“La libertad nunca se consigue sin más;
hay que luchar por ella. La justicia nunca se recibe sin más; hay que exigirla” (A. Philip Randolph).
No pasa día sin que los hermosillenses
tengamos un motivo de asombro o de enojo que haga subir la adrenalina y
sintamos como si la realidad cotidiana de los últimos meses fuera fabricada por
algún sociópata, o por algún espantajo de bajos instintos mareado por el pequeño
poder municipal magnificado por su propia vaciedad.
No pasa el día sin que se sepa que
alguna empresa transnacional abusa de la epidemia y envilece el ambiente con subidas
de precios y medidas “sanitarias” por lo menos ofensivas, discriminantes y
francamente imbéciles.
De repente, cualquier burócrata tiende a
dictar medidas coercitivas que hacen más espeso el caldo municipal y entorpecen
la vida de la ciudad, de por sí apanicada y casi resignada a aceptar que las
cosas no son ni serán como antes.
De repente, cualquier gerente de empresa
puede descargar sus frustraciones e insignificancia en empleados o clientes, al
imponer restricciones exageradas al interior del establecimiento y al aforo permitido
por las autoridades de salud.
Tenemos las ridículas disposiciones municipales
de cerrar después de las seis de la tarde los supermercados y tiendas de
conveniencia que, como todo mundo sabe menos ellos, son actividades esenciales
y han sustituido a los changarros de la esquina en muy buena medida; además de
exigir un permiso para circular después de la hora citada, como si estuviéramos
bajo un régimen de excepciones, estado de sitio o cosa parecida, en abierta
violación al artículo 29 constitucional.
El único beneficio que se percibe es el aumento
de la recaudación por concepto de multas basadas en la ilegalidad y el abuso, y
es claro que con ello se viola el derecho constitucional al libre tránsito plasmado
en el artículo 11.
Pero pensemos por un momento en la
situación: la epidemia es provocada por la replicación de un virus, el SARS-CoV-2,
que penetra en el organismo por vía de las secreciones de garganta y nariz que
se expulsan cuando usted tose, estornuda o habla. Pequeñas gotas que salen y
pueden llegar a la cara de otra persona que se encuentra próxima. Por eso se recomienda
guardar la “sana distancia” de 1.50 o dos metros, así como lavarse las manos
con frecuencia.
Si usted está tosiendo o estornudando y
sale a la calle, lo recomendable es que lleve cubrebocas para proteger a los
demás; también cuando se encuentre en lugares donde no sea posible guardar la
distancia. Si presenta síntomas leves asociados a Covid-19, mejor no salga y
permanezca aislado. De sentirse mal, corra al hospital.
Los virus no están flotando en el aire
porque tienen suficiente densidad como para caer “por su propio peso”, así que
no imagine amenazas donde no las hay y centre su atención en las medidas arriba
señaladas.
Los virus tampoco tienen horarios de
contagios, por lo que es ridículo suponer que solamente por la mañana los
carros pueden circular y la gente se puede lanzar a los supermercados, porque
en la tarde y noche los gérmenes patógenos acechan a los hermosillenses para enfermarlos.
El coronavirus puede infectar a jóvenes
y viejos, por lo que bastan las medidas de precaución ya señaladas para
protegerse del contagio, así que establecer horarios de acceso para los mayores
de 55 años es una grave y solemne pendejada. El todo caso es una clara
discriminación por razones de edad que viola el artículo 1, párrafo tercero de
la Constitución, como se reporta que está sucediendo en la transnacional
Walmart, donde se les impide el acceso después de las 10 AM.
¿Sabrán que los virus no tienen horarios
ni propiedades mágicas? ¿Tendrán idea, autoridades y empresarios, que tenemos
un marco legal que nos protege y que lo están violando? ¿Tendrán los jueces y magistrados
la honestidad y probidad suficiente para hacer valer la constitución y dejarse
de bobadas queriendo justificar la ilegalidad por “razones” de la emergencia de
salud?
Lo que queda claro es que hace falta
mucha civilidad, información, responsabilidad y sentido comunitario; también
hace falta serenidad y sentido común en la toma de decisiones que afectan a la
comunidad y, por supuesto, hace falta apegarse a la política de combate a la
epidemia planteada por el gobierno federal, sin politiquería y protagonismos no
sólo inútiles sino desafortunados e indeseables.
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