“La soberanía nacional significa, primero, el derecho que tiene un país a que nadie se inmiscuya en su vida” (Che Guevara).
Los productores y exportadores michoacanos celebran que el aguacate sea casi un producto básico en la cultura gastronómica de temporada en los Estados Unidos, país que recibe 130 mil toneladas cuyo destino final es Las Vegas y Los Ángeles, entre otros puntos importantes.
Gracias a este suculento fruto mexicano, indispensable para asociar el deporte con la ingesta de guacamole, entendido por algunos como una forma de “exportar nuestra cultura”, los aficionados seguidores de las acciones del Super Tazón de la NFL, pueden babear de gusto mientras comen y beben y vuelven a beber (La Jornada, 09/02/2024).
El deporte ligado al guacamole hace posible que algo así como 66 municipios michoacanos puedan vivir la bonanza exportadora, sin reparos por parte de la autoridad fitosanitaria gracias a la inocuidad certificada y, quizá, por la necesidad de atiborrar del llamado oro verde las entusiastas panzas de los aficionados.
El caso es que muchas familias dependen de la exportación del producto, y muchas tierras cambiaron su vocación agrícola en aras de satisfacer la demanda temporalera donde el choque de los equipos, el juego de los patrocinadores y la voracidad de los corporativos se conjuga para hacer del terreno de cultivo el escenario donde el dinero y la influencia del crimen organizado se liga a la calidad de tributario agrícola al servicio del Imperio.
En este contexto, el oro verde michoacano hace juego con el dólar de las remesas que los expulsados envían al país como prueba intercambiable de su esfuerzo productivo allende el Río Bravo.
Así pues, exportamos aguacates, entre otros productos agrícolas cuya ausencia o carestía en el mercado local certifica el hecho de que somos un país agroexportador, o primario exportador, si se prefiere, incluyendo a los individuos o las familias que salieron de nuestro territorio en busca del trabajo y las condiciones de vida que buscan mejorar.
Tenemos una idea bastante masoquista en materia económica, ya que la producción nacional mira hacia el exterior, hacia la exportación, antes que la satisfacción y ampliación del mercado interno: se exporta el mejor producto y aquí se comercializa el defectuoso, el de menor tamaño, el menos suculento, porque el consumidor local está por lo que le toque en el juego de poder que se expresa en el mercado.
Sin duda es de celebrarse el éxito exportador y la derrama económica que riega las arideces existenciales de miles de bolsillos michoacanos, siempre y cuando se ignoren las gordas cuentas corrientes de los ganones dedicados a la explotación de regiones enteras sometidas a cacicazgos de horca y cuchillo que capitalizan el esfuerzo campesino y la parálisis de las autoridades municipales ante la disyuntiva de silencio o cuello.
En medio del jolgorio deportivo, tras el escenario colorido de este evento estelar de la cultura angloamericana, también actúa en silencio el inmigrante agrícola, y el nuevo siervo de la gleba atrapado en su miseria de este lado de la frontera, cultivando aguacates que sólo verá pasar rumbo a la frontera norte, destino de personas y frutos convertidos en productos del desarraigo, víctimas de la idea de que el mercado es, y debe ser, de sur a norte, como fatalidad de traspatio geopolítico.
La sujeción al extranjero nada tiene que ver con el libre comercio y sí a las reglas que impone la hegemonía unipolar, basada en la calidad autoasumida de ser “el único país indispensable”, el garante de la democracia y las libertades planetarias.
El imperio exige y espera gratitud y mansedumbre, materias primas minerales, vegetales y animales; trabajadores de distintas calidades y, sobre todo, la satisfacción de cualquier fantasía de dominación. En este contexto, la política comercial o industrial nacional debe estar dirigida a resolver la necesidad de insumos para el aparato productivo o comercial del norte.
El aguacate por la temporada, así como en su momento el tomate, el camarón, el atún, las hortalizas y cualquier producto, sea animal o vegetal, está sujeto al interés del aparato digestivo extranjero, lo mismo pasa con los metales y demás minerales estratégicos, como el Litio, o como los hidrocarburos, o como el propio territorio nacional que debe servir como vía franca del gas texano hacia Europa y Asia, cruzando por Sonora hasta Puerto Libertad, haciendo el caldo gordo al afán de dominación y competencia contra Rusia y China.
Así pues, en la lógica de los propósitos de cambio, cualquier proyecto político, económico o social deberá pasar por una revisión seria y detallada de los hilos de la dependencia externa, de las propias capacidades nacionales, de las leyes y reglamentos necesarios para garantizar nuestra soberanía y nuestro progreso; asimismo, de la forma y manera en que se organiza nuestro gobierno y administración pública.
La soberanía plena y el dominio nacional sobre su destino y recursos no deben, como el aguacate, depender de los gustos y antojos del exterior, y su ejercicio no debe estar condicionado a intereses ajenos a los propios.
Ninguna inversión extranjera puede pagar el valor de la independencia, la libertad y la soberanía nacional. Ninguna.
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