“Sólo el más sabio o el más estúpido de los hombres no cambia nunca” (Confucio).
Bueno, pues ya se percibe a menos distancia el aguinaldo, las posadas y los excesos que forman parte del caldo de cultivo de la llamada cuesta de enero, tiempo de angustias económicas y raspones morales necesarios para hacer promesas, formular propósitos y lamentar resbalones conductuales por algunos meses.
Las bajas temperaturas nos animan a sacar de algún lugar los sacos, chamarras, suéteres y bufandas arrumbadas, fuera de la vista de los propietarios que en el resto del año buscan acalorados un minisplit que acoja sus angustias climáticas.
El fiero verano sonorense propicia alabanzas y loas al subsidio de la electricidad, y justifica plenamente que la autoridad estatal gestione paliativos económicos en favor del enflaquecido presupuesto familiar.
Así pues, tenemos condiciones que se acentúan como perversas gracias a la distribución selectiva del agua y el espacio aprovechable para habitación o producción de alimentos que, con criterio fenicio, privilegia a los desarrollos inmobiliarios, las industrias refresqueras y cerveceras, la agricultura industrial, la minería de cobre o las conveniencias internacionales, que ahora apuntan hacia el Litio.
Aquí resalta el hecho de que somos un estado libre y soberano integrante de la federación mexicana, pero con una seria tendencia a engancharnos al carro de “América”, y celebramos las buenas relaciones con Arizona, que un día garrotea inmigrantes y otro los expulsa humanitariamente, mientras nuestros gobiernos hablan de alianzas estratégicas y de integración de tiburones con sardinas.
Un día se promueve la posibilidad de algún encuentro “de alto nivel” con autoridades de Arizona, California y Nuevo México para hacer más competitiva la “región global”, mientras que otro se lamenta el abuso y la ausencia de madre de la política de inmigración del vecino del norte y que opera la nefasta Border Patrol.
Por alguna extraña razón las autoridades mexicanas se sienten obligadas a rendir pleitesía al güero vecino, aceptar o sugerir oportunidades de fortalecer el lazo de unión que encadena el futuro de México al obeso y flatulento Norte Global, como si no fuera opción integrarnos al sur. Junto con Centro y Sudamérica somos una sola región con historia, lengua y destino similares y promisorios en la medida en que lo entendamos.
Sorprende la insistencia de sostener a como dé lugar un modelo de relación internacional vertical-descendente; es decir, uno donde la hegemonía de uno se sostiene gracias a la fuerza de la coacción política, militar y económica que actúa en perjuicio de los demás, con la tragedia de que los afectados se sienten obligados a trabajar para el opresor.
En
este marco de por sí deprimente se puede ubicar la compulsión de compartir los
beneficios, si los hubiera, del Litio, la posición geográfica y los recursos de
Sonora con el vecino del norte. Como si no hubiera otras opciones.
Si hablamos de modernización de la infraestructura portuaria, ¿por qué pensar que será para lograr que Guaymas sea el puerto de salida de Arizona? ¿Por qué pensar en instalar plantas de licuefacción de gas en beneficio de las exportaciones gringas?
Ya pasamos por la generosa oferta de vender gasolina barata a los vecinos, subsidiada por México. También por los anuncios auspiciosos de una posible venta de la energía producida en los campos de paneles solares instalados de este lado de la frontera, a California o Arizona. Ya logramos sacarle una sonrisa al embajador y al representante de Biden en materia de cambio climático. Ya trascendió internacionalmente el “Plan Sonora”. Ya figuramos en el mapa de la transición energética. Pues muy bien.
El argumento de la transición energética suena bien y los horrores del Dióxido de Carbono convencen a cualquiera, salvo a los árboles y las plantas que lo necesitan para alimentarse y crecer (sin CO2 no habría plantas). Los males del petróleo y sus derivados chocan con la bondad de los ingresos petroleros y las emociones de la lucha furibunda de los vecinos del norte por apropiarse del petróleo planetario, mediante invasiones, bombardeos humanitarios y democráticos golpes de estado.
Sigo prensando en que las relaciones de México con el exterior se deben diversificar y canalizar hacia el impulso de la multipolaridad, donde el respeto mutuo sea la clave de la relación, y que no es razonable permitir que un embajador o cualquier diplomático sostenga una agenda fuera de los límites establecidos por las normas nacionales, y exhiba un protagonismo no sólo lamentable sino insultante.
Si bien es cierto que el margen de maniobra de México se vio reducido dramáticamente por la gestión apátrida de los gobiernos anteriores, el breve espacio conservado no debe pulverizarse por concesiones que afecten nuestra independencia y soberanía.
En estos tiempos no se concibe un país aislado. Las relaciones comerciales multilaterales son sanas y necesarias, por eso se debe evitar caer en garras de la unipolaridad que se ha sostenido a sangre y fuego, y ha condenado al mundo a una sórdida marginación e injusticia a pesar del importante desarrollo tecnológico y científico de la humanidad.
Así que… ¿cómo aceptar que se imponga al país la compra de veneno transgénico, de agrotóxicos como el glifosato, que la agricultura campesina muera por obra de la industria y el mercado que homogeniza la producción y combate la biodiversidad con bombas químicas y comerciales? Ningún tratado debe coartar el desarrollo independiente del país.
Si ya nos empezamos a poner decembrinos, que sea en favor de los nacional… Digo.
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