lunes, 28 de diciembre de 2020

El último y nos vamos

 "No hay que romper el encanto de los desconocido” (Enrique Jardiel Poncela).

 

Estamos al final del año, año terrible, traumático, de despellejamiento de una sociedad acostumbrada a las inercias, a la protesta comodona a dos nalgas frente a la pantalla que palpita con ritmo cibernético y acuna sueños heroicos sin ensuciarse las manos. Todo sea por la sana distancia.

Las heridas sufridas por el desgarramiento de la piel indolente y valemadrista calan hondo, se mantienen abiertas pero resilientes. Nada resiste a la inercia, porque seguimos haciendo lo mismo que en épocas normales, nos seguimos lanzando a la calle porque la casa es aburrida y el trabajo termina a determinadas horas. Nos asumimos como una raza inmune a los virus, a las bacterias, a la carcoma de las responsabilidades sociales.

No acatamos las reglas de prevención porque cualquier rato algo pondrá el punto final de una vida que se pierde pero se recuerda y se convierte en referencia, en tema de conversación, en dato estadístico que describe una trayectoria y marca un hito en la curva de los contagios que terminaron en muerte, convirtiendo al difunto en víctima, en argumento de crítica ratonera a las autoridades de salud que, por definición, toman decisiones tarde y en forma equivocada, como un ejercicio siniestro de la incompetencia con autoridad ejecutiva.

Aquí no importa si el muerto fue irresponsable, confiado, negacionista, despistado, manipulado informativamente, ignorante o necio. Lo que importa es que tenemos un muerto más que restregar en la cara del funcionario de salud, a la autoridad que a veces sabe lo que hace y en otras lo intenta averiguar.

El ensayo y el error son las dos partes de una ecuación que vemos reducida al absurdo todos los días cuando exigimos exactitud, precisión milimétrica en la descripción, tratamiento y resultados de un fenómeno que azota al mundo y que es nuevo, desde el punto de vista clínico.

La autoridad sanitaria federal ha emitido desde el inicio ciertas recomendaciones, restricciones, medidas precautorias asociadas a determinados momento de la epidemia, pero nosotros somos mucho más que una epidemia ocasionada por la dispersión de un bicho microscópico, una cosita de nada.

¿Nos vamos a paniquear por algo que no vemos, no tocamos, no olemos y que ni ruidos hace? Las calles del centro comercial, los grandes almacenes, los pequeños y grandes negocios no paran de funcionar, “con las precauciones del caso”, con el seguimiento de protocolos que formalmente sirven para contener lo invisible, sin embargo seguimos registrando enfermos, muertes y recuperados.


Nos enteramos que llega la vacuna, pero ni ese chile nos embona. Se nos hacen pocas las dosis, impreciso el programa, opaco el calendario, difuso el resultado, y sin embargo vemos que se mueve a contrapelo de nuestra incredulidad, con la sana distancia que la oposición guarda respecto al gobierno y la tremenda cercanía de partidos antagónicos que se unen en amasiato electoral.

Los virus cuentan y cuentan mucho, no así las razones que abalan la estrategia del gobierno federal a pesar de las evidencias en contra; por eso la oposición se nutre de muertos, del número de contagiados, y calla por obviedad la cuantía de los recuperados, la ampliación de los espacios hospitalarios, la capacitación del personal de salud, los acuerdos y apoyos entre instituciones… la oposición se nutre de la enfermedad y la muerte.

Ya mero se nos acaba el año, pero algunos quisieran que se acabara el país, que fracasara el gobierno y que volvieran los felices días del chayote, el tráfico de influencias, los negocios a la sombra del poder, la impunidad con “charola”, y el poder del dinero contra las aspiraciones legítimas del pueblo trabajador.

Para algunos es terrible que cerremos el año con un porcentaje menor de inflación, con un incremento en las reservas en dólares, con avances significativos en la recuperación de nuestro espacio económico, con un gobierno sustentado en el apoyo y la voluntad popular.

Tenemos un balance favorable en la cuenta entre los errores y los aciertos, y nadie duda que el país se mueve, a pesar de la intensa labor de sabotaje que los empresarios de Coparmex y otros interesados en la carroña (como los comunicadores de la infodemia), trabajen con gran dedicación.

El espíritu navideño y la nostalgia por el año que casi termina nos invade, la estrella de Belén pudo verse como augurio afortunado o cuando menos esperanzador y, como ya se dijo, los aviones cargueros de DHL con la vacuna ya empezaron a aterrizar en el aeropuerto internacional de la CDMX.

Pronto estrenaremos año, quizá una nueva cepa del virus… pero aquí estaremos de observadores acuciosos de los amasiatos electorales entre partidos antagónicos pero dispuestos a “rescatar a México” de las garras del cambio, de ese horrible golpe de timón que nos aleja de las aguas tranquilas de la corrupción y las complicidades, fuente de riqueza y palanca de la discrecionalidad a que llegamos a acostumbrarnos.

Pero la vida es corta, y la Nochebuena y Nochevieja sólo se dan cada año. Celebremos el principio y el fin de algo… lo que esto sea, guardando la sana distancia y con aislamiento precautorio y voluntario; mientras tanto, con este último artículo del 2020, nos vamos.   

 

 

 

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