“El
analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho
diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la
prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político
corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales” (Bertold Brecht).
Resulta curioso ver, constatar, que
existe un ingrediente de locura o de autocomplacencia en ciertos actos
políticos cuya finalidad es la autoafirmación. El PRI es un viejo y caduco
cascarón que sólo produce asco, un asco nostálgico que, visto con ojos analíticos,
da cuenta de una de las más crueles burlas a las causas populares. Su fundación
está anclada a la traición, a la burla sangrienta de quienes se encaramaron en
la Revolución de 1910-17 para traicionarla, para derrumbar los logros de los
primeros gobiernos que produjo y para dar reversa a la obra de revolucionarios
como el general Lázaro Cárdenas del Río. El PRI, como tal, se instituyó en 1946
para socavar y deformar la obra ideológica y política de la revolución
postulada por sus antecesores el PNR y el PRM.
Su existencia significó un vuelco hacia
los intereses de los terratenientes, de los explotadores de siempre, de los
burócratas encaramados en el poder para hacer negocios privados a su sombra,
aunque, si bien es cierto que el impulso revolucionario produjo instituciones dignas
de conservarse y ampliarse en el terreno de la seguridad social y en las garantías
para los trabajadores, también es cierto que la clase trabajadora vio emerger
de su seno una casta privilegiada al servicio del sistema que la mediatizó,
corrompió y engordó a costa de cesiones y concesiones obscenas en favor del
capital y de la burocracia política del nuevo régimen. El charrismo sindical, los
sindicatos blancos, los contratos de protección, las redes de corrupción que se
fueron tejiendo y que terminaron en caricaturizar no sólo las dirigencias sino
las organizaciones de trabajadores en sí y sus luchas, manejadas con un aparente
discurso progresista, reivindicatorio, combativo, pero que en el fondo no era
sino una oscura parodia al servicio del capital y sus conexiones
internacionales, particularmente con nuestros vecinos del norte.
Quizá la traición más profunda al ideal
revolucionario fue el llamado “liberalismo social” de Carlos Salinas de Gortari,
donde prácticamente desaparece del discurso las alusiones a la Revolución
Mexicana, en un acto vergonzante de su origen, pero sucede que esta secuencia
de siglas PNR-PRM-PRI significan distintos momentos de transformación del
fenómeno político mexicano: en su origen, el PNR es la institucionalización del
partido como medio de control político en sustitución de la fuerza de las armas,
seguido del PRM como fuerza impulsora de reivindicaciones populares y de
consolidación del impulso revolucionario en favor de sus beneficiarios
originales y, por último, el PRI, como negación del contenido popular de los movimientos
que se sintetizaron en la revolución y que ahora estorbaban a los nuevos
explotadores del país. El salinato entierra los restos del contenido revolucionario
del partido y lo pone al día con los intereses del neoliberalismo y la
transnacionalización del país. Así, tenemos un gobierno desnacionalizador, apátrida
y servil a los intereses del extranjero, capaz de desmantelar el aparato
productivo nacional, rematar sus activos industriales, sus recursos naturales, deformar
groseramente su marco constitucional y echar por tierra su respetable tradición
en materia de relaciones exteriores.
Los gobiernos emanados del PRI, ahora claramente
neoliberal, adormecieron la conciencia de los ciudadanos mediante el uso y
abuso de los variados mecanismos de enajenación masiva y entre los medios de
comunicación que merecen especial mención está Televisa y satélites
corporativos. México vio cómo un partido supuestamente “revolucionario”
traicionaba su origen, su pasado, su legado histórico, aunque en realidad el
PRI ya no era el heredero de las causas revolucionarias puesto que ya
significaba justamente lo contrario. Ya era el partido de los nuevos ricos, de
la burocracia dorada, de los líderes “obreros” charros, de los negocios
oscuros, de las corruptelas cotidianas como mecanismo de ascenso y consenso y
de la obscena obediencia a los intereses del extranjero.
Los neoliberales de guarache en el poder
nos recetaron la purga de las “concertacesiones”, de las alzas en las tarifas de
los servicios públicos, de la inseguridad desbordada, de la privatización de la
seguridad social, de la disminución del Estado en beneficio del Mercado, que ni
siquiera era controlado por capitales nacionales como se ve claro en las pasadas
y recientes privatizaciones. El nuevo régimen, moderno y actualizado
internacionalmente nos recetó la reversa a la política petrolera cardenista, a
la nacionalización eléctrica, a la soberanía alimentaria, a la protección de
los productores directos y al abasto regional y nacional.
Sin embargo, tras ceder el poder a los intereses
transnacionales, dar paso a los gobiernos del PAN y llegar nuevamente a la
presidencia de la república para perderla de nuevo, ahora se proponen ser “un
partido menos institucional y más revolucionario” y habla la nueva dirigencia
estatal de poner en el centro de atención a sus bases, acercarse al pueblo para
hacer frente al nuevo gobierno de MORENA encabezado por Andrés Manuel López Obrador.
El obsceno, represivo, antidemocrático y apátrida PRI señala y juzga al nuevo
gobierno de autoritario, de ocurrencias, inmoral, ilegal, prácticamente dictatorial.
Es claro que el PRI y asociados no saben lo que pasó el 1 de julio pasado o se
resisten a creer que ya no son gobierno, que están condenados al basurero de la
historia política por un juez de criterio inapelable: el pueblo. Tuvieron el
poder, traicionaron una y mil veces a los votantes y quedaron reducidos a una
asociación delictiva, una mafia sebosa. El PRI es, simplemente, un patético y
ridículo ogro decadente.
El sábado 12 estaba lleno el auditorio
Plutarco Elías Calles del PRI estatal de Sonora, la vocación matraquera del
priismo onanista y autocomplaciente estalló en jubilosas expresiones de unidad
y compromiso, aplaudiendo a los exgobernadores , a los priistas distinguidos, a
la gobernadora Pavlovich a quien dijeron “defender” con todo y ante todo mientras
ella, “el principal activo del PRI”, se dejaba querer y pronunciaba un discurso
coloquial, doméstico, de mujer distraída, de mujer que dice que “se parte el
alma” por los sonorenses, de víctima potencial de posibles acusaciones a las
que ella reclama la presentación de pruebas.
La mayoría de los mexicanos sabemos que
estamos en la etapa de despegue de un nuevo proyecto, de gran trascendencia
porque significa la puesta en orden de la casa de todos; no se trata de inventar
el hilo negro o el agua tibia, se trata de recuperar, de reconstruir la nación
que ha sido traicionada por los partidos y gobiernos neoliberales. Seguramente
se cometerán errores, se tendrán que hacer ajustes pequeños y grandes, pero
cada paso será en beneficio de un país donde la honestidad, la transparencia,
la democracia y el gobierno responsable sean posibles. El PRI, el PAN y su
fauna de acompañamiento podrán decir que están cambiando, que van a volver a
sus raíces (lo que esto quiera significar), que la militancia será la que
decida en lo futuro, que el nuevo gobierno no tiene experiencia, que es de
ocurrencias, que esto o lo otro. Podrán decir lo que quieran y hacer lo que
gusten, pero el fallo de la historia nacional es contundente: ¡púdranse, cabrones!
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