“El
precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres” (Platón).
En esta primera visita
presidencial de AMLO se han agitado las aguas de la corrección política porque
se oyeron abucheos ante la presencia o mención del gobernador en turno. Desde
luego, surgió la hipótesis de que habían sido orquestados, programados y hasta
exigidos por aviesas manos políticas de intolerancia a la ahora oposición, es
decir, a los políticos del régimen que fue vencido en las elecciones federales
próximo-pasadas. Algunos, como nuestra Claudia, al parecer fueron rodeados de
una especie de blindaje, al apresurarse los priistas a colmar espacios y
posicionarse con gargantas afinadas y matracas dispuestas a contrarrestar las
posibles muestras de repudio y así sofocar la indignación popular. El que grita
más fuerte gana el concurso del día consistente en maquillar el registro del
sonido en las grabaciones.
Como ha trascendido, algunos
gobernadores han dicho que no estarán presentes durante el acto público de la
visita presidencial por aquello de evitar que se desaten los gritos y la
iracundia popular, porque una mala gestión y su cauda de abusos debe ser del
consumo exclusivo de las víctimas que deben conformarse con rumiar su malestar
en privado o en círculos alejados de los medios de información, porque las
protestas afean el glamur del evento y arruinan la imagen del gobernante local.
¿Cómo recibir en vivo y a todo color el rechazo del pueblo cuando la costumbre
es el aplauso, las porras y la calidez domesticada de la masa agradecida por la
torta y el refresco de ocasión? ¿Acaso no se han inaugurado tramos de calle o repartido
espejitos y cuentas de colores entre los pobladores más necesitados de salir en
la tele o en los boletines de prensa? ¿Puede, ante la maravilla de tener una
gobernadora, tener algún peso negativo el haber modificado a modo la
Constitución local para restar poder al Congreso del Estado?
Al parecer es más importante conservar en
el aire la figura holográfica antes que permitir la materialización de los
defectos, torceduras y perversiones del personaje real ante los ojos de quienes
deben ver solamente el traje del emperador, esa envoltura que da el poder, capaz
de convertir sapos en príncipes y desnudos patéticos en ricas vestiduras.
El temor a la crítica sin bozal y la
afanosa indisposición del gobernante a recibir la condena popular frente a la
prensa que escapa de las manipulaciones y trapacerías locales genera reacciones
cursimente defensivas, pero que de ninguna manera son capaces de persuadir a
nadie de que las cosas van bien y de que la crítica es infundada y facciosa, a
pesar de que el propio presidente ha tratado de hacer el quite a los gobernadores
señalados por quienes se sienten agraviados.
Se entiende el discurso de la “reconciliación”
pero ¿acaso no es un logro colectivo materializado el pasado 1 de julio que el
ciudadano ejerza libremente su voluntad política? ¿Acaso la expresión de la
inconformidad no se tradujo en victoria? Nadie, ni siquiera el presidente,
puede sofocar o condicionar el derecho ganado por el pueblo de señalar y
condenar los errores, omisiones, abusos y desviaciones de quienes han ejercido
el poder mediante la corrupción y la represión. Para dar vuelta a la hoja deben
saldarse las cuentas, porque no puede haber reconciliación sin justicia.
Es claro que un buen gobierno debe
partir de una base social sólidamente constituida por ciudadanos conscientes de
la necesidad de equilibrios, de contrapesos políticos tanto como de la
honestidad y transparencia en el manejo de los recursos públicos. Una
ciudadanía responsable y activa es garantía de una buena conducción de la cosa pública,
porque es capaz de señalar problemas y proponer soluciones. El gobierno debe
ser producto de esta ciudadanía consciente, por lo que el pueblo no puede ser apéndice
del poder.
La llamada Cuarta Transformación debe
caminar por el camino trazado por el pueblo y ser expresión de su voluntad en
la ruta por recuperar la soberanía y el dominio de la nación sobre su
patrimonio y destino. Si esto es así, no se puede pedir ni siquiera suponer un
gobierno que promueva la pasividad o el conformismo ciudadano, y la obediencia
a la forma negando su contenido. Recordemos: sólo el pueblo puede salvar al
pueblo.
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