Como se sabe, Sonora no es buen lugar
para campañas altruistas al aire libre, fuera de los cómodos salones donde
pulula la prensa y donde los elogios menudean pringando los oídos de los
asistentes reales o virtuales. El ejercicio de la libertad de expresión y las
campañas que tiendan a poner músculo o simple voluntad de por medio a los
problemas que aquejan a la comunidad, están condenadas a salir en los
periódicos como nota anecdótica o, a veces, luctuosa que llama al morbo antes que
a la conciencia.
Así, por ejemplo, no basta con ser
experto ciclista para arrostrar con éxito las carreteras y caminos de Sonora.
El caso de Mauro Talini, italiano en campaña de concienciación sobre la
Diabetes, cayó bajo las ruedas de un pesado tractocamión en Trincheras, tras un
recorrido desde Argentina que ya cifraba 20 mil kilómetros, truncando
abruptamente su camino a Alaska. Las autoridades competentes (sic) desde luego dicen
que investigan el suceso y podremos esperar algún resultado más allá del
clásico “usted dispense” a sus familiares en algún punto de este siglo.
Queda más que demostrado que en
nuestra entidad el peatón o ciclista es lo de menos cuando debiera ser más lo
importante en la vida citadina, lo importante es el pago de planas y artículos
periodísticos que reseñen los éxitos del gobierno, las maravillas de la
economía que prospera y se fortalece gracias a boletines de prensa y gacetillas
que se pagan con prodigalidad, favoreciendo las finanzas de los periódicos y la
evaporación del rubor público y privado.
Sin embargo, Sonora no se queda a la
zaga en materia de maquiladoras que empobrecen el ambiente y enriquecen a
alguna famosa trasnacional en busca de nuevos espacios que aprovechar bajo las
premisas de la impunidad ambiental, laboral y política. Tan así es que el
gobierno se empeña en anunciarnos cada tanto que llegan “nuevas inversiones que
generarán” cientos o miles de empleos temporales y fijos que, de acuerdo a los
usos y costumbres, van a explotar al máximo el potencial productivo de
personas, animales o cosas por un salario irrisorio, sin prestaciones laborales
y sin la posibilidad de crear antigüedad, debido a las maravillas de la
tercerización, subcontratación u outsourcing que galopa por tierras sonorenses, sin dejar
sentidas a las otras entidades que conforman el espacio que aun llamamos México.
Pero, como en todo, la moneda tiene
dos caras y cada vez resultan más notorias las diferencias entre la bonanza
proclamada y los estragos de una economía neocolonial por la vía financiera y
tecnológica: tenemos cada vez más indigentes en las calles. El abandono social
se deriva de la desprotección económica y política que padecen cada vez más
ciudadanos. Las familias luchan cada día por mantener el alma pegada al
espinazo, viéndose incrementadas las dificultades para satisfacer medianamente
sus necesidades vitales. En este
sentido, ¿a quién puede extrañar que deambulen por las calles tantos indigentes
o candidatos a serlo?
Si nos declaramos una sociedad
insensible al dolor de nuestros conciudadanos, ajena a las tragedias de los
demás, indolentes cívicamente y acomodaticios políticamente, entonces
seguramente no nos indignarán las planas completas que se pagan todos los días
a favor de un modelo económico y de un desempeño gubernamental fracasado y
pernicioso. Sólo en este contexto de cinismo prostibulario la declaración de
que “la economía sonorense va bien”, así como la demencial presunción de que el
futuro económico de Sonora se basa en la instalación de maquiladoras
extranjeras, encajan perfectamente.