“Igualdad de derechos para todos, privilegios para nadie” (Thomas Jefferson).
Avanza la colocación de árboles de navidad y la parafernalia propia del caso, en medio de llamados al escepticismo invernal producto de la pluralidad; es decir, de las diversas formas de entender que “no somos nada” y que debemos dar gracias por conservar el alma pegada al espinazo, sea en la ruta del cristianismo o de cualquiera de las opciones que presenta la historia occidental y más allá.
Lo cierto es que el solsticio de invierno (21 de diciembre) da la voz de arranque para el frío oficialmente instalado en nuestro hemisferio y la serie de películas, series y videos que conmemoran la consagración invernal del American Way of Life; es decir, los motivos que provocan los sentimientos consumistas que nos invaden cada ciclo anual y la imagen edulcorada de lo que debemos sentir y apreciar, hasta parecernos lo más posible a esos ejemplos de la blanquitud anglosajona que sirven de inspiración en las navidades porque, ¿qué haríamos sin Hollywood?
El espíritu navideño sin relación con el gran comercio internacional de dulces, chocolates, adornos de temporada, postales con paisajes nevados y colores donde predomina el rojo, el blanco y el dorado es algo que escapa de la imaginación formateada en los medios de comunicación convencionales.
Por otra parte, el placer de regalar es tan versátil como lo son las circunstancias, de suerte que lo mismo puede darse un teléfono celular, computadora, una despensa, ropa de invierno, un sistema de misiles Patriot, helicópteros artillados, inteligencia militar satelital para la localización de posiciones enemigas o nuevas y crecientes “ayudas” económicas.
Esto último se ve claro con el arsenal y los recursos económicos, comerciales y políticos que la generosidad del vecino Biden ofrece a la lejana Ucrania, pozo de corrupción y criminalidad disfrazada de soberanía amenazada por la nación rusa.
Pero en tiempos en los que estruendo de los bombazos se mezcla con los sonidos de los villancicos y las palabras de paz “a los hombres de buena voluntad”, México no se queda atrás y va por la apuesta de crear una zona donde la utopía se convierta en acuerdo de una América unida y armónica, con unidad de propósitos y donde el trato sea “en pie de igualdad” según propuesta del presidente López Obrador a Joe Biden (La Jornada, 21-12-2022).
La historia, madre y maestra, nos enseña lo contrario cuando se trata del furor anglosajón por apoderarse y controlar los bienes terrenales y culturales del resto del mundo, y demuestra que los tiburones cuando nadan con sardinas lo hacen con propósitos digestivos.
El trato con “pie de igualdad” es una bella reinterpretación de la realidad vivida en Latinoamérica, Asia, África y la misma Europa en su relación con Estados Unidos, porque lo real es que los gringos tratan con el pie a todos por igual. En ese sentido sí hay pie de igualdad.
Si se les ofrece participación en la explotación y aprovechamiento del Litio, de la infraestructura aduanal, portuaria, energética, entre otras concesiones y prácticamente complicidades estratégicas, en la lucha por las ventajas territoriales ligadas al “nearshoring” acicateado por la guerra provocada por Occidente en Europa del este, es claro que el T-MEC tendrá una mayor utilidad para fines de estrategia militar y comercial en el actual contexto bélico.
Lo curioso es que la sintonía de la entidad mediante el Plan Sonora con los proyectos tecnológicos que se llevan a cabo en Arizona, sirve para visualizar una relación estratégica de apoyo a una economía que no es la nuestra, donde se formalizan los ejercicios natatorios de los tiburones con las sardinas y pareciera que México está proponiendo la apertura de la despensa latinoamericana a las mandíbulas del norte.
Si se espera que a los vecinos del norte les vaya bien en la pugna económica y política mundial para que nos vaya bien a nosotros, sería algo así como esperar a que los ricos se hagan más ricos para que algo nos gotee en el sur de la frontera y en los estratos de uno a tres salarios mínimos. Lo anterior es una forma típicamente neoliberal de ver la economía, después de todo unipolar.
Abrir la puerta de las inversiones a unos y cerrarla a otros no es precisamente una actitud favorable al libre comercio y sí una forma facciosa de apoyo a unos en detrimento de otros. México parece inclinado a favorecer tratos comerciales en la lógica de los intereses de EEUU, con lo que la posición pacifista y “ecuménica” de la política exterior sufre un severo mordisco a su integridad y congruencia.
Sigo pensando que la mejor utopía, anclada en nuestra historia, es que México debe mirar al sur, unirse y comprometerse sin ambigüedades con la América Latina y el Caribe, y luchar unido con los demás integrantes de la Patria Grande, no sólo en materia de asilo coyuntural, del trato humanitario a los migrantes, de respaldo político a tal o cual gobierno de la región, sino en la construcción y fortalecimiento de mecanismos integradores en lo económico y político, y estoy de acuerdo con la idea de que la mayor expresión del crimen organizado son las transnacionales. A México y a los demás nos consta y, sin embargo, se les siguen dando concesiones.
La paz navideña, para ser, puede pasar por Hollywood, pero sobre todo debe hacerlo por tierras yaquis, seris, purépechas, rarámuris, mayas, por nuestra historia latinoamericana compartida y por compartir. La navidad para ser auténtica debe tener raíz e historia, y no ser un traje rentado a la hora de tomarse la foto familiar.
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