domingo, 12 de abril de 2020

¿En Sonora se muere más?



“Las multitudes siempre se alimentan de epidemias psíquicas” (Karl Gustav Jung).

El señor secretario de salud de Sonora, el contador Enrique Clausen, declaró oficialmente la restricción obligatoria domiciliaria para todos los habitantes del estado que no cumplan labores consideradas esenciales, de suerte que el resto de la población sólo podrá abandonar su domicilio en caso de provisión de alimentos, medicamentos y bienes de primera necesidad, acudir a centros de salud, a instituciones bancarias, y asistencia a mayores, menores y discapacitados; asimismo los vehículos particulares sólo podrán circular con una persona a bordo y en las calles no se permitirá el desplazamiento de grupos.

Seguramente en la escuela de contabilidad capacitan para ejercer funciones de salud y no dudo que se incluyan conocimientos de epidemiología e infectología, así que me quedo confiado en que, según el funcionario señala, “Sonora registra una tasa de mortalidad de 14%, casi el triple de la media nacional y mundial”, y afirma que “la estrategia Quédate en casa solo ha logrado reducir en 45% la presencia de gente en las calles y espacios públicos cuando requerimos reducir en 85% esta movilidad para que sea efectiva la medida de distanciamiento social y resguardo domiciliario”, y precisó que “hay datos científicamente probados que establecen que para que una vacuna tenga efecto en una comunidad, debe aplicarse cuando menos al 85% de la población, si no, no sirve” (Comunicado del 10.04.2020, Consejo Estatal de Salud).

Sin embargo, la inclusión del argumento “vacuna” más la afirmación de que aquí se registra una tasa de mortalidad “casi el triple de la media nacional y mundial”, para justificar medidas que no se han planteado por parte del gobierno federal y que ni siquiera se han tomado en la Ciudad de México, con alrededor de 20 millones de habitantes considerando su zona conurbada, llama la atención, más si se considera que “mortalidad” es un concepto muy amplio, general, mientras que “letalidad” es específico del fenómeno que actualmente se presenta.

Por otra parte, la estadística puede producir trajes a la medida, dependiendo de la forma en que se manejen e interpreten los datos, de suerte que se deben tomar en cuenta una serie de variables pertinentes que le den validez a lo que se proyecte y, aquí cabe subrayar que el método Centinela aplicado por el gobierno federal y los países afiliados a la OMS ha probado su eficacia para estos menesteres de saber qué hay y cómo va la epidemia.

Respecto a la mortalidad y la letalidad, en el primer caso la gente muere a consecuencia de diabetes, hipertensión, cardiopatías, problemas renales, pulmonares, además de accidentes de tránsito, homicidios, suicidios entre otros; en cambio, el concepto de letalidad nos dice que las muertes son atribuibles, en este caso, al coronavirus. Como se ve hay una gran diferencia. 

No es criticable que las autoridades sanitarias de Sonora “tengan otros datos”, pero resulta un tanto exagerado pretender que estamos en el mero centro de la mortandad nacional e incluso internacional, a juzgar por la cifra aportada por el señor Clausen y que, desde luego, alguien se la puso en las manos.

Pero, independientemente de que a veces es mejor exagerar que desestimar medidas ante una contingencia de salud, siempre deben guardarse las proporciones. Sobre todo cuando no se ha visto mucha aplicación por parte de las autoridades en materia de comunicación y convencimiento de la población, lo cual siempre es mejor que tomar medidas que huelen a un autoritarismo naturalmente rechazable. En el pedir está el dar.

Se hubiera esperado la impresión oportuna y masiva de posters, volantes y labores de comunicación en plazas, centros de trabajo, lugares de concentración ciudadana como el propio mercado municipal recién abierto, las iglesias y cualquier escenario posible, físico o virtual.

Sin embargo, lo que se ha visto es el despliegue mediático de tal o cual autoridad, la parafernalia de los cuerpos de policía y otros en lugares de intersección de vialidades, ciertamente repartiendo impresos informativos, pero sin necesariamente revelar ni imaginación ni creatividad comunicativa. Algo así como montarse en un esquema formal que deja de lado la identidad sonorense y el necesario resguardo por razones de salud y solidaridad.

Las conferencias de prensa resultan aguadas, a veces fuera del contexto, se abunda en cifras entre el impacto mundial, el nacional y el aterrizaje en Sonora suena alarmista y sospechoso. Ni comparación con la precisión y claridad de las que se realizan por parte de Salud federal.

Cabe recordar que las medidas restrictivas ya habían sido acordadas mediante propuestas de los participantes en días previos, y se había emprendido un operativo tipo toque de queda por iniciativa de algunos alcaldes, incluida la de Hermosillo. Da la impresión de que desde el principio se pensó en limitar la vida económica y social sin considerar las condiciones y características de la etapa epidémica en la que nos encontrábamos.

Como arriba se dijo, es mejor prevenir que lamentar, pero en una situación de epidemia las medidas que se tomen deben responder al momento en que se vive y lo que se trata de evitar, es decir, ni antes ni después de ser evidente la necesidad.

Tengo la impresión de que en Sonora hay más nerviosismo que conocimiento de los fenómenos epidemiológicos complejos como el presente. No están mal, pero no necesariamente están bien las medidas por razones de oportunidad y proporción, considerando que la epidemia no se va a parar sino que sólo se va a prolongar al “aplanarse” la curva de contagios.

En este sentido, sigue siendo la mejor estrategia el convencimiento informado, y medidas como guardar la sana distancia, no salir sin necesidad, evitar aglomeraciones y lavarse con cuidado y frecuencia las manos. Lo demás es más emocional que racional.





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