“Una ciudad no se mide por su longitud y anchura,
sino por la amplitud de su visión y la altura de sus sueños” (Herbert E. Caen).
Hermosillo, la populosa capital de
Sonora, tiende a ser un polo de atracción para los habitantes del Estado, como
asiento de importantes instituciones educativas de añeja trayectoria y
consolidada fama, como lugar de oportunidades de trabajo, como lugar para vivir
y formar una familia, como centro político estatal y como escenario de las
luchas que el ciudadano común tiene que librar para ser escuchado y tener
visibilidad en el planteamiento de demandas económicas, políticas y sociales.
La capital se extiende más allá de su
espacio físico y alcanza la imaginación y los sueños de muchos que, expulsado
de sus lugares de origen por razones de pobreza y falta de oportunidades,
llegan con una mano atrás y otra adelante a reclamarle a la vida un pedazo de
suelo, de trabajo y sustento, tranquilidad personal y familiar y acceso a los
bienes que el entorno urbano posee y distribuye.
La ciudad se extiende incontenible
habida cuenta el desarrollo de proyectos inmobiliario que generan nuevos
fraccionamientos y colonias urbanas y suburbanas, ganando espacios que, de manera
legal o ilegal, se convierten en asiento de familias en busca de su patrimonio
en forma de casa propia, así como de mayores ingresos en la cuenta corriente de
los desarrolladores apalancados por apellidos linajudos e influencias
alcahuetas.
En nuestro entorno es común la invasión silenciosa
y continuada de terrenos nacionales y de áreas ejidales, más allá del fundo
legal, a las que de repente les salen dueños, escrituras y compañías
constructoras que pringan el mapa con fraccionamientos de lujo, con lago y
legitimidad artificial, y que se cotiza en alto en los sueños monetarios de los
propietarios y en los de los futuros compradores de estatus social. Recuerde
usted las denuncias ciudadanas en redes sociales sobre terrenos en el antiguo
vaso de la presa A.L. Rodríguez o en el cauce del Río San Miguel, entre otros
ejemplos de impunidad legalizada mediante escritura pública.
Mientras la ciudad crece e ingresa en
las páginas de sociales con inversiones “fifís” por obra y gracia de
emprendedores de renombre local, el centro de la ciudad y barrios de añeja
existencia acusan abandono y desaseo, tanto como nostalgia de otros tiempos
donde el pavimento aguantaba los embates del clima y las circunstancias. Y qué
decir de las colonias urbanas que surgieron como hongos a lo largo de la historia
de nuestros asentamientos humanos con terrenos regulares, legales pero alejados
de la mano de Dios en materia de mantenimiento de la infraestructura vial, de
agua potable y alcantarillado y, en forma sobresaliente, de seguridad pública.
Recientemente los reportes de baches de
mayor o menor tamaño colmaron los espacios y atrajeron la atención de
automovilistas y peatones: caminar por las calles de Hermosillo es como
atravesar una pista de obstáculos, ya que banquetas y vías de circulación vehicular
presentan un espectáculo aterrorizante que apanica al más pintado por ser
invitación a sufrir un accidente con daño patrimonial y físico incluido.
El mantenimiento de la infraestructura
urbana debe ser prioridad para cualquier gobierno municipal, tanto como la de
ofrecer de manera eficiente y continua la recolección de basura. Usted
fácilmente puede imaginar lo que sería de nuestra salud si no hubiera una red
de agua potable, drenaje y alcantarillado funcional que resista las
contingencias del clima y el tráfago citadino. Los ingenieros municipales deben
estar atentos a la prevención del natural deterioro de los servicios a su cargo,
porque servicio que no se mantiene significa un daño a la vida de la comunidad.
Sin embargo, en la Colonia Sonacer, en
la calle Juan de Dios Bojórquez casi esquina con Cerro Prieto, un socavón
abierto desde hacía dos o tres semanas se tragó a un modesto trabajador que
transitaba montado en su bicicleta. Las aguas negras fluían con tal ímpetu que
los rescatistas no avanzaron en busca del infortunado por temor a ser
arrastrados por la corriente. El tremendo hoyo sigue tan campante, abriendo su
boca en busca de nuevas víctimas. Del infortunado ciclista sólo se sabe que
vestía en forma modesta, que montaba una bicicleta roja que quedó como testigo
en el lugar de los hechos.
Hermosillo crece, pero no se desarrolla
de manera integral por cuanto que hay zonas de exclusión. Cubre más espacio
pero la calidad y cobertura de los servicios no lo hace en la misma proporción,
generalidad o velocidad. Urge replantear la política presupuestal y de
financiamiento de la obra pública; es urgente implementar mecanismos de
concertación ciudadana que permitan mejorar la recaudación de impuestos,
derechos y aprovechamientos. La hacienda municipal debe fortalecerse y los
ciudadanos debemos apoyar el esfuerzo recaudatorio de la autoridad municipal.
El socavón no sólo se traga la tranquilidad ciudadana y la fluidez vial, se
traga la confianza del ciudadano en la capacidad de respuesta de quien gobierna.
Tanto el problema como la solución es asunto de todos.
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