“Si no tenemos Seguridad Social, nuestros ancianos vivirían más que nada en la pobreza. Tendrías a otros 18 millones de personas en la pobreza” (Michael Moore).
El mero día de la Santa Cruz, en el que se celebra la labor de los albañiles, hubo convocatoria multitudinaria en el centro de convenciones Expoforum, enorme lugar que da un toque versallesco a cualquier acto donde se requiera una muchedumbre cuyo tiempo y disposición esté determinada por la necesidad y la oportunidad.
El “evento” a realizar fue la entrega de las nuevas tarjetas del Banco del Bienestar a los beneficiarios del programa para adultos mayores, en sustitución de aquella empleada desde su incorporación al programa, Azteca, por ejemplo.
En mi caso (ya que soy uno de los suertudazos por vivir mi adultez mayor en esta etapa de la historia nacional) había previamente recibido llamada telefónica señalando que la cita era a las 11 AM. Llegué 20 minutos antes y, para mi sorpresa, me topé con una fila impresionante, enorme e inmóvil.
Me enteré de que a todo mundo lo habían citado a esa hora, que los accesos al Expoforum estaban cerrados, que estaban esperando a los encargados para que abrieran, que la fila avanzaría una vez que este asunto se resolviera.
Tras una hora de espera, agónica para muchos que se movían con dificultad por edad, cansancio o enfermedad, pudimos llegar al acceso al recinto, entramos para ser ubicados por orden de almacenamiento en unas sillas que debían se ocupadas: a cada asiento una nalga.
Los “servidores de la nación” revoloteaban entre las filas, recogían documentos y entregaban la codiciada tarjeta del “banco de los mexicanos”, a un ritmo que denotaba eficiencia y cuidado, en medio de mensajes de audio cuyo volumen era sospechoso de ser un arma de confusión masiva.
Entre las idas y venidas de los “servidores de la nación” y algunas imágenes promocionales en las pantallas dispuestas en el recinto, se oía de vez en cuando la advertencia de que “ya está por iniciar el evento”, y que los pacientes abuelos cautivos deberían permanecer en sus lugares.
Cuando todo iba fluyendo, salió el peine de a qué se referían con el “evento”: llegarían “las autoridades”, entendido por esto el gobernador, la secretaria federal del Bienestar, la local de lo mismo y el delegado Taddei. Los eventuales abucheos no se hicieron esperar.
Así pues, se suspendió la entrega real de tarjetas para dar paso a la “entrega simbólica de tarjetas”, al mensaje de cada uno de “las autoridades” que nos regalaron una buena selección de lugares comunes, un anecdotario personal “a ras de tierra” en una especie de baño de pueblo aguado y redundante.
Media hora después pudo continuar el acto formal de la entrega de tarjetas, con lo que se evaporó el ridículo retaque protocolario que quiso pasar por ser el “evento” principal. Cerca de las tres de la tarde salí con mi tarjeta y la grata impresión de que los llamados “servidores de la nación” cumplen con seriedad y entusiasmo su tarea.
También me quedó la impresión sebosa y molesta de que las “entregas simbólicas” son una vacilada de cara a la entrega física de las tarjetas. Es decir, el evento con autoridades no tenía sentido, salvo para subrayar la generosidad del asistencialismo gubernamental y cómo funciona la barita mágica del presupuesto.
Ahora, si la pensión para adultos ya es un derecho constitucional, entonces ¿para qué se necesitan actos versallescos con fuerte tufo neoliberal donde se quema incienso a la figura del mandatario, del alto funcionario, del burócrata de medio pelo que se placea en el Expoforum?
Me queda la sensación de que el presidente López Obrador no tiene equipo, salvo un grupo de chapulines y trepadores que hacen lo que mejor saben hacer: reciclar las viejas prácticas del asistencialismo con fines de autopromoción. Triste papel.
Totalmente cierto, más claro no se puede comentar; qué función circense estaría de mejor ver, la entrega de tarjetas o la corona del rey , en lo personal no tengo preferencia, estoy en desacuerdo con ambos acontecimientos
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