“La actitud es una pequeña gran cosa que hace una gran diferencia” (Winston Churchill).
Parece interesante el panorama postelectoral mexicano, y no sólo eso, ya que ha despertado curiosidad internacional y, desde luego, la consabida preocupación de parte del gobierno del vecino del norte por el rumbo que toma México tras la jornada electoral, y los peligros que entraña para el Norte tener un socio que quiera mandarse solo.
Para el establishment gringo resulta traumática la idea de que una pieza de su traspatio pueda tener voluntad propia, concebir planes y escenarios que huelan a soberanía nacional y dominio de sus recursos naturales, incluida la administración de su espacio terrestre, marino y aéreo.
La democracia que predica es la envoltura retórica de la dominación mediante reglas que sólo benefician a quien las dicta, por eso en el nivel internacional la Casa Blanca se empeña en hacer ver como normales e incluso necesarias para la “seguridad nacional” e internacional las continuas intervenciones políticas y militares que despliega fuera de sus fronteras.
En este contexto, tener alrededor de 800 bases militares en el planeta y controlar importantes medios de comunicación, así como la maquinaria de producción ideológica y conductual en forma de cine, televisión y plataformas, forma parte de su línea de defensa a la que el resto de naciones no puede aspirar a detener o limitar, sino simplemente reproducir, so pena de ser catalogados como enemigos de la “democracia”.
Entonces, el discurso nacionalista e independiente que pone el acento en la soberanía nacional y la legitimidad de los gobiernos electos democráticamente, obligados constitucionalmente a proveer lo necesario para el bienestar de sus pueblos, choca frontalmente con quienes se sienten los dueños de la democracia y las decisiones soberanas del resto de las naciones.
El resultado es la andanada de artículos editoriales y análisis de expertos en la gran prensa global anglosajona (Wall Street Journal, Washington Post, por ejemplo), que señalan acusadoramente ese exceso de democracia observado en la elección mexicana del 2 de junio, a pesar de los esfuerzos y las ingentes cantidades de recursos para la campaña de la oposición, gastados en ejércitos de bots, trols, comentócratas, artistas y científicos huérfanos de apapacho y personajes momificados en diversas televisoras nacionales, sin dejar de lado las “organizaciones ciudadanas” con fuerte olor partidista financiadas por el USAID.
Sesudos análisis advierten del daño que pueden ocasionar los ciudadanos empoderados mediante el voto, de suerte que las eventuales reformas constitucionales propuestas por AMLO pueden ser “anticonstitucionales” en la medida en que afecten el sistema que permite el desbloqueo de cuentas bancarias y la liberación de delincuentes de cuello blanco y no tan blanco.
Así pues, en el marco de los intereses extranjeros, ¿cómo afectar la maquinaria legal (sic) que inhibe el desarrollo del acaparamiento, los fraudes, el enriquecimiento “inexplicable”, el tráfico de influencias y las oportunidades de ganancia de los inversionistas extranjeros que pegan mordidas al territorio nacional por vía de explotaciones mineras y el uso discrecional del agua?
¿Cómo vamos a “hacer América grande otra vez” si hacemos valer nuestra soberanía y el imperio de las leyes? ¿Si nos negamos a ser un traspatio del Imperio del Norte y se combate la corrupción?
Lo cierto es que el pueblo votó por impulsar los cambios propuestos por AMLO en forma de iniciativas de reforma constitucional que apuntan a corregir el desmadre neoliberal y sus excesos, lo que parece asustar a los que optaron por apoyar intereses ajenos a la transformación nacional, aunque sintonizados con las expectativas comerciales y políticas del vecino.
¿Tras el voto afirmativo de más de 35 millones de ciudadanos tenemos que someter la voluntad popular a una consulta entre quienes se oponen a los cambios? Ahora, ¿de qué lado está el exceso? No confundamos democracia con democratismo, algo así como la diarrea política que sirve para que haya cambios tan aparentes como para que nada cambie.
Algunos sabiondos de tertulia televisiva afirman que la economía puede sufrir severos daños si nos empeñamos en perseguir el interés nacional, y que más vale seguir el pulso del mercado. El detalle está en que el país no es una mercancía, como tampoco lo es la soberanía popular ni las libertades ciudadanas.
¿Sacrificar nuestro desarrollo y democracia en favor de los intereses del capital internacional es transformador? ¿La paridad cambiaria determina totalmente nuestras expectativas económicas como país independiente? ¿El mercado puede más que el interés nacional expresado en el “Plan C”?
¿Debemos dar respiración artificial a la oposición claudioequisista porque somos muy democráticos? ¿Hay que darle el micrófono y el tiempo-aire al PRIAN tras su derrota en las urnas? ¿Acaso México no decidió? ¿El pueblo está pintado, o qué? ¿Se va a abrir un nuevo capítulo de concertacesiones, según el manual político del Salinato? De ser así, ¿a qué estaríamos jugando?
En congruencia política y programática con el proyecto de la 4T, la iniciativa de reformas debe continuar y decidirse por la afirmativa en el seno del Congreso de la Unión, y no en las pasarelas mediáticas tan del gusto de la derecha neoliberal. Más seriedad.
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