenta, el
camino del actual gobierno está plagado de obstáculos que implican acciones
legales para impedir que las promesas hechas en campaña aterricen en acciones y
resultados concretos. Ahí tiene usted la furibunda oposición a la Ley de
Austeridad que, curiosamente, han encabezado los propios integrantes del Poder
Judicial, donde los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
defienden como gatos boca arriba sus jugosos sueldos y prestaciones, su calidad
de intocables legales de acuerdo con su muy particular interpretación de las
normas. En Sonora, como usted recordará, hubo cambios de última hora en la
Constitución para restar facultades al Congreso.
La gran batalla que se libra en la
actualidad mexicana es la de un régimen que concede privilegios inauditos a los
negocios privados a costa del interés público, pasando por un esquema de
corrupción institucionalizado y sostenido en cada gobierno que protege a los
delincuentes y castiga, margina y silencia a los opositores que creen en el
estado de derecho y la soberanía nacional, frente al impulso ciudadano que
promueve el progreso, la justicia y la inclusión representado por el nuevo
gobierno. Pasado y presente cara a cara, decidiendo nuestro futuro como nación.
Si el debate nacional gira en torno a la
reacción de México frente a las amenazas internas de un sistema que huele a
putrefacción, no pueden quedar excluidas las muy importantes y determinantes
condiciones del contexto internacional. Ante las amenazas de terrorismo
arancelario México debe diversificar sus mercados y promover o reactivar
alianzas estratégicas y productivas con países distintos a Estados Unidos.
En el interior, es imposible ignorar que
somos un país geográfica y culturalmente diverso, donde la acción pública debe
tomar en cuenta la complejidad de nuestra sociedad y avanzar siempre en la
búsqueda del bien común sin dejar de considerar y respetar las tradiciones,
costumbres y valores locales y regionales; es decir, buscar la unidad en la
diversidad para el progreso de todos.
Lo anterior no tiene nada que ver con la
exigencia de ciertos grupos de interés que pretenden seguir gozando de los
mismos niveles de impunidad a que están acostumbrados, pues están bastante
lejos de la sana intención de preservar la paz social con justicia y equidad y,
en cambio, postulan la inmovilidad del gobierno para no “pisar callos” y que siga
siendo cómplice y patrocinador de la ganancia privada a costa del interés
público.
Los neoconservadores de guarache estaban
acostumbrados a que el gobierno les aportara dinero para programas “sociales”
sin responsabilidad alguna; recursos inagotables para el fomento de la
“producción”; consideraciones especiales porque “creaban fuentes de trabajo”;
disposición ilimitada de los recursos regionales porque “alentaban la
competitividad y el empleo”; Concesiones a particulares asociadas al cuidado de
infantes “en apoyo la cobertura que el gobierno
no puede alcanzar”, mientras que en el sector público se tienen
subejercicios constantes, fugas importantes de dinero por pago de equipo, materiales
de curación y medicamentos con sobreprecios, subrogaciones de servicios
hospitalarios y de farmacia, entre otros que pasan por el manoteo inmobiliario
en los ayuntamientos y la privatización de los servicios públicos por vía de
concesiones que incluyen patente de corso.
Sin duda el amafiamiento político y la
anarquía administrativa maquillada con complejos ejercicios de simulación de
corruptelas han sido ventanas muy grandes de oportunidades de enriquecimiento
bastante explicable, aunque tomados por muchos como parte de la “normalidad”
que aspiran mantener.
Vemos en la actualidad ciertos grupos de
ciudadanos “apartidistas”, de preocupados políticos ahora “de oposición
responsable”, de damas caceroleras vestidas de blanco y con chaleco, de
productores indignados por la suspensión de los apoyos, de artistas telenoveleros
abanderados de la mediocridad mediática que se proclaman “decepcionados”, de
“periodistas” huérfanos de moral y de chayote, de organizaciones patronales que
se rasgan las vestiduras alarmados por el “desorden” y advierten sobre una
“dictadura” pero que, pese a todo lo dicho, no pueden realmente negar que la
corrupción política y administrativa inherente a un modelo de relaciones
económicas centrada en el mercado y el individualismo más rapaz es,
esencialmente, inhumana, excluyente y criminal. Entonces ¿qué defienden, sino
la perversidad de un sistema que los hace tanto víctimas como cómplices?
Debemos entender que la capa de suciedad
oculta en verdadero color de las cosas, y que el esfuerzo actual es el de
limpiar la casa. ¿Por qué no apoyar los programas y las acciones que nos
ofrecen la posibilidad de una mejor expectativa de vida?
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