“Los viajes ilustran” (dicho popular).
Nos
enteramos de que don Donald Trump llegó, habló y se fue de Canadá, en ocasión de
la reunión del Grupo de los Siete (G7), donde forman los países punteros de la
economía global según el evangelio de ellos mismos. En otras palabras, algo así
como el club de los gobiernos que sostienen las buenas costumbres del
colonialismo y la militarización con fines de lucro, integrado por Estados
Unidos, Canadá, Francia, Italia, Alemania, Reino Unido y Japón.
También asiste a los foros del G7 la Europa arracimada en esa ridícula fachada conocida como Unión Europea, representada por la presidencia del Consejo Europeo y la correspondiente de la Comisión Europea.
Desde luego que este grupo puntero de control tiene una ampliación llamada G20, que incluye a los países en desarrollo, susceptibles de ser explotados, manipulados, acarreados y subordinados en el marco de acuerdos o convenios de colaboración en diversas materias para “el desarrollo, el progreso y la paz”, lo que explica la presencia de la doctora Claudia Sheinbaum en Canadá, que aparte de dar abrazos y repartir sonrisas dialoga y ratifica la inminencia de acuerdos con Europa y demás. El progreso siempre mira a Occidente.
Mientras el centro y la periferia neoliberal sonríe a las cámaras de los diversos medios de comunicación, el olor a pólvora y azufre se cuela en las oficinas más encumbradas del occidente armamentista, augurando las posibilidades de que los conflictos armados en curso generen un alza en el saldo de sus estados contables, porque ni modo de dejar solo a Israel que combate el fantasma de la bomba atómica en medio oriente, y reclama la exclusividad de tener un arma capaz de despanzurrar un país entero o un continente, si le echa ganas.
La Unión Europea en voz de doña Úrsula von der Leyen dijo claro y fuerte que Israel tiene derecho a defenderse de la respuesta militar de Irán, porque ¿quiénes son los iraníes para responder a la agresión armada preventiva de Israel? ¿Acaso no saben que el pueblo de Netanyahu tiene la franquicia exclusiva del átomo en salvaguarda de los intereses de Estados Unidos en la región?
Así como Israel tiene derecho a responder con misiles y toda la parafernalia de un campo de exterminio nazi a los palestinos que les lanzan piedras y mentadas de madre, que rezongan porque los “colonos” les expropian sus casas, destruyen sus medios de vida y además los matan, también tiene derecho de tundir a Irán por aquello de que tuviera armas atómicas, lo que recuerda el viejo truco de las armas de destrucción masiva que supuestamente tenía Irak en tiempos de Baby Bush.
Si la guerra es la salida última de la política, también lo es de la economía cuando el modelo económico sencillamente ha fracasado. Cuando la capacidad productiva carece de la correspondiente capacidad distributiva gracias a la acumulación desmedida de recursos y ganancias que responde al objetivo central del modelo… y que se chinchen los demás. La propiedad privada de los medios de producción alcanza su límite superior y tenemos una sociedad donde el uno por ciento de los más ricos concentra el 95 por ciento de la riqueza global, creando una tensión precariamente contenida.
En estas condiciones, resulta una verdadera tomadura de pelo hablar de democracia y libertades, de derechos y obligaciones entre auténticos desiguales. La demagogia, el engaño y la manipulación son los grandes instrumentos de la política, y su coto de caza exclusivo es el lenguaje y los símbolos de su poder, es decir, recrear la figura del Soberano encarnado por el pueblo, siendo que el pueblo es el gran excluido en esta fiesta de excesos y abusos, en esta farsa democrática que funciona como holograma electoral, como ilusión nacionalista, como camisa de fuerza económica, como negación esencial y expresión memoriosa de lo que pudo haber sido y no fue.
Así, en las reuniones de Davos, del G7 y su ampliación G20, los abrazos, las sonrisas y las promesas de pactos y acuerdos, son los últimos parches y costuras en la tela raída del sistema económico y político que tiene que recurrir a la guerra para ocultar y solventar su fracaso monumental, su viciosa inclinación genocida.
Mientras tanto, los consumidores de noticias viven día a día las emociones del juego de la guerra, cruzan los dedos y hacen apuestas, toman partido y añaden a su nómina de amenazas y enemistades su más reciente hallazgo vestido de terrorista, de enemigo de la civilización occidental, de veneno para las hadas en una parodia donde las cosas no son lo que aparentan.
Ahora resulta que si queremos la paz debemos prepararnos para la guerra, y que las amenazas existen al margen de su realidad: si Estados Unidos o Israel establecen que una nación próspera y desarrollada como Irán tiene armas atómicas, pues ya todo está dicho y decidido. La realidad sale sobrando y debemos prepararnos para tanta muerte como sea posible, que para eso hay bombas.
Como comentario final, no está de más pensar en la utilidad del G7, el G20 y demás cacharros diplomáticos de la manipulación imperialista, no es ocioso pensar en los pitos que toca México en una reunión donde resulta tierno ver a las sardinas posar para la foto en medio de tiburones, habiendo aguas más propicias para navegar con mayor equidad y seguridad. Poner los huevos nacionales en la canasta de Occidente con olor a chamusquina da grima, mucha grima… pero ¡sonría!
Así las cosas, no está de más pensar en que la ausencia de un plan industrial que ligue la academia con la producción es un serio impedimento para lograr los objetivos nacionales, salvo que se trate de ser dóciles vecinos encargados de la vigilancia del traspatio para los efectos expansionistas de una economía al borde de un ataque de realidad. Si no lo entendemos, seguro que habrá bomba… y no precisamente yucateca.