“Entre los individuos, como entre las naciones, el
respeto al derecho ajeno es la paz” (Benito Juárez, 15 de
julio de 1867).
Pues tenemos ahora un “terrible enemigo”
en la parte sur del traspatio gringo: Bolivia ungida como garrote nopalero se
lanza, como perro Chihuahua frente a un PitBull, contra el presidente López
Obrador por el feo delito de hacer valer la política exterior y las tradiciones
diplomáticas de nuestro país. El derecho de asilo es una institución reconocida
por el mundo civilizado y México la ha honrado de manera ejemplar y, en este contexto,
recibió a Evo Morales y albergó en su sede diplomática de La Paz a un grupo de
seis personas que así lo solicitaron.
Aún flotan en el aire farandulezco de
las operetas diplomáticas orquestadas por el golpismo de guarache la diatriba
anti-AMLO de un expresidente boliviano afecto al fascismo llamado Jorge
Quiroga, quien lo llamó “cobarde matoncito”, en medio del aplauso fervoroso de…
él mismo, el golpismo y los infaltables “mexicanos” de derecha onanista que
pululan tristemente en las redes y dan lástima en las marchas y las
declaraciones de los partidos pitufos.
¿El hecho de que México haya recuperado
el respeto por sus tradiciones diplomáticas y mejores prácticas en el ejercicio
de la función pública altera el pulso de la corrupción? Parece que sí.
¿El feo caso de tener un gobierno que
defiende la soberanía y que puede negociar sin perder los calzones ante los gringos
de manera tan fácil como los anteriores, supone un peligro para el narcisismo
de la decadente potencia militar del Norte? Parece que sí.
¿La política social y económica del
actual gobierno arruina los planes de expansión de las fortunas logradas por
tráfico de influencias, corrupción y complicidad con las transnacionales
anglosajonas, le produce agruras y constipaciones a la Casa Blanca, entre otras
casas de citas del capitalismo salvaje? Parece que sí.
¿El hecho de que se esté rescatando la
producción petrolera y de gasolinas, y que tengamos Litio cerca de la frontera
con Arizona le produce taquicardias al empresariado ligado a los “moches” y a
las migajas del extranjero? Parece que sí.
¿La posible bonanza energética mexicana
les retuerce el hígado a los vecinos, como para armar un tango militar so
pretexto del incidente poco claro de la familia LeBarón o algún otro similar?
Parece que sí.
Partiendo del hecho de que estamos en
una “jaula geopolítica” por nuestras condiciones históricas y vecindad con los
gringos, valdría la pena rescatar en serio una perspectiva nacionalista
respecto a nuestras relaciones con el exterior.
Si bien es cierto que la vía diplomática
es la mejor para enfrentar los retos, amenazas y peligros que presenta un mundo
caracterizado por el afán depredador de los recursos naturales de la periferia
económica, de la que Latinoamérica forma parte tanto como África, es prudente
reforzarla mediante el sano ejercicio de la memoria y la defensa de la
identidad nacional.
Tenemos con Bolivia, Venezuela, Colombia
o Perú, como en los otros países de América Latina y el Caribe lazos de
hermandad indisolubles y una relación histórica que está siendo alterada
gracias al entreguismo lameculista de las derechas autóctonas financiadas por
los gringos que trabajan desde sus embajadas y organismos de “ayuda y
cooperación”, actitud prostibularia que tiene su mejor expresión en la actual directiva de la Organización de
Estados Americanos, OEA, que ha sido capaz de olvidar el origen y destino común
que nos hace grandes, haciéndose cómplice del golpismo apátrida que padece
Bolivia.
El gobierno mexicano ha sido consecuente
con la visión bolivariana y, por ende, no acepta al gobierno golpista y reclama
legalidad y transparencia por las vías que el derecho internacional dispone.
El asedio a la embajada mexicana en
Bolivia es una muestra patética de la falta de respeto a las normas más
elementales de coexistencia pacifica entre las naciones, y nos debe convocar a
apoyar nuestra política exterior y defender el derecho de asilo, porque es una
decisión soberana y un ejemplo de respeto a los derechos humanos y a la
legalidad de la que debemos sentirnos más que orgullosos.
¿Nuestra país merece una porra? Creemos
que sí. Digamos una por México.
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