domingo, 13 de enero de 2019

El ogro decadente


“El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales” (Bertold Brecht).


Resulta curioso ver, constatar, que existe un ingrediente de locura o de autocomplacencia en ciertos actos políticos cuya finalidad es la autoafirmación. El PRI es un viejo y caduco cascarón que sólo produce asco, un asco nostálgico que, visto con ojos analíticos, da cuenta de una de las más crueles burlas a las causas populares. Su fundación está anclada a la traición, a la burla sangrienta de quienes se encaramaron en la Revolución de 1910-17 para traicionarla, para derrumbar los logros de los primeros gobiernos que produjo y para dar reversa a la obra de revolucionarios como el general Lázaro Cárdenas del Río. El PRI, como tal, se instituyó en 1946 para socavar y deformar la obra ideológica y política de la revolución postulada por sus antecesores el PNR y el PRM.

Su existencia significó un vuelco hacia los intereses de los terratenientes, de los explotadores de siempre, de los burócratas encaramados en el poder para hacer negocios privados a su sombra, aunque, si bien es cierto que el impulso revolucionario produjo instituciones dignas de conservarse y ampliarse en el terreno de la seguridad social y en las garantías para los trabajadores, también es cierto que la clase trabajadora vio emerger de su seno una casta privilegiada al servicio del sistema que la mediatizó, corrompió y engordó a costa de cesiones y concesiones obscenas en favor del capital y de la burocracia política del nuevo régimen. El charrismo sindical, los sindicatos blancos, los contratos de protección, las redes de corrupción que se fueron tejiendo y que terminaron en caricaturizar no sólo las dirigencias sino las organizaciones de trabajadores en sí y sus luchas, manejadas con un aparente discurso progresista, reivindicatorio, combativo, pero que en el fondo no era sino una oscura parodia al servicio del capital y sus conexiones internacionales, particularmente con nuestros vecinos del norte.

Quizá la traición más profunda al ideal revolucionario fue el llamado “liberalismo social” de Carlos Salinas de Gortari, donde prácticamente desaparece del discurso las alusiones a la Revolución Mexicana, en un acto vergonzante de su origen, pero sucede que esta secuencia de siglas PNR-PRM-PRI significan distintos momentos de transformación del fenómeno político mexicano: en su origen, el PNR es la institucionalización del partido como medio de control político en sustitución de la fuerza de las armas, seguido del PRM como fuerza impulsora de reivindicaciones populares y de consolidación del impulso revolucionario en favor de sus beneficiarios originales y, por último, el PRI, como negación del contenido popular de los movimientos que se sintetizaron en la revolución y que ahora estorbaban a los nuevos explotadores del país. El salinato entierra los restos del contenido revolucionario del partido y lo pone al día con los intereses del neoliberalismo y la transnacionalización del país. Así, tenemos un gobierno desnacionalizador, apátrida y servil a los intereses del extranjero, capaz de desmantelar el aparato productivo nacional, rematar sus activos industriales, sus recursos naturales, deformar groseramente su marco constitucional y echar por tierra su respetable tradición en materia de relaciones exteriores.

Los gobiernos emanados del PRI, ahora claramente neoliberal, adormecieron la conciencia de los ciudadanos mediante el uso y abuso de los variados mecanismos de enajenación masiva y entre los medios de comunicación que merecen especial mención está Televisa y satélites corporativos. México vio cómo un partido supuestamente “revolucionario” traicionaba su origen, su pasado, su legado histórico, aunque en realidad el PRI ya no era el heredero de las causas revolucionarias puesto que ya significaba justamente lo contrario. Ya era el partido de los nuevos ricos, de la burocracia dorada, de los líderes “obreros” charros, de los negocios oscuros, de las corruptelas cotidianas como mecanismo de ascenso y consenso y de la obscena obediencia a los intereses del extranjero.

Los neoliberales de guarache en el poder nos recetaron la purga de las “concertacesiones”, de las alzas en las tarifas de los servicios públicos, de la inseguridad desbordada, de la privatización de la seguridad social, de la disminución del Estado en beneficio del Mercado, que ni siquiera era controlado por capitales nacionales como se ve claro en las pasadas y recientes privatizaciones. El nuevo régimen, moderno y actualizado internacionalmente nos recetó la reversa a la política petrolera cardenista, a la nacionalización eléctrica, a la soberanía alimentaria, a la protección de los productores directos y al abasto regional y nacional.

Sin embargo, tras ceder el poder a los intereses transnacionales, dar paso a los gobiernos del PAN y llegar nuevamente a la presidencia de la república para perderla de nuevo, ahora se proponen ser “un partido menos institucional y más revolucionario” y habla la nueva dirigencia estatal de poner en el centro de atención a sus bases, acercarse al pueblo para hacer frente al nuevo gobierno de MORENA encabezado por Andrés Manuel López Obrador. El obsceno, represivo, antidemocrático y apátrida PRI señala y juzga al nuevo gobierno de autoritario, de ocurrencias, inmoral, ilegal, prácticamente dictatorial. Es claro que el PRI y asociados no saben lo que pasó el 1 de julio pasado o se resisten a creer que ya no son gobierno, que están condenados al basurero de la historia política por un juez de criterio inapelable: el pueblo. Tuvieron el poder, traicionaron una y mil veces a los votantes y quedaron reducidos a una asociación delictiva, una mafia sebosa. El PRI es, simplemente, un patético y ridículo ogro decadente.

El sábado 12 estaba lleno el auditorio Plutarco Elías Calles del PRI estatal de Sonora, la vocación matraquera del priismo onanista y autocomplaciente estalló en jubilosas expresiones de unidad y compromiso, aplaudiendo a los exgobernadores , a los priistas distinguidos, a la gobernadora Pavlovich a quien dijeron “defender” con todo y ante todo mientras ella, “el principal activo del PRI”, se dejaba querer y pronunciaba un discurso coloquial, doméstico, de mujer distraída, de mujer que dice que “se parte el alma” por los sonorenses, de víctima potencial de posibles acusaciones a las que ella reclama la presentación de pruebas.     

La mayoría de los mexicanos sabemos que estamos en la etapa de despegue de un nuevo proyecto, de gran trascendencia porque significa la puesta en orden de la casa de todos; no se trata de inventar el hilo negro o el agua tibia, se trata de recuperar, de reconstruir la nación que ha sido traicionada por los partidos y gobiernos neoliberales. Seguramente se cometerán errores, se tendrán que hacer ajustes pequeños y grandes, pero cada paso será en beneficio de un país donde la honestidad, la transparencia, la democracia y el gobierno responsable sean posibles. El PRI, el PAN y su fauna de acompañamiento podrán decir que están cambiando, que van a volver a sus raíces (lo que esto quiera significar), que la militancia será la que decida en lo futuro, que el nuevo gobierno no tiene experiencia, que es de ocurrencias, que esto o lo otro. Podrán decir lo que quieran y hacer lo que gusten, pero el fallo de la historia nacional es contundente: ¡púdranse, cabrones!


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